18 mayo, 2013

El Pedido de Reconsideración: Razones de Fondo


No se han atendido, ni entendido, las razones de fondo por las que Perú Posible pidió la reconsideración de la votación en la Comisión de Fiscalización en la que, una semana antes, se acordó solicitar al pleno del Congreso facultades para investigar dos aspectos:

1. Las nuevas propiedades de Alejandro Toledo, y

2. El origen de los fondos con los que se compró una oficina, cocheras y depósito.

Las notas periodísticas, columnas de opinión e incluso editoriales, han dado más importancia al hecho de que en la sesión del miércoles 8 de mayo un candidato accesitario votó como si fuera titular.

Esto fue una cuestión anecdótica, una artimaña del fujimorismo que ocurrió, en efecto, en esa acalorada como  confusa sesión de la Comisión de Fiscalización que dirigió el congresista Rondón.

Pero las razones para detener este proceso que buscaba votarse en el Pleno del Congreso son otras, más de fondo que de forma.

En primer lugar, el texto de la moción que sustenta el pedido para solicitar facultades investigatorias, parte de dos premisas imposibles de ser ejecutadas.

El punto uno (“las nuevas propiedades de Alejandro Toledo”) no es verdad. Alejandro Toledo no tiene nuevas propiedades. Tanto la casa de Las Casuarinas como la oficina, cocheras y depósito son inversiones inmobialiarias de su suegra, como consta en la documentación que se ha remitido a la fiscalía correspondiente. ¿Qué nuevas propiedades podría investigar el Congreso si estas no existen?

El punto dos, (“el origen de los fondos”) está relacionado a inversiones privadas, hechas por ciudadana de origen extranjero, a través del sistema financiero, cumpliendo todos los requisitos legales que se exigen en el país. Son actos protegidos por la Constitución y las leyes. ¿Puede el Congreso investigar transacciones de privados?

Ahora bien, en el debate para llevar esta investigación al Parlamento se ha esgrimido el artículo 88° del Reglamento del Congreso, que faculta a este Poder del Estado a iniciar investigaciones sobre cualquier asunto de “interés público”.  

Pero el interés público está referido aquí no como un hecho que interese a la opinión pública, sino referido al esclarecimiento de hechos que tengan que ver con la cosa pública. La Sra. Fernenbug no manejó recursos de Estado. Ni fue funcionaria pública. Es, por lo tanto, una persona ajena a la cosa pública.

Consecuentemente, ni la Comisión de Fiscalización ni una Comisión Investigadora del Congreso tienen competencias para investigar acciones o transacciones de ciudadanos que no son funcionarios o servidores públicos.

Hacerlo implicaría violar el Art. 139° de la Constitución que protege el debido proceso, reconocido como una Garantía Constitucional.

Otorgarle facultades de investigación en este tema a la Comisión de Fiscalización violaría, además, el inciso e) del numeral 24, artículo 2° de la Constitución que señala que “Toda persona  es considerada inocente mientras no se haya declarado judicialmente su responsabilidad”.

La investigación que pretendía hacer el Congreso partía de una presunción de  culpabilidad y no de inocencia, cuando, en estricto derecho, la cosa es al revés. Se presume la inocencia, no la culpabilidad.

Si se considera –como lo han hecho la Procuraduría y Ministerio Público– que existe una presunción de “lavado de activos” en las mencionadas inversiones, entonces, el organismo técnico encargado de investigar es la Unidad de Inteligencia Financiera y la fiscalía especializada.

Pero sucede que el Ministerio Público, la Unidad de Inteligencia Financiera, la Policía Fiscal, la Sunat, la Sunarp y hasta la Municipalidad de Surco, ya se encuentran investigando estas operaciones inmobiliarias, por disposición de la 48 Fiscalía Pública de Lima.

Estas inversiones inmobiliarias vienen siendo investigadas por el Ministerio Público y todos los organismos competentes desde enero de este año. ¿Por qué el Congreso debería abrir una línea paralela de investigación?  Por motivaciones políticas, evidentemente.

El Congreso lo que quería era un circo.

En Perú Posible, no estamos en contra de que estos actos se investiguen. Por el contrario, estamos a favor, pero en las instancias que correspondan. En este caso, el Ministerio Público.

Debemos ser pacientes para que el Ministerio Público termine su trabajo. Por supuesto, los opositores tienen todo el derecho de llevar este debate a la arena política. Y nosotros tenemos el deber de responder también en ese terreno. Y ha así ha sido.

05 mayo, 2013

El amigo Javier


Trabajé para Javier Diez Canseco, pero creo que él no lo supo nunca. O quizás sí. Nunca lo sabré, en todo caso. Javier se ha ido peleando su última gran batalla, encarándola, como toda su vida lo hizo: su batalla contra el dolor. El dolor que genera el cáncer.

Digo que trabajé para él porque tuve –allá por la segunda mitad de los ochentas– mi primera práctica remunerada en el Semanario Amauta que él dirigía. Por aquel entonces, había sido seleccionado entre un grupo de finalistas del curso de fotografía del profesor Ernesto Jiménez en San Marcos, y llevado, como premio, de practicante a la revista Amauta; clasista y combativa revista del Partido Unificado Mariateguista, el PUM, el partido que lideraba Javier.

Amauta era un órgano de prensa partidario que combinaba la opinión política con el periodismo de interpretación. Era un semanario de parte, que no ostentaba de hacer prensa objetiva, sino, todo lo contrario, prensa combativa.

Mi jefe de Información era Santiago Pedraglio y cuando a los pocos meses pasé de fotógrafo a redactor mi jefe de Redacción fue Carlos Iván Degregori, así que un pinche redactor como yo no tenía contacto con el director. Por eso digo que no sé si él realmente supo que yo estaba trabajando para él y su revista.

Pero lo observé y admiré a la distancia.

Siempre me impresionó su forma directa y franca de encarar las cosas. Su valentía para pelear por los más pobres. Y la utopía  perpetua de una revolución. Tenía la mirada franca, penetrante, de águila; aunque también, algunas veces, triste. Mucho tiempo después, en algunas comisiones, lo vi llorar tras sus gruesos cristales, cuando escuchaba o narraba tesitimonios de violaciones horrendas a los derechos humanos.

Javier conoció la pobreza en vivo y en directo de joven. La vio pasar en una improvisada caja de madera que cubría el cuerpo de un puneño pobre, muerto. El recién había llegado como muchos estudiantes lo hicieron en la década del sesenta cuando Belaúnde llamó a los jóvenes a idendificarse con su país viajando para internarse y trabajar en las provincias más alejadas. Javier fue a Puno. Y esto, creo, le cambió la vida.

Cuando terminó la experiencia de Amauta pasé a La República y desde aquí lo seguí en diversas jornadas, dentro del Congreso y fuera de él. Lo vi en foros, reuniones, mítines y marchas. En estas últimas, siempre a la cabeza, sin importar para nada el impedimento físico que tenía en la pierna, secuela de la polio que lo atacó de niño.

Un día, en una de las tantas jornadas contra la dictadura, lo vi incluso sostenerse en pie sobre su pierna lesionada, agarrarla con una mano para mantenerla firme y lanzar una patada a la policía que le cerraba el paso. Así de osado era Javier, aún a costa de su propia salud.

Nunca milité en la izquierda, así que no podría decir que me alejé de ella. Aunque mis convicciones se fueron más bien definiendo y abracé el proyecto politico de Perú Posible. En estas nuevas circunstancias, apenas hace unos meses, trabajando ya con el Presidente Alejandro Toledo, me cupo conocer la enfermedad de Javier. Desde hacía años, un cancer lo había atacado silenciosamente -como suele ocurrir con esta enfermedad traicionera-, y recién ahora se manifestaba.

Le comenté a Toledo la información que el propio Javier había hecho pública a través de un comunicado y Alejandro lo llamó de inmediato. Fui testigo de la conversación que se filtraba por los parlantes del celular.

Alejandro se interesó sobremanera por la salud de Javier. Le dijo incluso que llamaría -si Javier estaba de acuerdo- al Dr. Elmer Huertas en Washington para que viera personalmente su caso y le recomendara el mejor tratamiento.

Javier le agradeció la ayuda y le pidió el teléfono del Dr. Huertas. También lo autorizó para que hablara con él. Apenas colgó, Alejandro llamó a Elmer Huertas. Hablaron sobre las posibilidades de tratar el caso de Javier y de ser necesario trasladarlo incluso a los Estados Unidos.

No supimos más sobre las gestiones realizadas. Hasta hace dos días, cuando Carlos Monge comentó en su Twitter que la salud de Javier se había agravado. Le volví a comentar a Toledo el tema y de inmediato llamó nuevamente a Javier.

Esta vez no pudo conversar con él. Intentó dos veces más hasta que dejó un mensaje en la grabadora: “Javier, si puedes, por favor llámame, necesito hablar contigo, eres un hombre valioso para el Perú. Fuerza Javier”. A las pocas horas, supimos la ingrata noticia.

Como he leído en varios mensajes, no hay explicación para entender por qué la muerte se lleva a los hombres buenos, íntegros, leales a sus principios. Parece injusto. 

Quizás sea para recordarnos a los que quedamos aquí en la tierra que la vida y la muerte son solo circunstancias de tiempo.

O quizás para enseñarnos con su muerte.

Para llamar nuestra atención sobre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto.

Para que ante la pérdida material irreparable, su ejemplo se reproduzca en otras mentes, en otras actitudes, en otras personas, cientos, miles, millones de veces.

Quizás entonces, su sueño y el de todos los hombres buenos, de un mundo de paz, justicia, sin pobreza y equidad, se pueda cumplir. 

Descansa en paz, amigo Javier.