31 agosto, 2019

El punto de no retorno


¿Cómo llegamos a este callejón sin salida? ¿Cómo así ingresó en agenda un monstruo de dos cabezas: el cierre del Congreso y la vacancia presidencial? ¿En qué momento caímos en el agujero negro de la antipolítica?

Esta semana las posiciones del ejecutivo y legislativo no solo no mejoraron, sino que empeoraron. Estamos ad portas del punto de no retorno.

El presidente Vizcarra no ha dado su brazo a torcer y sigue ventilando en calles y plazas su decisión de mantener el recorte del mandato presidencial y legislativo y el adelanto de elecciones para el 2020. 

Este es un tema no negociable, ha dicho.

El legislativo, en tanto, empieza a recabar informes especializados de constitucionalistas y organismos internacionales ante la eventualidad de que el ejecutivo pretenda disolverlo presentando una cuestión de confianza… por lo que sea.

En el post anterior decíamos que “No hay forma de solucionar la crisis entre el legislativo y ejecutivo sin que alguno de los dos poderes ceda posiciones. No es solo una cuestión de conversar, sino de llegar a acuerdos”. 

La verdad es que no se requiere solo voluntad entre las partes para llegar a buen puerto, aunque, siempre ayuda una buena dosis de deseo, intención, ganas de querer sacar adelante las cosas. 

Entre políticos son más útiles otras características, sobre todo en la mesa de negociaciones: habilidad para negociar, capacidad de decisión para concretar acuerdos y tenacidad y firmeza para llevarlos adelante.

Ceder en política, como en la guerra, no siempre es perder. Por encima de los intereses particulares de las partes está el interés del Perú.

Requerimos ciertamente una reforma profunda de la justicia, de la política, de las instituciones republicanas, pero en democracia, sin sobresaltos ni jacobinismo. Recurrir al Vox populi, vox Dei, es un argumento populista, producto de una caótica y pendular democracia de masas.

Por otro lado, conspirar contra el poder constituido es también ingresar a una senda torcida de apetitos personales o de grupo, intereses económicos acostumbrados a vivir del Estado. Es caer -otra vez- en el mercantilismo decimonónico. 

¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?

No fue el día en que Vizcarra decidió que no quería gobernar más y propuso adelantar las elecciones. Tampoco cuando PPK, arrinconado por las acusaciones y la caída de la muralla china, decidió renunciar al gobierno. Ni cuando Keiko llegó a la conclusión de que le habían robado las elecciones y decidió usar su mayoría parlamentaria para vengarse de PPK.

No, Zavalita, eso es el presente. Nosotros nos jodimos mucho antes. Nos jodimos varias veces, en varios momentos. La verdad, Zavalita, es que el Perú nació jodido.


25 agosto, 2019

Conversar es ceder


No hay forma de solucionar la crisis entre el legislativo y ejecutivo sin que alguno de los dos poderes ceda posiciones. No es solo una cuestión de conversar, sino de llegar a acuerdos. 

Esta semana, las cabezas de ambos poderes volvieron a levantar sus banderas, sin punto de consenso a la vista. 

El Congreso —al menos una mayoría notoria— se resiste a adelantar elecciones. El presidente, por su parte, insiste en que no hay otra salida que el recorte del mandato presidencial y congresal.

Sobre el mecanismo de adelanto de elecciones, además, se debe agregar el ingrediente del plazo. No hay tiempo para hacerlo vía referéndum, como propuso el presidente Vizcarra. Esto obligaría a aprobar la iniciativa en dos legislaturas ordinarias sucesivas, lo que implica recortar la presente y convocar a una extraordinaria solo para ese fin.

Sin un cambio en las posturas máximas de los representantes de los poderes de Estado, difícilmente habrá acuerdo. Si conversar no siempre es pactar; en este caso, para encontrar una salida, conversar es ceder.

Vizcarra (47% de aprobación personal) llega con el respaldo mayoritario de la calle a su propuesta de adelanto de elecciones (70%). Mientras que Olaechea (15% de aprobación personal) representa al Congreso de la República en su nivel más bajo de aprobación (8%).

¿Estará dispuesto el presidente de la República a ceder en su propuesta de elecciones adelantadas? Por lo que ha declarado a medios como Hildebrandt en sus Trece (HT) y Semana Económica (SE), parece que no. 

“He escuchado a algunos congresistas decir que lo mejor para solucionar la crisis es vacar al presidente. Esa es otra alternativa, que la propongan. Otra alternativa es lo que dice la gente: cierren el Congreso. Hay que analizar todas las alternativas. Lo que nosotros decimos es que se deben hacer las cosas de manera ordenada, pensando en el Perú”, le dijo el presidente a SE.

“Después de tres años de gobierno, con un presidente que renuncia, después que se intentara su vacancia, con un gabinete que cae, con ministros censurados, con normas que se presentan y que son distorsionadas por el Congreso, el planteamiento es adelantar las elecciones”, planteó en HT. 

En otras palabras, resetear la política.

Los constitucionalistas, sin embargo, coinciden en que tal como están las cosas hoy no hay razones suficientes para legalizar —ni respaldar— ninguno de los dos extremos: cerrar el Congreso o vacar al presidente. 

Y si no existen hoy, entonces, podrían también eliminarse de la mesa de conversaciones. Ni cierre del Congreso, ni vacancia presidencial, he ahí un primer punto de partida de la cita entre el presidente de la República Martín Vizcarra y el presidente del Congreso, Pedro Olaechea. 

¿Será posible ese milagro? Después de todo, quizás no fue tan mala idea que ambos personajes se reúnan para conversar en la Iglesia San Francisco, porque una ayudita para salir de posturas irreductibles, van a necesitar. 

18 agosto, 2019

Armisticio político… en las urnas


No ha mejorado el clima entre el ejecutivo y legislativo tras la instalación del Congreso de la República y la elección de las comisiones ordinarias. Todo lo contrario, el jefe de Estado sufrió la baja de tres congresistas de su bancada —Aráoz, Bruce, Choquehuanca— su primera vicepresidenta y dos ex ministros, nada menos. Fuerza Popular, en cambio reelegió a Rosa Bartra en Constitución y a Tamar Arimborgo en Educación, no precisamente sus cartas más diplomáticas.

El ejecutivo llegó así a su punto más bajo de orfandad en la Plaza Bolívar. Pero, quizás, por lo mismo, sus propuestas han sido respaldadas de manera contundente en la calle. 72% se muestra a favor del adelanto de elecciones, según Ipsos Apoyo. Y 69% rechaza la vacancia presidencial, una bandera levantada por el congesista Mauricio Mulder y las bases del Apra.

No hay forma de vacar al presidente con una popularidad tan alta, a no ser por una de las causales establecidas en la Constitución. Y tampoco el ejecutivo puede cerrar el Congreso solo porque este no asuma con celeridad su propuesta de adelanto de elecciones.

Con un juego político posicionado en tablas, el país sigue sumido entre la incertidumbre y la desconfianza. 

Por si esto no bastara, en el caso Tía María, asistimos a un sorprendente descenlace en el que el propio presidente de la República, a puerta cerrada, acuerda con gobernadores y alcaldes la suspensión de la licencia de construcción a la minera Southern. ¿Se trata de una postura frente a la minería en general o es un rechazo específico contra la empresa que puede dejar la puerta abierta al ingreso de capitales de otra nacionalidad? Eso no lo sabemos a ciencia cierta.

El temor es que estas idas y venidas, marchas y contramarchas, genere una ola de reclamos a lo largo de todo el corredor minero — ya tenemos el paro de Quellaveco en Moquegua y el incendio de una planta petrolera en Piura— que ponga en peligro la ejecución de nuevos proyectos. Existen en cartera al menos 58 mil millones de dólares en el sector minería que no puden echarse por la borda.

En este escenario, la salida de elecciones adelantadas parece ser la menos mala de todas las alternativas posibles. El periodo de indefiniciones, el diálogo de sordos que se ha instalado entre los principales poderes del Estado y la posibilidad de recuperar la confianza con un nuevo gobierno, sería, al menos, más corto. 

El capítulo final lo veremos en las próximas semanas cuando el Congreso decida si se toma todo el tiempo del mundo para debatir la propuesta de adelanto de elecciones o si acelera los plazos, elimina la semana de representación de agosto, y evita que se prolongue el desprestigio político.

Recortar el mandato de gobierno no es la mejor mejor recomendación para fortalecer la institucionalidad. Pero cuando los poderes no encuentran una salida conversada, negociada y, por el contrario, sus únicos argumentos son provocaciones y gabinetes de guerra, que podrían paralizar la economía —en un contexto internacional ya de por sí adverso— lo más sensato es evitar la agonía.

Los tambores de guerra deben dejar de sonar. Y dar paso al armisticio político, en las urnas.



11 agosto, 2019

La democracia contemplativa

En su acepción filosófica la contemplación es una forma de entender la vida y de encontrar la verdad. La vida activa, dijo Aristóteles, está referida a los negocios, a la guerra y al hombre; la vida contemplativa, en cambio, se relaciona con la relflexión, la paz y los asuntos divinos. En religión, la contemplación -decía Santo Tomás- es un estado de gracia en búsqueda de la verdad y el amor a Dios. En política, en cambio, la contemplación tiene una doble acepción. En el campo teórico es necesaria para promover la reflexión, el entendimiento, el conocimiento profundo de las relaciones humanas y el poder. Pero, en el pedestre acto de gobernar, corre el riesgo de convertirse en una burbuja que obnubila al gobernante, paraliza la toma de decisiones, genera el desconcierto y no deja que se organicen ni fluyan las ideas, ni el sentido de la la ley y el orden. Desaparece hasta el respeto.

Cuando un país llega a ese nivel de actitud contemplativa en democracia, es posible entender cómo la representación teatral del fusilamiento del Presidente de la República en la Plaza de Armas de Arequipa, pasa como un acto legítimo de protesta, sin que la fiscalía actúe de oficio denunciando a los instigadores por apología a la violencia. O que un grupo de gobernadores y alcaldes logren hacer  retroceder al gobierno en su postura -correcta- de otorgar licencia de construcción a una empresa privada para promover la minería. O que hasta el momento nadie sepa qué pasará en el Congreso de la República con el proyecto presentado por el ejecutivo para recortar el mandato y adelantar las elecciones generales, sintiendo que lo más probable sea que nada ocurra y nadie se espante por ello. Es decir, que el proyecto sea rechazado sin que nadie tenga claro el derrotero político de los próximos meses y nos quedemos todos con la sensación de que en este país lo único cierto es que no hay certeza de nada.

En la democracia contemplativa predomina la inacción del gobierno a la acción eficiente del Estado; el inmovilismo legal ante la arremetida delictiva de los caóticos y violentos; el retroceso y el miedo frente a la decisión asumida; el espíritu claudicante y mediocre ante el ánimo constructivo y la energía de la autoridad. Si contemplar es reflexionar, mirar de lejos, para tener perspectiva de las cosas, en política es tomar distancia, sin alejarte de la realidad pensando que los problemas no se resuelven o se resuelven por sí solos. En filosofía y religión, la contemplación va en búsqueda de la verdad; requiere un espíritu altruista y limpio para encontrar la conexión divina. Es de puertas hacia adentro. En política hay que ser realistas, analizar bien antes de hacer y/o anunciar las cosas, tomar la decisión y empuñar firme el mando de la nave cuando la tormenta arrecia. Es una facultad humana que requiere menos estado de gracia y, ciertemente, más coraje y decisión. Es de puertas hacia afuera. Un extraño hechizo se apodera de la democracia cuando ingresa a ese sopor parecido al estado de gracia de la filosofía, de contemplarlo todo -con asombro- y no actuar nada. 


04 agosto, 2019

Salida anticipada


El adelanto de elecciones que el presidente Vizcarra presentó como un as bajo la manga en su mensaje del 28 de julio de 2019, es el punto de quiebre de una crisis permanente entre el legislativo y el ejecutivo, larvada en su origen, desde que Keiko Fujimori señaló que le ganaron las elecciones con fraude.  
Está en discución la gravedad de este desencuentro. ¿Estamos ante una crisis de la magnitud de los noventa, cuando Fujimori renunció al gobierno, se instaló un gobierno transitorio y se adelantaron las elecciones? No lo creo. Disputas, desencuentros, choques o abiertas hostilidades entre el legislativo y ejecutivo hay siempre. Pero no todas las crisis políticas terminan con una limpieza de la mesa para empezar el juego de nuevo. 
De 39 crisis políticas ocuridas en América Latina entre 1950 y 1966 en 17 países de la región el argentino Aníbal Pérez Liñán encontró que 22 crisis desembocaron en una ruptura institucional, pero otras 16 se resolvieron dentro del marco democrático institucional y solo 6 se resolvieron fuera de el (Pérez Liñán, 2001).
No estamos, en efecto, en una salida tipo golpe, o autogolpe civil o militar  como en el pasado América Latina y el Perú resolvieron sus crisis políticas, verdaderos choques obstruccionistas entre sus respectivos poderes (Bustamente y Rivero, 1948; Belaunde 1968; Fujimori, 1992). 
Aún con estas experiencias históricas, al analizar las relaciones entre el legislativo y ejecutivo peruano en el periodo 2001 - 2016, la correlación de fuerzas entre ambos poderes tendieron al equilibrio. “… ni el Congreso desplegó una actitud obstruccionista y controladora hacia el Ejecutivo, ni éste trató de gobernar de espaldas a la cámara baja de manera preeminente. No hubo por tanto choque entre ambas instituciones, aunque tampoco pueda hablarse de excesiva cooperación” (García Marín, 2017).
El resultado que estamos por ver en el presente periodo de gobierno es el resultado del poder mayoritario en número que logró una bancada, pero también de la absoluta imposibilidad del ejecutivo de contrapesar este poder articulando alianzas con otras fuerzas políticas. Más que un desencuentro en la producción de normas, la disputa fue de poder. 
La propuesta de Vizcarra destraba este proceso de manera maximalista. Refleja en cierto modo hasta un agotamiento para gobernar. Una salida de patear hacia adelante con la posibilidad de cuidar el capital político del jefe del Estado en lugar de utilizarlo para gobernar hasta el último día como manda la ley.
En lo que ha tenido éxito el ejecutivo es en plantear ante la opinión pública que la decisión de aceptar o no el recorte del mandato y las elecciones generales anticipadas, está en manos del Congreso. Con ello se pone del lado del pueblo que mayoritariamente respaldará esta medida. No en vano la expresión popular “Que se vayan todos” nace de la calle.
Pero si bien la terminación anticipada del mandato gubernamental y de la representación parlamentaria es una salida constitucional; antes que nada es la expresión del fracaso de hacer política. El Congreso excedió su papel opositor y el ejecutivo no pudo convencer ni persuadir. Ganó la pechada de ambos lados, sin que cedan posiciones ni pasiones. Política es el arte de lo posible. No de lo imposible.
El desenlace, sin embargo, está aún por verse. La decisión final la tiene la bancada mayoritaria de Fuerza Popular. Hay escenarios para todos los gustos. Desde el rechazo de la propuesta y la continuidad del presidente Vizcarra o su salida y reemplazo de la vicepresidenta Merecedes Aráoz, hasta el gobierno transitorio del presidente del Congreso, Pedro Olaechea, o de algún otro congresista que asuma un gobierno transitorio de “unidad nacional”.
De todas las alternativas posibles, tres son los caminos que mejor se acomodan a la realidad, siempre que para el ejecutivo, el adelanto de elecciones no sea una posición final ni inmodificable:
1. El Congreso acepta la propuesta de recorte del mandato de gobierno y se adelantan las elecciones para renovar el ejecutivo como el legislativo. Se aplican algunas reformas políticas ya aprobadas.
2. El Congreso rechaza la propuesta, pero concede replantear la inmunidad parlamentaria y avanzar en la reformas políticas. 
3. Congreso rechaza la propuesta y acuerda con el ejecutivo una “agenda de transición y promoción del desarrollo (salida)”.
El capítulo final se inscribirá en las lecciones que América Latina aportará a las ciencias políticas, en el capítulo de relaciones entre los poderes de estado. Una salida limpia, sin agitación en las calles, sin descomposición social, sin estallidos violentos, sin sombras de golpe. Una salida tan sosa que revela o un blanco desprendimiento de poder o un acto enorme de incompetencia para gobernar que se quiere ocultar con una consulta popular sobre un tema rechazado de forma populista.  
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