29 septiembre, 2018

Carta abierta a Lima


Estamos a pocos días de tomar una decisión trascendente. A pocos días de entregarle nuestro voto a una persona para que gobierne la ciudad. No es poca cosa.  Aunque detestemos la política, le hagamos ascos, la odiemos o pensemos que nos es indiferente, que no va con nosotros, nuestro voto cuenta.

Aunque nos cueste aceptarlo, incluso, aunque no lo comprendamos del todo, la política, está presente en cada acto de nuestras vidas. El agua que sale de tu caño, o la que compras al camión cisterna, el parque que tienes frente a tu casa o que no existe en tu barrio, las horas que pasas en el transporte público, los paraderos que existen o el despelote que sientes cuando tomas una combi; todo, absolutamente todo, depende de una decisión política... que alguien tomó por tí.

Las decisiones políticas regulan —para bien o para mal— nuestras vidas.

Por esta razón, tu voto es importante. Si lo piensas bien, es lo más importante que tienes como ciudadano para actuar con responsabilidad. Casi lo único que tenemos loshombres y mujeres de a pie en el momento de decidir quién debe gobernarnos.

En los próximos cinco años esa persona que elijamos tendrá que ser más que un alcalde, un jefe de estado. En Lima somos casi 10 millones de personas y quien nos gobierne tiene que ordenar el tránsito, enfrentar la inseguridad ciudadana, reglamentar el comercio, construir infraestructura, diseñar espacios de recreación, pero, sobre todo, tendrá que trabajar para desterrar la corrupción.

Estas tareas no pueden estar en manos de un improvisado, o del “mal menor”. Ya muchas veces hemos rifado nuestro voto. Ad portas del bicentenario de la independencia, necesitamos elegir una persona que esté preparada para ser la primera autoridad de la ciudad; con experiencia de gobierno y sin sombras de corrupción. Una persona que además de estar capacitado demuestre en los hechos lo que pregona en la campaña. Porque más que decir, se necesita hacer.

Es hora de reflexionar. Y emitir un voto consciente. Por el bien de Lima. Por el bien de todos. Por una ciudad para la gente y con la gente, mi voto es por Jorge Muñoz de Acción Popular.



23 septiembre, 2018

Nace un caudillo


Sin partido político, habiendo llegado casi por accidente al poder, sin bancada para gobernar, el presidente Vizcarra ha logrado reposicionarse y pasar de un político endeble, acosado por la fuerza mayoritaria del Congreso, a un hombre con iniciativa política que se plantó en el terreno, marcó la cancha e impuso su juego.

En apenas tres meses el presidente Vizcarra cambió la agenda política y consolidó la  imagen más que de un político, de un caudillo; un líder con apoyo en las masas populares, antes que en las instituciones.

Para llegar a este punto, el hoy presidente —que goza de una popularidad de 52%, según JFK—, repitió una experiencia que ya había tenido cuando ejerció la representación del Colegio de Ingenieros de su pueblo natal, Moquegua.

El 2008, en medio de un conflicto entre el gobierno central y el pueblo de Moquegua, por la distribución del canon y regalías mineras, el entonces líder del Colegio de Ingenieros regional, se puso del lado de la gente. Fue la primera vez que Vizcarra tomó el micrófono ante una multitud de 15 mil personas. Apenas dos años antes había intentado ser alcalde de Moquegua, pero perdió.

A partir de un reclamo justo, en el momento indicado, frente al fracaso de la representación política, Vizcarra optó por defender la postura de la ciudadanía que reclamaba la administración independiente entre Tacna y Moquegua de los ingresos por canon y regalías.

“Debemos aprender de esta experiencia. De lo positivo y de lo negativo”, dijo en esa oportunidad. El perfil de ingeniero se transformó en el de un negociador dirigencial y de éste pasó al de un representante de los intereses de la mayoría. Dos años después del Moqueguazo fue elegido presidente regional.

Su transformación en Palacio de Gobierno ha tenido un tránsito parecido. Ante la aparición de los audios de la corrupción y la percepción —aparente o real— de que el Congreso no reaccionaba con celeridad para poner fin a esta situación, —lo que generó que la calle se caliente—, Vizcarra nuevamente optó por ponerse del lado de la gente y convocar el referéndum.

Entre el Congreso que lo bloqueaba y la gente que reclamaba acción, Vizcarra optó por la calle. Para un hombre sin partido político, es sintomático el número de movilizaciones en diversos puntos del país, organizadas la víspera de la votación de la cuestión de confianza, que salieron a corear su nombre.

Hoy, el presidente viaja por todo el país llevando un solo mensaje: lucha contra la corrupción y referéndum. El Congreso no puede ya retroceder en este tema. Hacerlo sería una burla que levantaría a la ciudadanía. En Moquegua, en los tiempos del levantamiento, y aún después, Vizcarra hizo lo mismo. Se paseaba por todos los medios con un solo mensaje: le explicaba a la gente que el problema de Moquegua era la ineficacia y la insensibilidad de las autoridades de Lima. Simple y sencillo, como ahora.

¿Es un caudillo el presidente Vizcarra? Está camino a serlo, en todo caso. Pero no se crea que es el típico caudillo latinoamericano populista, violador de los derechos humanos, cercenador de las libertad de expresión, que se apoya en las Fuerzas Armadas o en una popularidad carismática, para esquilmar la caja pública y/o desaparecer o perseguir a sus antecesores a punta de controlar la Policía, el Ministerio Público o el Poder Judicial.

No. Vizcarra no es Chávez ni Maduro. Puede ser el primer líder caudillista que en lugar de eso solo pretenda terminar el gobierno, recuperar el crecimiento, mejorar la administración, impartir justicia y, eso sí, dejar sentada las bases para un retorno más adelante. ¿Se lo permitirán? 


08 septiembre, 2018

La hora de la sociedad civil


Mientras la esfera política se crispa y tenemos al presidente de la República a punto de ser llevado al banquillo (político y judicial) por el caso Chinchero, surge el espacio de las organizaciones sociales con propuestas concretas y dinámicas propias cuya base es la defensa del sistema democrático, al que sienten amenazado por el monopolio del poder que ejerce Fuerza Popular desde el Congreso.

Es una corriente de aire fresco en medio de un hálito cargado que emerge de los destapes de corrupción en la judicatura. Esta semana dos conglomerados sociales se hicieron presentes para plantear una posición clara en favor de la viabilización del referéndum.

El Consejo Nacional de Decanos de Colegios Profesionales anunció que acudirá este martes a la ONPE para adquirir un kit electoral y empezar a recolectar firmas para de una vez por todas echar a andar el referéndum vía iniciativa ciudadana.

La Asociación Civil Transparencia organizó igualmente la Red Cívica por el Referéndum, una plataforma social que busca promover la participación ciudadana y cristalizar el referéndum a más tardar en diciembre.

No es poca cosa. Estamos, en verdad, ante un despertar, o cuando menos un sacudón, de la sociedad civil. Lo que debieran hacer ahora estas instituciones es coordinar y sumar esfuerzos sin protagonismo— para llegar a la meta: realizar el referéndum este año.

Que dos instituciones representativas de la sociedad civil converjan en un mismo propósito es una buena noticia para la democracia, aunque no lo es tanto para sus válvulas institucionales, los partidos políticos.

El resurgimiento de la sociedad civil conlleva al mismo tiempo el límite actual de los partidos políticos para interpretar y representar el sentir ciudadano. La diferencia entre una y otros es el objeto de su función. Los partidos buscan el poder; la sociedad civil, no; ella vela por la institucionalidad democrática.

En teoría corresponde a los partidos políticos impulsar o no las reformas constitucionales. Pero si estas estructuras languidecen y se empequeñecen más en cada elección, entonces toma protagonismo la llamada sociedad civil, grupo de entidades  ONGs, sindicatos, gremios, instituciones— orientadas más bien a servir de filtro moral o ético de la sociedad.

El renacimiento de la sociedad civil, sin embargo, sí puede seguir el camino inverso. Si su tarea docente, articuladora y democrática es eficiente y logra resultados puede ser el espacio ideal para la aparición de nuevos liderazgos que mañana más tarde, refresquen la política. Bienvenida, pues, la hora de la sociedad civil.

02 septiembre, 2018

Las reformas: ¿juntas o revueltas?


¿Puede a estas alturas la reforma judicial caminar al mismo tiempo que la reforma política? Según el gobierno, sí. Según Fuerza Popular, no.

El gobierno insiste en el mecanismo de referéndum con sus propuestas de reforma en los dos niveles. En tanto, Fuerza Popular, cree que primero se debería consensuar la reforma judicial y tomarse más tiempo para la reforma política.

Para el gobierno es fundamental que ambas reformas caminen juntas. La recuperación de Vizcarra está amarrada a esta propuesta, en especial la que propone la no reelección inmediata de los congresistas y, con menor fuerza, el retorno de la bicameralidad.

En un anterior post, señalábamos que si el Congreso rechazaba el referéndum o distorsionaba la propuesta del Ejecutivo hasta hacerla irreconocible, al gobierno no le quedaría otra cosa que “apelar con todo a la opinión pública y alistarse para promover la participación de la gente, recolectar firmas y proponer un referéndum por participación ciudadana”.

Es lo que acaba de anunciar el presidente en Madre de Dios. “Insistiremos con el referéndum. Y si finalmente hay inconvenientes y demoras exageradas, demoras exageradas en el Congreso de la República lo haremos a través de la recolección de firmas. A través de padrones que podemos firmar”, señaló hoy el presidente Vizcarra.

Este es el Plan B del gobierno: referéndum por participación ciudadana.

Las reformas judicial y política son ahora las bases de apoyo que tiene el Presidente Vizcarra. Y deben ir juntas. No separadas ni revueltas. 

Si logra viabilizar el referéndum vía la recolección de firmas, seguirá sintonizando con la población, arrinconará aún más al Congreso y tendrá el escenario ideal para seguir ganando popularidad. ¿Es esto populismo? No. Es hacer política.