24 julio, 2022

Sin patria no hay fiesta

 

El país se desmorona en el fango de la política sin que surja ese espíritu de grandeza que reclamamos desde aquí y que hemos tenido en el pasado. No hay fiesta, ni hay patria.

 

Hay sinsabor, desolación, frustración. Sin capacidad de renuncia en ambos lados del poder pasamos del que se vayan todos al nos quedamos todos.  Sin sangre en la cara y cumpliendo todos los protocolos.

 

Y, mientras tanto, el país, ay, siguió muriendo. El presidente de la República está atrapado en el juego del poder. 

 

Al cumplir un año de gobierno, prácticamente, carece de aliados políticos. El partido que lo llevó al poder lo conminó a abandonar sus filas.

 

Si requiere armar un gabinete -como que lo necesita a gritos- no tiene a quien recurrir. Su capacidad de convocatoria es casi nula. 

 

Las cinco investigaciones que le ha reabierto el Ministerio Público, sin duda, lo distraerán de su función principal de gobernar para preocuparse más en defenderse. 

 

En la calle, tres de cada cuatro peruanos lo rechazan. Su gobierno se está limitando a saltar de región en región en busca de una tarima política desde donde lanza epítetos, pero no gestiona.

 

El Legislativo está peor, 79 % lo desaprueba. La carta de Uriel García rechazando una condecoración lo dice todo: “las actuales instituciones tutelares del Estado peruano han perdido legitimidad y ya no representan la voluntad auténtica del pueblo peruano”.

 

La oposición dentro del Congreso ni siquiera puede ponerse de acuerdo en una fórmula unitaria para elegir la Mesa Directiva. El plazo para alcanzar la unidad vence mañana.

 

“Hasta la fecha, el bloque de Camones tiene potencialmente 52 votos, mientras que Echaíz arranca con 15 votos”, dice hoy la nota de Martín Hidalgo en El Comercio. Si se juntaran, asegurarían la victoria en primera vuelta.

 

Me parece que la salida para llegar a la unidad es asumir el Compromiso de Honor que ha logrado materializar la congresista Lady Camones.

 

La elección de ahora es para conducir el Congreso en las próximas legislaturas; y si hay sucesión constitucional, se elige una nueva Mesa Directiva.

 

Esto permitiría reducir la presión política que trae consigo la posibilidad de que sea el próximo titular del Congreso quien también se ponga el fajín presidencial. 

 

No, señores congresistas. Eso se verá en su momento. La sucesión presidencial debe pensarse en función no de los votos, sino en función de lo mejor para el país. 

 

Cuando llegue ese día, se requerirá elegir a una persona que conduzca el país con equilibrio, con capacidad de convocatoria para armar un gabinete probo y con honestidad e independencia para conducir un proceso electoral transparente.

 

Lo hemos hecho antes. Lo podemos hacer ahora. Antes que nada, el Perú, porque sin patria no hay fiesta.

 

 

 

 

 

17 julio, 2022

Estamos solos

En algún momento de su existencia el hombre miró al cielo. Y vio estrellas y astros titilando a lo lejos en una oquedad negra y profunda. Esa criatura curiosa había logrado finalmente caminar en dos extremidades y desarrollar un pulgar opuesto que le permitía prensar y fabricar herramientas.  Una y otra vez alzó la cabeza en dirección al universo buscando respuestas a los rayos de sol que lo calentaban, a la luz de luna que alumbraba la noche, a los rayos que alimentaban el fuego, al agua que daba vida a las plantas y creaba mares y ríos. Todo venía del cielo, todo caía del cielo. 

 

¿Qué fuerzas habitaban allá arriba que desencadenaban los más grandes misterios? Al no poder explicar los hechos, adoró los fenómenos naturales. Adoró el sol, la luna, el fuego, la lluvia. Luego conforme desarrollaba su intelecto imaginó que en las nubes moraba el Olimpo y una corte de dioses. Seres inmortales con poderes sobrenaturales. Divinos en su origen y poder, pero humanos en sus pasiones e instintos. Estos dioses se enojaban, peleaban, mataban, pero también podían ser bondadosos y premiar a quienes seguían sus mandamientos.

 

Más tarde pensó que el cielo debía ser el paraíso y la tierra el infierno. Imaginó que nada de lo que existía podía ser obra de la naturaleza o del azar cósmico, sino de la creación, regido por un ser supremo, inmaterial, puro y bondadoso, amor sublime, que envío a su hijo aún sabiendo que iba a morir a manos de su propia creación, el hombre terrenal. 

 

Dios, en su poder y amor infinitos, fue el refugio y proyección de esa alma atribulada y solitaria que sigue mirando y explorando el cosmos para descubrir, una y otra vez, que cuanto más conoce, más ignora; cuanto más profundiza, más le falta saber para terminar de comprender de dónde viene y por qué está aquí. 

 

Su más reciente logro es el telescopio James Webb que nos permite ver el pasado. Un momento de la historia del cosmos, hace 4600 millones de años luz, para confirmar la certeza de que hay tantos cuerpos celestes como granos de arena en el mar, y quizás más y que nuestra casa sigue siendo —como diría Carl Sagan—, un pale blue dot, un pálido punto azul.

 

Miramos el pasado para intentar ver el futuro. Para saber si en algún momento seremos capaces de saltar de roca. Por ahora nada indica que podamos hacerlo. Nuestros primeros pasos fuera de la tierra nos han llevado a la Luna; y a Marte hemos enviado vehículos autónomos. La Voyaguer 2 viaja a 56 mil Km/hora y necesitará 30 mil años para salir del sistema solar. Estamos lejos, muy lejos de siquiera pensar en dejar nuestra vía Láctea. 

 

La estrella más cercana, Próxima Centauri, está a 4.3 años luz de la Tierra. Si sabemos que la luz tarda 8.3 minutos en llegar a la Tierra, imaginen lo que tomaría llegar a la estrella brillante más cercana si algún día alcanzáramos movilizarnos a esa velocidad. No hay forma. La única manera de viajar a esas velocidades sería teletransportarnos ¡a la velocidad de neutrinos! La lógica nos dice que esto no es posible. Pero también nos impulsa a aceptar la existencia de otras formas de vida en el universo. Es absurdo pensar que no existan, aunque también lo sería pensar que estas se encuentren en un bar tipo Stars Wars. Una parte de la ciencia ficción sigue trasladando las virtudes y defectos del ser humano a las especies estelares: amor, altruismo, bondad, maldad, lujuria, egoísmo, sufrimiento, guerra. 

 

El futuro quizás sea trascender ese plano para finalmente convertirnos en seres de luz, desprovistos de temores, egoísmos y ambiciones. Por ahora, las imágenes del Webb nos reafirman que seguimos siendo unidades de carbón adheridos a nuestra mota de polvo cósmico desplazándonos de manera radio céntrico expansiva hacia el infinito... y más allá. Estamos probablemente poblados, pero al mismo tiempo estamos más solos. Lo que nos lleva a la conclusión de que dependemos de nosotros. El principio y fin de nuestras vidas está aquí. El día y la noche se sucederán hasta que lleguemos por obra propia al fin y comienzo de todo. Cuando eso suceda habremos realmente conquistado el universo.