26 agosto, 2017

Lecciones de una huelga


El Decreto de Urgencia N° 011-2017 del gobierno, materializando los acuerdos asumidos por el Ministerio de Educación con los profesores, marca un punto de quiebre en la huelga magisterial que ya cumple más de setenta días y ha dejado a 3.5 millones de estudiantes a punto de perder el año escolar.

A partir de este lunes, el gobierno no tendrá otra medida que aplicar la ley y reemplazar a los profesores que no acaten la norma y vuelvan a las aulas. En el caso de los profesores, es probable que la huelga se diluya por cansancio y regresen a clases sin que la neo dirigencia magisterial haya tenido la inteligencia para rubricar su victoria.

Mientras los dirigentes regionales dirimen este fin de semana su decisión final, no se debe dejar pasar las alertas —o lecciones— que encendió y que debemos aprender de este conflicto. Aquí algunas de ellas:

1. El gobierno exhibió una absoluta orfandad política en el tratamiento del problema. Deben reflexionar sobre el valor de la política —el arte de gobernar—, en lugar de despotricar de ella.

2. Todas las fuerzas representadas en el Congreso también fracasaron. Los maestros los pasaron por encima e hicieron trizas la representación nacional. Fuerza Popular tuvo un desempeño al límite, por decir lo menos. Intentó —una vez más— perturbar al gobierno, diferenciándose del resto de fuerzas políticas, pero su maniobra cayó en saco roto. Fue por lana y salió trasquilada.

3. El Sutep nacional con Patria Roja a la cabeza es la otra fuerza política derrotada por la marea magisterial radical. El profesor Castillo es hoy un dirigente reconocido a nivel nacional, cuando dos meses atrás solo lo saludaban en su colegio de Cajamarca.

4. Esta nueva fuerza organizada de los profesores a nivel regional no responde ni ideológicamente, ni mayoritariamente, al pensamiento senderista, neosenderista, proseguir, acuerdista o como quiera llamársele.

5. Es un sancochado gremialista absolutamente pragmático en lo político y radical en el discurso, que tiene como máxima bandera el reconocimiento oficial de parte del gobierno. El logro de beneficios en favor de los maestros es el medio, no el fin.

6. Los dirigentes regionales están con todos y con nadie. Quieren abrirse un espacio en el gremio magisterial con la finalidad de disputarle el poder al establishment de Patria Roja. Si para eso tienen que hablar con Dios y con el diablo, lo harán. Lo vienen haciendo desde por lo menos hace tres gobiernos democráticos.

7. El pensamiento sendero, sin embargo, sí está presente en el magisterio, como en cualquier otro "espacio de lucha", donde puedan accionar. Se les derrotó militarmente, pero no políticamente. Recuérdese que estuvieron a un paso de inscribirse como partido político.

8. La descentralización es un proceso no solo administrativo, sino político. La realidad demuestra que han surgido nuevos actores dirigenciales que son fruto del descentralismo. El centralismo gremial también existe y ha sido puesto en cuestión.

9. La democracia representativa necesita mecanismos de expresión y negociación y no solo mecanismos de control policial para enfrentar esta nueva realidad. Inteligencia policial sí, pero, mejor, inteligencia política.

10. La Carrera Pública Magisterial es una política de Estado. Pero no es la Biblia escrita a fuego, ni el Codex cincelado en piedra. Es necesario abrir una discusión amplia sobre el tema y no temer a replantear algunos puntos. Revisar el sistema de evaluación no significa rechazar la evaluación.

11. Los padres de familia y sus hijos han sido los grandes ausentes de este enfrentamiento entre gobierno y profesores. Ninguna de las fuerzas en pugna logró ganarse a estos actores y dirimir la tensión hacia uno u otro lado. 

12. Los partidos políticos requieren volver al trabajo en gremios. En la medida que descuiden estos espacios, otros más radicales lo ocuparán. En política, todo espacio se llena.



21 agosto, 2017

Fanatismo: el nuevo Armagedón


¿Qué une a un fanático religioso musulmán, miembro del Estado Islámico, que atropella y mata a un grupo de inocentes en La Rambla, Barcelona, España, con un fanático político de derecha en Estados Unidos que atropella y mata a tres ciudadanos en Charlottesville, Virginia?

Aparentemente nada. Excepto que ocurrieron casi la misma semana en lugares distantes. Pero, si se mira con atención, hay una raíz común.

Los une un sentimiento extremo de intolerancia, de no aceptar la diferencia y responder la defensa de las ideas o principios con la violencia ciega y la muerte.

Los une el fanatismo, la barbarie.

En Barcelona, sabemos lo que pasó. Una célula terrorista de ISIS perpetró un atentado ciego y con una camioneta atropelló y mató a trece personas que circunstancialmente paseaban por La Rambla.

En Estados Unidos, miembros del Movimiento All-Right -bautizados por la prensa como Supremacistas Blancos-, organizaron una marcha protestando por el retiro de la estatua del general Robert E. Lee, héroe sureño de la Guerra de Secesión.

Un grupo de ciudadanos les hicieron frente de modo pacífico con carteles y consignas. Hasta que uno de los supremacistas tomó su vehículo, embistió contra ellos y mató a tres contramanifestantes.

Ambos atacantes, en España y en Estados Unidos, eran jóvenes menores de 25 años.

El fanatismo religioso, político o de cualquier otra índole, es uno de los males del ser humano.

Es una posición extrema equivocada, torcida, que escapa del ámbito de la razón para situarse en la sinrazón.

Las ideas no pueden ser excluyentes, ni únicas, ni infalibles. Cuando se las considera absolutas e irrebatibles, sin admitir la posibilidad de que que existan otras, diferentes a las nuestras, caemos en el fanatismo.

El fanatismo no es propio de una cultura. Está presente en todas las culturas. En todos los tiempos.

El fanatismo musulmán le ha declarado la guerra al mundo occidental. Es un levantamiento armado contra todo lo que NO sea "las enseñanzas de Alá".

El mundo cristiano tuvo también su propia etapa de fanatismo con Las Cruzadas en contra de los moros entre los siglos XII al XV.

Fanáticos políticos  nazis produjeron el holocausto contra los judíos.

El fanatismo comunista mató millares de personas en la Rusia de Stalin, o en el estado fascista de Mussolini, o en la Revolución Cultural China. O aquí nomás, ayer en Cuba y hoy en Venezuela.

El fanatismo es la intolerancia absoluta expresada en acciones extremas. Es pasar de un pensamiento radical a una acción terminal.

El fanático no busca expandir sus puntos de vista por el convencimiento; busca irradiar su pensamiento, eliminando a quienes piensan diferente.

Al fanático no le interesa discutir. Quiere imponer.

Quienes no están de acuerdo son obstáculos en el camino.

El fanatismo y su expresión extrema de barbarie -el terrorismo- es hoy en día uno de los principales problemas que afectan a la humanidad.

Es lamentable constatar que miles de millones de años de evolución no han conseguido frenar ese impulso autodestructivo que lleva el hombre consigo: destruir al hombre.




13 agosto, 2017

Cuando se afecta la calidad de la democracia


La democracia puede definirse de varias formas. Como un proceso que regula el acceso al poder político, como un tipo de régimen, como la relación entre el Estado y sus ciudadanos o de estos entre sí.

Puede verse también como la relación, equilibrio e independencia entre los poderes del Estado, como el sistema de pesos y contrapesos existente en un modelo de organización política o como el sistema que mejor asegura el control político del poder.

Pero sea cual fuere el tipo de definición que se prefiera, una cosa es clara: No hay dos democracias iguales en el mundo. Ni estas existen en estado puro e ideal.

Lo que en realidad tenemos son niveles, grados, de democracia en diferentes medidas. Procesos políticos que se acercan o se alejan de las definiciones clásicas de democracia y sociedades que avanzan o retroceden en los indicadores que componen la definición de democracia.

Es probable que en países con más tradición democrática que otros o con una más extendida y antigua clase media y con partidos políticos más institucionalizados, la democracia sea mucho más permanente e inalterable.

Pero, en países como los nuestros, en determinado momento, dependiendo de circunstancias políticas, económicas y sociales específicas de cada país, la democracia sufre afectaciones. Y así, habrá más o menos libertades fundamentales; más o menos control de pesos o contrapesos, más o menos transparencia en los mecanismos de control, más o menos respeto de las mayorías a las minorías, más o menos equidad en los procesos de justicia.

Esto viene pasando en Venezuela con procesos electorales deslegitimados, paralelismo legislativo y violación de los derechos humanos, pero también en el Perú, con un sistema judicial del que difícilmente se pueda hoy afirmar que exista seguridad jurídica o garantías para un proceso de investigación justo.

Informaciones periodísticas serias acaban de demostrar que fiscales y jueces en el Caso Odebrecht, cuando menos, han usado raseros diferentes para medir a los investigados.  Mientras para unos hay diligencias inmediatas y prisiones preventivas, para otros hay silencio y ocultamiento de información.

Un sistema de justicia no confiable o, peor aún, uno parcializado políticamente, es letal para el estado de derecho. Rompe la seguridad jurídica y perfora el sistema democrático. Afecta la calidad de la democracia.

La calidad de la democracia se daña tanto si es que se atacan las garantías democráticas de acceso al poder -elecciones, libertad de expresión, sistema de partidos-, o si se alteran los límites al ejercicio del poder político -independencia de poderes-, como si las instituciones que la conforman se salen de su marco constitucional y caen en el abuso del poder. 

Una justicia parcializada, politizada o encarnizada contra los rivales políticos, lesiona, pervierte, trastoca y subvierte la calidad de la democracia.



07 agosto, 2017

Venezuela: ¿en el nombre del padre o del hijo?


¿Puede la política separar al padre del hijo?

Sí, por supuesto, y allí están los cientos –acaso miles– de historias de familias venezolanas desgarradas por la insania de un gobierno que no lo detiene ni el rechazo, ni las movilizaciones, ni la sangre.

Más de 120 muertos, estudiantes universitarios en su mayoría, pero también menores de edad y hasta infantes. Todo el horror necesario para mantenerse en el cargo y sustituir una a una las piezas de poder.

Hijos que salen a las calles a protestar. Padres sometidos al poder de turno.

Es el caso del recientemente nombrado fiscal general de Venezuela, Tarek William Saab, ex defensor del Pueblo de ese país, enfrentado y distanciado políticamente de su hijo, Yibram Saab.

En abril de este año, cuando la violencia arreciaba en diversos puntos de Venezuela, y los disparos de las fuerzas de seguridad cobraban vidas de inocentes jóvenes universitarios, el joven Yibram, estudiante de Derecho, salió a protestar a las calles.

Y, de paso, se enfrentó a su padre.

Tras ser agredido por las fuerzas de seguridad, Yibram preparó un comunicado en el que protestó por la muerte del joven Juan Carlos Pernalete.

Lo escribió, lo grabó con su teléfono y lo subió a las redes.  (http://www.bbc.com/mundo/media-39738732)

“Ese pude haber sido yo”, acusó Yibram.

Allí mismo le pedía a su padre que reflexionara sobre la situación de violencia que vivía su país e “hiciera lo correcto”, para ponerle fin.

Tarek William Saab era en ese momento el defensor del Pueblo, sumiso al régimen de Maduro.

Padre e hijo marcaron posiciones diferentes. Enfrentados por principios antagónicos.

Yibram representa a todos los hijos que salen hoy a las calles en Venezuela para reclamar que su país reencuentre su cauce democrático.

Tarek es el padre que no escuchó, ni respondió al hijo, y que acaba de renunciar a la Defensoría del Pueblo para ser nombrado fiscal general por una Asamblea Constituyente espuria.

El problema es la perversión de la política, su transformación en dictadura pura y dura.

Quien mancha el poder con sangre; corrompe, degrada, envilece, el fin supremo de la sociedad que es el ser humano, es decir, la política.

Entonces, ¿puede la política separar al padre del hijo? Si se envilece, claro que puede. Pero también puede reivindicarse, separar al hijo del padre y recuperar los valores en la política.