21 febrero, 2010

Lourdes candidata a Lima

Lourdes Flores ha entrado a la competencia electoral de Lima marcando la cancha: “Estoy dispuesta a dar batalla de la decencia contra la corrupción”. Es un buen lema para empezar, pero, me temo, no bastará para acometer con éxito la campaña que se avecina.

SI Lourdes logra descansar toda su estrategia en valores cívicos y morales –con los que estamos de acuerdo–, corre el riesgo de hacer una campaña demasiada “abstracta”, o teórica, desvinculada de las necesidades urgentes de la población.

Kouri representa el lado oscuro de la política, con sus mañoserías y falta de escrúpulos que le conocemos, pero, a juzgar por los resultados en los tres últimos procesos, eso no parece interesarle mucho a la gente.

Y es que en medio de la anomia política, el carnaval electoral y la farandulización del debate, los temas éticos y de valores en una campaña se estrellan frente al pragmatismo y al tomaquetedoy. Uno de los primeros en desbaratar el castillo ético de Lourdes será sin duda, Jaime Bayly.

Lourdes debe armar cuánto antes un Programa Municipal para Lima, basado en un nuevo enfoque de gobierno, moderno, eficiente, democrático e inclusivo, que coloque la capital de la República a la par que las grandes megalópolis del mundo.

Es necesario, por tanto, una convocatoria amplia a técnicos y especialistas en gestión municipal, seguridad ciudadana, infraestructura, tránsito, arbitrios, etc. que le permitan a la candidata del PPC acortar terreno frente a la experiencia municipal que exhibe Kouri.

El compromiso de adecentar la política expresado por la candidata del PPC está, como bien lo ha remarcado ella misma, más allá de los partidos y movimientos políticos; está en los jóvenes, las mujeres, en general, en una nueva actitud frente al reto de asumir los asuntos púbicos.

Si a ello se suma un programa municipal bien afiatado, y una lista de concejeros municipales convocante, Lourdes habrá dado un paso importante en su carrera política. La de pasar del discurso a la acción y de ésta al poder.

17 febrero, 2010

Déjà vu

Hoy soñé con una calle en la que -estoy seguro- había estado antes. No me pasaba esto desde que dejé de ser niño. Hace mucho tiempo. La calle era colorida, de reminiscencia colonial, aunque con ribetes modernos. Era de un solo sentido con carros aparcados en uno de los costados. Una casita blanca llamó mi atención. Tenía una base de piedra, algo plomiza o azulada y un marco de puerta del mismo color. La puerta era blanca, lo mismo que el intercomunicador. Un farolito pendía del dintel, iluminando el número de calle: 20. Era la penúltima de la fila; más allá una casa amarilla con ribetes color ladrillo, bordeaba la esquina.

Era verano. Los árboles verdes, sin rastro de hojas en el piso, dibujaban una estampa que no era de otoño. Era verano. Estaba seguro por la sombra de las copas recostada sobre las casas y los autos estacionados. La calle estaba vacía, lo que me generaba angustia y curiosidad. No había niños jugando en los alrededores. Parecía una ciudad de ancianos. De pronto, sentí que en cualquier momento aparecería yo mismo caminando por la esquina, por la casa amarilla. Pero pensé que eso no sería posible porque si alguna casa tenía yo en esa calle tenía que ser la número 20.

Viví en una casita similar de niño. O al menos así me la imagino ahora de grande. Era una casita con techos a dos aguas, de paredes estucadas en cal, lo que le daba ese color blanco que la hacía tan cálida y amplia, aunque no lo fuera del todo, en realidad. Era limpia, eso sí. Mamá acostumbraba a mantenerla así casi con espíritu maniático. Y yo heredé esa costumbre con mi cuarto. Lo tenía siempre arreglado, y no importaba cuanto tiempo me tomaba, siempre le pasaba escoba al piso y limpiaba mi pequeña biblioteca que hasta ahora me acompaña y que empezó, me acuerdo, con dos libros que compre de una colección que por aquel entonces empezó a publicar el gobierno militar de turno.

Caminé hasta la esquina y miré hacia un lado. A media cuadra había un túnel. Los carros pasaban apenas por lo estrecho de lugar. Seguí de frente y comprobé que toda la calle estaba cubierta por la sombra de los árboles. Imaginé que caminaba por allí paseando mi perro, rumbo a la panadería. Pensé que sería un lugar agradable donde no existía ruido ni peleas callejeras. Pero por el silencio existente, era posible escuchar el ronquido de los viejos al hacer la siesta.

No sé por qué te cuento todo esto. Lo cierto es que esa calle de casas coloridas se apareció hoy en mi sueño. Era como si hubiera estado allí. Podía sentir el piso desnivelado en cada uno de mis pasos. Las baldosas a rayas que seguramente se llenaban de agua con la lluvia. Podía sentir la vida atrapada en una burbuja. Podía sentir, incluso, el canto de los pájaros en las mañanas. Hasta me picaba la nariz con las pelusillas que dejaban caer los árboles y que el viento arrastraba de un lado a otro. Podía incluso ver las letras en las esquinas pintadas sobre la pista: Stop. Las cebras preventivas y las líneas punteadas para aparcar los coches. Podía ver las tapas de los buzones.

Podía sentir que caminaba directamente hacia la casita blanca y tocaba el intercomunicador en forma de casita también. Sentí cómo unos suaves pasos se acercaban a la puerta. Recordé que podía identificar tus pasos, aún cuando caminaras descalza por la alfombra. Alguien respondía a mi llamado. Sentí el crujir de la aldaba. El olor a mujer. Desperté.

10 febrero, 2010

El Francotirador

Bayly arremete contra los políticos. Contra todos los posibles candidatos. Les dispara con todo. Los descalifica. Los desacredita. Ataca a todos, excepto a dos: a Keiko Fujimori y a Luis Castañeda.

Bayly tiene licencia para joder, pero también tiene sus amiguitos.

Bayly se sienta en su poltrona dominguera y despotrica sin límite. Se despacha a su regalado gusto contra la Iglesia. Pide que se les recorte el sueldo a obispos y cardenales. Pide terminar el Concordato.

Bayly provoca a la Iglesia.

Amanece un día y anuncia que quiere ser presidente. Otro día dice quizás. Otro, ya se verá. Un día alaba a Pepe Barba. Otro, se pelea con él. Otro, se amista.

Bayly es un inconsistente.

Propone desaparecer las Fuerzas Armadas. Quiere recortar el sueldo a los congresistas. No quiere llevar lista al Congreso.

Pontifica sobre sí mismo, se enorgullece de su bisexualidad. Un día dice que es casado. Otro que tiene un novio en Argentina. Otro, presenta a una novia de 21 años.

Bayly juega con su sexualidad.

Cacarea de sus pequeños logros literarios. Habla mal de su padre. Habla pestes de sus amigos. Un día escribe que no quiere al Perú.

Bayly es un resentido consigo mismo.

¿Y este payaso tiene 6%?... lo peor es que puede seguir creciendo.

08 febrero, 2010

Democracia sin partidos

Más de 4 mil militantes renuncian a sus respectivos partidos políticos, entre ellos, un notorio grupo de alcaldes en ejercicio que, por enésima vez, cambian de camiseta.

25 organizaciones políticas debidamente registradas para competir en las elecciones municipales, regionales y nacionales; y un número mayor aún, en una febril tarea de acopio de firmas para inscribirse.

Todo ello en un contexto en el que 60 por ciento de encuestados expresa su desinterés por la política y su insatisfacción con la democracia.

No cabe duda, el país avanza hacia un nuevo modelo de democracia: la democracia sin partidos políticos.

El panorama se entiende mejor si reparamos en que mucho partidos no presentarán candidatos para las elecciones municipales, regionales, guardándose para la carrera electoral de fondo, las elecciones nacionales.

Por un lado, tenemos una explosión de movimientos locales y regionales que compiten con los partidos por el mercado de feligreses y votos; y por otro, partidos políticos que se inhiben de participar en la competencia electoral.

Ambos fenómenos confluyen en abonar la tesis fachistoide de Alex Kouri que sostiene que la gente no vota por partidos, sino por gente que le soluciona los problemas.

¿Para qué existen los partidos, entonces, si cuando deben, no presentan sus mejores cuadros en las elecciones locales y regionales?

Las elecciones municipales son vecinales porque se abordan los temas prioritarios de la ciudad, pero son esencialmente políticas porque elegimos a un ciudadano para que en nuestra representación administre los asuntos púbicos de la comuna.

El transfuguismo por un lado y el retiro de la arena política de los partidos en las elecciones municipales y regionales, por el otro, son factores que contribuyen a la anemia del sistema político.

Si seguimos así estaremos ingresando a un sistema sui generis de democracia sin partidos, por lo que tendríamos que redefinir el concepto doctrinario de democracia. Lo que nos lleva a preguntarnos con seriedad ¿para qué sirven los partidos políticos?

04 febrero, 2010

Salvador no se salva

Al renunciar al PPC para irse con Alex Kouri, el joven alcalde de San Miguel, Salvador Heresi, ha actuado como un viejo político. Con el mismo cálculo electoral del que sólo piensa en mantenerse en el poder. Sin importarle el pasado oscuro de su nuevo socio.

Heresi ha pasado al lado antiético de la política. Ese lugar tenebroso donde deambulan las almas sin alma. Donde abundan los políticos a los que nos les tiembla la mano para aniquilar a sus contrincantes. Donde los que no piensan como uno no son oponentes, sino enemigos.

Kouri es un zorro político. Astuto y rapaz. Frío como el acero para tomar una decisión. Incapaz de mostrar una sonrisa. Regala pescado, arroz, aceite, lo que sea, con tal de ganar votos.

Kouri es un ser de azufre. Puede pactar con el mismo diablo sin que se le arrugue la camisa. Heresi lo admira por los resultados que puede exhibir en gestión, pero se calla lo que el presidente regional del Callao representa en conducta moral.

En los videos Kouri - Montesinos, Kouri parece el estratega del asesor. Lo aconseja, le traza el camino a seguir, le anticipa los resultados.

¿Ignora esto Heresi? No, por supuesto.

Por el contrario, considera que la política es también oscuridad, temeridad, actuación sin escrúpulos. Lo que importa son resultados, parece pensar.

Por eso, en ausencia de Lourdes Flores, sin explicar sus razones, Salvador Heresi renuncia al PPC y se refugia en los brazos de Kouri.

Nada los distingue. Los unen sus decisiones de estribo. De libreto conocido. Traicionar a sus partidarios y subirse a un caballo suelto de cascos para gobernar.