En las últimas tres décadas, los peruanos hemos acudido a las urnas más que cualquier otro compatriota en el pasado. 25 procesos electorales para elegir y revocar autoridades nacionales, regionales y locales; referendums, procesos constituyentes; algo inusual en toda la historia de la República.
El Perú es parte de una primavera democrática que por primera vez vive la región de manera sostenida. Y al mismo tiempo es parte también de la paradoja que encierra esta situación: vivimos en democracia, pero enfrentamos una creciente crisis social.
A tal punto que un informe reciente de las Naciones Unidas revela que más del 50% de los latinoamericanos “están dispuestos a sacrificar un gobierno democrático en aras de un progreso real socioeconómico”, es decir, con alguna forma de gobierno autoritario.
En otras palabras, el sistema democrático se ve amenazado debido a la exigencia de resultados de la ciudadanía que el sistema democrático y sus procesos electorales en sí mismos no son capaces de ofrecer.
La democracia electoral funciona, pero la democracia como gobierno tiene sus límites.
La consecuencia de este desencuentro la pagan las instituciones democráticas. Las poblaciones resienten su confianza en ellas al no encontrar solución a sus demandas; demandas que, por otro lado, se ofrecen resolver durante los procesos electorales.
En campaña, son los partidos políticos los que canalizan estas demandas ciudadanas. La gente vota confiando en sus propias expectativas de solución, pero, al final se desilusiona al comprobar que los candidatos y sus partidos, se olvidan de sus promesas electorales, alimentando la desconfianza de la ciudadanía y aumentando el descrédito de la política y sus instituciones.
Este desfase entre ofrecimiento electoral y acción de gobierno es quizás uno de los factores que ha llevado a que menos de un cuarto de la población crea en los partidos políticos. La gente no cree en los partidos políticos, porque en general no cree en (o no les cree a) los políticos.
La consecuencia es un círculo vicioso que corroe todo el sistema. El descreimiento en los partidos políticos debilita el sistema democrático alentando salidas antisistema.
Entonces, la gente no confía en los partidos, pero tiene que votar por ellos, porque hasta hoy no se ha inventado otro mecanismo de representación política que canalice las expectativas de los ciudadanos en una contienda electoral.
El partido político sigue siendo el instrumento mediante el cual la ciudadanía deposita su cuota de confianza.
Los resultados no pueden ser más desalentadores. Según diversas encuestas realizadas en nuestro país, más del 90% desconfía o no cree en los partidos políticos.
No es un resultado exclusivamente nacional. Según el Latinobarómetro 2007, en general, en América Latina, existe esta misma sensación. Lo mismo ocurre en el mundo. Los partidos políticos como organizaciones están en crisis. La pregunta es por qué.
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* El presente texto forma parte de un reciente trabajo titulado "Introducción al Estudio de los partidos políticos desde su organización y estructura" que acabo de presentar a la Cátedra Mariátegui como fin de una Diplomatura sobre Teoría Política y Buen Gobierno.
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