29 mayo, 2022

El hambre ya está aquí



El economista jefe de la FAO, el peruano Máximo Torero, lo acaba de decir en una entrevista en el diario El Comercio: “En el Perú hemos encontrado niveles de hambruna que no habíamos visto antes”. Se refiere a los comedores populares de las zonas periurbanas de Lima, organizados por personas que perdieron su empleo durante la pandemia y que ahora sufren porque sin ingresos no pueden comprar sus alimentos que, además, suben cada día de precio.

 

A esta situación dramática, el funcionario internacional la llama: inseguridad alimentaria aguda.

 

En el penúltimo peldaño de la escala social, en la frontera de la indigencia, se encuentran las ollas comunes, organización social de sobrevivencia que atiende solo el almuerzo y que ha eliminado de la dieta el desayuno y la cena.

 

Para apaciguar el dolor que causa el hambre en los estómagos, las personas de las ollas comunes salen a pedir ayuda en los mercados. Hasta hace unos meses los vendedores minoristas les regalaban algunos productos, pero ahora es distinto. Ya los pobres no pueden ayudar a los pobres extremos.

 

Los sobrevivientes prefieren esperar a que termine la jornada de venta y escoger entre los desperdicios algunas verduras, tubérculos o frutas que puedan usar para preparar sus alimentos. Los pocos soles que pueden obtener de la venta de materiales reciclables solo alcanzan para comprar espinazos de pollo, vísceras o huesos de res “para darle sabor a la sopa”. 

 

La FAO envió un equipo técnico a realizar trabajo de campo para verificar la magnitud del problema. En los próximos meses publicará sus resultados. Pero los avances preliminares no dejan duda sobre el azote del hambre en las poblaciones pobres periurbanas del Perú. La pérdida del empleo por desactivación de la economía informal devolvió a los pobres al fondo del abismo social.

 

Sin trabajo, sin ingresos, no hay programa social que aguante. Peor aún si carecemos de institucionalidad y tenemos un Estado deficiente, débil y desestructurado. Es cuando se requieren recursos humanos preparados para asumir el control de la situación, diseñar estrategias claras de ayuda, pero sobre todo que aseguren, incentiven y aceleren la reactivación económica.

 

¿Puede alguien creer que la principal mina del país, que genera recursos para el Estado, sigue cerrada? El problema no es solo la guerra, el cambio climático, las sequías y las enfermedades que asolan a todo el mundo. En nuestro caso es también de gestión y administración del aparato público.

 

Ojalá las municipalidades puedan empezar a diseñar y enseñar a la gente a generar jardines, techos, viveros o macetas de alimentos vegetales. Cada centímetro de tierra debiera ser aprovechado para cultivar alimentos. La crianza de animales menores también puede ayudar a generar la proteína que necesitamos para escapar de las garras de la anemia y desnutrición crónica. El pescado y los frutos del mar son también una buena alternativa para mejorar la dieta diaria. 

 

Pero si el 2022 es ya preocupante, a la FAO le alarma más el 2023. ¿Qué pasará —se pregunta— si no se pueden traer todos los fertilizantes que se requieren para la campaña grande de julio y agosto? En ese caso caerán no solo los productos de panllevar, sino hasta los productos estrellas de la agroexportación, hundiendo más nuestra generación de divisas. 

 

Urge convocar a una cumbre nacional contra el hambre donde participe no solo el sector llamado a liderarla, el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego, sino todos los ministerios sociales y de producción, así como el sector privado de alimentos, think thanks, la academia y las iglesias. El hambre no espera. El hambre ya está aquí.