La desconfianza ciudadana en las instituciones refleja el estado de ánimo del país. La encuesta de Ipsos-Apoyo revela que estamos con las pilas bajas. El país está desanimado. Envuelto en una sensación de invierno permanente.
De ese espíritu gris nace su desconfianza a los partidos políticos, a las organizaciones sindicales, empresariales, al Congreso, al Poder Judicial, a la Policía. Rechaza todo lo que suene a institucionalidad.
Pero también refleja el distanciamiento del Estado; el escaso afecto que tiene el hombre de a pie por los servicios públicos.
Protestan los médicos por mejores sueldos, pero todos sabemos que la salud pública es deficiente y por momentos hasta indolente. No en vano el servicio de los Hospitales de la Solidaridad salen mejor en la encuesta que los hospitales del Minsa o de Essalud.
Y no es que los hangares de latón de Castañeda Lossio estén mejor equipados. Son un poco más baratos, pero, fundamentalmente, los médicos de los Hospitales de la Solidaridad escuchan más al paciente. No sólo lo curan; lo consuelan.
En tiempos de desconcierto e incertidumbre económica, la gente busca consuelo. Si no lo tiene en la tierra, mira al cielo. No es casual por eso que la Iglesia sea la institución mejor parada en la encuesta. El atribulado ciudadano ansía paz espiritual.
Estamos mejor que antes, sólo que la gente no le ve, decía recientemente la Primera Dama. La realidad contrastaba su optimismo. Los datos crudos indican que hoy hay más hambre en el Perú. La subida de precios en los alimentos, aunado a la caída en los ingresos, impactan directamente en los estómagos de los más pobres.
Las cifras del INEI señalan que la deficiencia de ingesta calórica (hambre en lenguaje estadístico) se elevó este segundo trimestre de 26.4% en igual periodo el año pasado a 32.8%. Es decir que si antes uno de cada cuatro peruanos padecía hambre ahora es uno de cada tres.
Si a eso le sumamos que el 2009 será un año de recesión mundial y que aquí el presupuesto público podría recortar los programas sociales, entonces, no hay razones objetivas para sentir confianza en el sistema y sus instituciones.
No hay jarabe de lengua que inyecte optimismo cuando no se puede parar la olla. Peor aún, si permanentemente pedimos confianza, fe, calma, misntras las cosas siguen subiendo, mientras el dinero no alcanza y mientras los estómagos siguen crujiendo, el mensaje se escucha al revés. El efecto es: a más discurso, más desconfianza, más egoismo y más descreimiento. Se genera entonces un clima de excepticismo total cuyos resultados son nefastos para la democracia.
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3 comentarios:
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