Caminar hoy en día por la calles de Managua y conversar con su gente es como volver al pasado. Las categorías marxistas-leninistas para explicar el curso de la historia del país siguen vigentes. “Es la ley de lucha de contrarios; finalmente se ha impuesto una línea”, dice un parroquiano para explicar el triunfo del sandinismo.
El discurso inaugural de Daniel Ortega, anunciando la estatización del servicio de agua, la educación y la energía, así como su inclusión al proyecto del Presidente venezolano, Hugo Chávez, La Alternativa Bolivariana para América Latina y El Caribe (ALBA), refuerza esta sensación.
Hay expectativa por el cambio, es cierto, pero por el cambio hacia atrás. Dieciséis años de gobiernos de centro y de derecha no han logrado calar del todo en la memoria colectiva de la gente, en especial, los más pobres que se adhieren a fórmulas desesperadas impuestas desde el Estado para salir de la miseria.
La guerra es otro factor presente en las conversaciones de barrio con los nicaragüenses. Casi no hay familia que no tenga un recuerdo personal de la guerra que llevó al sandinismo al poder y de la Contra que intentó derrocarlo. Existen miles de historias de primos, tíos o hermanos que lucharon entre sí en bandos distintos. Muchas veces como una forma de sobrevivir. Tomar las armas aseguraba alimentación, vestido y una ocupación.
Chávez no llegó con las manos vacías a Managua. Llevó y regaló 25 tractores, producto de una donación que hizo conjuntamente con el gobierno de Irán. Firmó la integración de Nicaragua al ALBA, anunció la próxima inauguración de un banco venezolano en Nicaragua, y suscribió un acuerdo para construir una central de energía con petróleo subsidiado.
Los gestos populistas ganan el respaldo de la gente. Mientras tanto, la región va de tumbo en tumbo, sin mantener el timón del desarrollo y ahogándose en fórmulas que ya han probado ser un fracaso. El sector informal crece en América Latina, sin lograr dar el salto para dejar de ser exportadores de materias primas.
Los capitales van no sólo donde hay mercado, también donde existe seguridad jurídica y estabilidad política. Vista en conjunto, éste no parece ser el caso de América Latina. La responsabilidad no es sólo de los países de la región, lo es también de la miopía de los Estados Unidos que mantiene interés preferente en países del ex bloque soviético o Asia -o en la guerra contra países islámicos- y deja de lado a sus vecinos hispanoparlantes del sur.
Europa invirtió más de 22 mil millones en carreteras cuando anexó a sus vecinos del este. Estados Unidos no tiene la misma política de ayuda. Su estrategia pasa por incorporar a Latinoamérica al ALCA. Como señala Andrés Oppenheimer en su libro “Cuentos Chinos”, repitiendo la política de Clinton para la región, Goerge W. Bush señala para América Latina, “Trade, no aid” (Comercio, no ayuda).
Tal parece que -una vez más- nos empeñamos en ir en contra del sentido de la historia. No aprendemos de nuestros errores y no queremos ver lo que hacen regiones como China, India, el Sudeste Asiático, o Europa del Este para generar trabajo, ofrecer productos competitivos y luchar un espacio en el mercado mundial. América Latina representa apenas el 7,6% del producto bruto mundial y el 4,1% del comercio mundial. Una migaja de la torta.
De continuar con modelos que sólo buscan repartir lo que no tienen y encerrarse en fórmulas de comercio intrarregionales, en lugar de abrirse a otros bloques, estaremos condenados a seguir siendo una región mayoritariamente pobre y sin futuro. O en el mejor de los casos, una región de luces y sombras. Lo que ocurre en Nicaragua es sólo un capítulo de una historia de fracaso conocida.
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