08 noviembre, 2006

Beatriz Merino: el contrapeso necesario

Hay varias formas de definir una democracia. La clásica la define como el sistema de gobierno originado en elecciones libres y que divide la administración del Estado en tres poderes autónomos.

Norberto Bobbio define la democracia como un conjunto de reglas, producto de las cuales, queda claro "quién está a cargo de tomar decisiones colectivas y bajo qué procedimientos".

En tanto que Robert Dahl indica que en una democracia existe control de las decisiones del gobierno, cuyo poder está depositado en los funcionarios electos.

Es decir que en una democracia existen organismos que ejercen contrapeso al poder electo. Esto asegura la protección de la libertad de los individuos frente a la prepotencia del Estado.

Ese es el elemento central que separa la democracia de la dictadura: la existencia de mecanismos de pesos y contrapesos al poder nacido de la voluntad popular.

La ausencia de estos contrapesos sería peligrosa, pues, envanecería al gobernante y lo llevaría a confundir poder delegado por poder absoluto.

Cuando el gobernante se rige por su voluntad antes que por la ley, se fractura la democracia. Por eso el papel que empieza a jugar la defensora del pueblo, Beatriz Merino es saludable.

Ante la ausencia de una voz orgánica opositora, con partidos políticos disminuidos y líderes afónicos, la voz de la Defensoría del Pueblo llena un espacio y juega el rol de contrapeso al poder político que, por momentos, pareciera marear al gobernante de turno.

Beatriz Merino se pronunció primero a favor de la pena de muerte para los violadores, sin seguir la corriente de los opositores al régimen que cuestionaron la decisión del Poder Ejecutivo.

Luego, paró en seco el desplante del Primer Ministro, Jorge del Castillo, en la protesta de la comunidad Achuar por la contaminación de sus tierras y ríos.

Y ahora pide al Congreso serenidad en torno a la aprobación de la ley que cercena la libertad de asociación, contratación y expresión de las ONGs.

Los legisladores han salido con todo a defender su fuero y se han amparado en la definición clásica de democracia, es decir, en la autonomía de los poderes del Estado y en que no pueden avocarse a mandato imperativo.

Pero, lo cierto es que la defensora empieza a marcar la cancha y ha salido a recordarnos que la definición moderna de democracia es ejercer el contrapeso necesario, dentro de un sistema en el que el poder –y su representante máximo- no pueden actuar como si en verdad se creyeran la pegajosa ranchera del pasado: “El Rey”.

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