Nació en 1920, un año después de la llegada de Leguía al poder. Acaba de cumplir 90 años de vida, 40 de los cuales los dedicó a servir al país desde la Cancillería, a donde ingresó como amanuense a los 17 años.
Pasó otros 15 años sirviendo al mundo como secretario general de las Naciones Unidas, siendo dos veces electo. Javier Pérez de Cuéllar es, por todo ello -como lo llamó Harold Forsyth en su libro-entrevista-, un peruano universal.
Conoció a diversas personalidades políticas nacionales e internacionales; demócrata por convicción, le cupo, sin embargo, servir al Estado en al menos dos golpes de Estado. Leyó incluso, como encargado de la Cancillería, las resoluciones respectivas de los gabinetes de facto.
Quién diría que con el tiempo, esas anecdóticas intervenciones terminarían descolocándolo en su carrera diplomática al punto de ser baloteado como representante del Perú ante el Brasil.
El mundo se encargaría de reparar el error de los políticos peruanos. Y también el Presidente Belaúnde quien envió a un emisario a Nueva York –Celso Pastor de la Torre–para impulsar la candidatura de Pérez de Cuéllar a la Secretaría General de la ONU.
Le cupo entonces a nuestro embajador la portentosa tarea de encarar los problemas del mundo con espíritu neutro, y basado en el derecho, la ley y la justicia. Afganistán, Irán – Iraq, Namibia, Centroamérica, El Salvador, Las Malvinas.
En el otoño de su vida, fundó Unión por el Perú, incursionando en política nacional, quizás para devolver a su país lo que éste le había dado. Allí tuve oportunidad de conocerlo. Lo acompañé en su ingreso al Perú y estuve con él en el ómnibus de campaña, en su ingreso a Lima por Villa El Salvador. Yo era periodista de La República.
Siempre me sorprendió la serenidad con la que asumió su rol de candidato. Al final, el pueblo no entendió su mensaje, ni su forma decente de asumir la política y reeligió a Fujimori. Y la extrema tolerancia que evidenció con sus rivales políticos.
Hasta que el año 2000, con el presidente Valentín Paniagua, pudo finalmente desempeñarse como Presidente del Consejo de Ministros, manteniendo para sí el Ministerio de Relaciones Exteriores. “Fue una tentación irresistible”, confesaría.
Javier Pérez de Cuéllar, posee un espíritu y virtud aplomados que lo distingue de la fauna política nacional.
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