28 diciembre, 2017

Maquiavelo y PPK



“En política y en diplomacia es lícito algunas veces mentir
(Maquiavelo, El Príncipe, 1532)

El indulto que el presidente Pedro Pablo Kuczynski otorgó a Alberto Fujimori es un camino sin retorno.  Cambia el escenario. Reacomoda la baraja.

Su decisión se basó, qué duda cabe, en la mentira, en el engaño, en la abierta traición a sus aliados que apenas dos días antes lo salvaron de la vacancia en el Congreso.

Pero, en realidad, fue un acto ordinario en política. Mucho más corriente de lo que podría pensarse.

El presidente sumó, restó y llegó a la conclusión que lo defenestraban, lo expectoraban, lo expulsaban del poder.

En esas circunstancias, postreras, angustiantes, el presidente optó por su plan B, trabajado en solitario, en la sombra: liberar a Fujimori a cambio de que no lo vacaran.

Para ello tuvo que traicionar a sus aliados. Pactó con el fujimorismo y al mismo tiempo se desprendió del grupo antifujimorista que hasta ese momento lo sostenía precariamente en el gobierno.

El presidente pudo elegir otro camino. Consolidar el antifujimorismo, ampliar su gabinete y pechar a los fujimoristas, pero no es su estilo. Prefirió la conversación en secreto con el ala mayoritaria del Congreso, o una facción de ella -aún no sabemos.

Lo que sabemos todos es que el presidente mintió. Le mintió a su bancada, a sus aliados, a sus asesores, a periodistas amigos y a cuánta persona consideraba –en lo más interno de su ser–, fuera de su círculo íntimo.

Les dijo una cosa e hizo otra. Engañó. Fue una acción reprobable, torcida moralmente, pero, políticamente, echó mano a una herramienta del manual de operaciones. Aunque parezca increíble, hizo política.

Fue una acción desesperada de sobrevivencia. Eligió el botón de eyección y expulsó a todos sus aliados para invitar a un nuevo copiloto que le asegure continuidad en el poder.

El presidente siguió a Maquiavelo. “Cuanto haga un Príncipe por conservar su poder y la integridad de sus Estados se considerará honroso y lo alabarán todos”.

La principal preocupación del Príncipe una vez que llega al poder es conservarlo. En este punto radican las observaciones y recomendaciones de Nicolás Maquiavelo su obra capital para Los Médicis. El objeto de su estudio es el poder.

Pedro Pablo Kuczynski apeló a la vieja fórmula de Maquiavelo de usar uno de los recursos que tiene el Príncipe para conservar el poder: el engaño.

Para juzgar su decisión no hay que pararse en la moral –donde la mentira es detestable, intolerable, punitiva–, sino en la política, donde no decir la verdad o hacer lo contrario a lo que se dice es, lamentablemente, la moneda de cambio más corriente.

“En las acciones de todos los hombres, pero particularmente en las de los Príncipes, contra los que no cabe recurso de apelación, se considera simplemente el fin que llevan. Dedíquese, pues, el Príncipe a superar siempre las dificultades y a conservar su Estado. Si logra con acierto su fin se tendrán por honrosos los medios conducentes al mismo”.

Dicho esto, quiero dejar en claro que el presidente Kuczynski ha saltado de la sartén al fuego. Su nueva correlación de fuerzas no es segura que lo mantenga en el poder. Es más, ha logrado nuclear al bloque antifujimorista que lo mantendrá en permanente tensión vía las protestas callejeras. De la fuerza e intensidad de la calle dependerá su estabilidad en el poder.

¿Discutible la actuación del Presidente? Por supuesto. Y censurable. Pero explicable. Entiendo el recurso de la treta. Discuto el medio, no el fin. El presidente debía conservar el poder. Pero no creo que el costo que ha pagado, lo valga. A diferencia de lo que pensaba Maquiavelo, en política, los medios justifican el fin. Es lo que creo.


23 diciembre, 2017

Acuerdo por el Bicentenario


La crisis política ha sido conjurada, pero nada indica, ni por asomo, que ésta haya acabado. El presidente ha conservado el puesto, pero las razones que lo llevaron a esa situación crítica siguen en pie. Es como si en una emergencia médica hubiera salido de Trauma Shock para pasar a Sala de Observación.

Para que le den de alta, debe reestructurar su gobierno. Recomponerlo. Reinaugurarlo. Relanzarlo. Es la segunda y última oportunidad que tiene el Presidente para realinear la correlación de fuerzas existentes en el Congreso. No habrá otra. El gobierno del Presidente Kuczynski o se abre y convoca a nuevas fuerzas o se termina.

Lo que tiene que construir el Presidente es un gobierno de coalición, una nueva alianza o pacto con agenda propia, un Acuerdo por el Bicentenario, en el que se establezca un conjunto de objetivos concretos a realizar de aquí al 2021, necesarios para fortalecer el sistema democrático y generar desarrollo y bienestar para todos los peruanos.

En lo político, uno de esos puntos del acuerdo debiera ser el retorno del Senado, volver a tener un congreso bicameral. El propio proceso de vacancia ha servido de mejor ejemplo al pueblo para que entienda los riesgos que conlleva el acelerar plazos y precipitar decisiones, en lugar de reflexionar más profundamente sobre ellos, asegurar una doble instancia y evitar consecuencias apresuradas o desproporcionadas.

El Acuerdo por el Bicentenario no debe ser un rosario de objetivos incumplibles, ni una lista de buenos deseos, ni siquiera un plan de políticas públicas deseables (para eso ya existe el Acuerdo Nacional).

No es tampoco un papel escrito y una foto para las tribunas.

Es un compromiso expresado en acciones y decisiones, con votos asegurados en el Congreso para llevarlo adelante. Es en realidad un Plan de Gobierno mínimo en lo económico, político y social; un conjunto de decisiones ejecutivas y legislativas que pasa por la construcción de una nueva mayoría parlamentaria.

El Acuerdo por el Bicentenario es fruto del compromiso de esa nueva alianza política que necesita el gobierno para esta segunda fase (2018-2021). ¿Con quiénes construye el Presidente esta nueva correlación de gobierno? ¿Qué fuerzas se unen? Como flautista de cámara que es, el Presidente sabe que no basta ya un instrumentista solitario. Necesita una nueva orquesta, pero, principalmente, alguien que ordene y armonice todos los instrumentos. ¡Ah!, y no más bailecitos, por favor.




17 diciembre, 2017

Golpe institucional


Estamos al borde de un golpe de estado. Uno disfrazado de marco constitucional, pero a todas luces arbitrario, prepotente y forzado. Es un poder del Estado contra el resto. No es un golpe clásico, violento, con intervención de las Fuerzas Armadas. Esos ya no existen.

Es un golpe de otro tipo, en el que uno de los poderes, actuando solo o en contubernio con otro poder, manipula, altera o acomoda los mecanismos constitucionales para expulsar en este caso al presidente de la República.

Es un golpe de estado institucional, disfrazado de legalidad.

Este tipo de golpe funciona cuando el jefe de Estado tiene una representación parlamentaria pequeña y precaria y una mayoría adversa y hostil. Ocurrió en Honduras con Manuel Zelaya, destituido por la Corte Suprema y en Paraguay, con Fernando Lugo, expulsado por el Congreso.

De concretarse la vacancia en el Peru contra el presidente Pedro Pablo Kuczynski el responsable será no solo el Congreso —centro del poder ahora en el país—, sino el propio jefe de Estado que no ha podido, hasta ahora, dar una explicación coherente sobre su relación directa o indirecta con Odebrecht.

El presidente dio tantas explicaciones contradicctorias que parecen medias verdades o mentiras completas. Y quizás no sea ni lo uno ni lo otro. Pero debe explicarlo alto y fuerte. Y de manera sencilla.

La carta enviada por Odebrecht Perú al diario La República confirma que las empresas First Capital (FC) y Westfield Capital (WC) le ofrecieron servicios concretos. La primera es del chileno Gerardo Sepúlveda y la segunda de Pedro Pablo Kuczynski.

Sabemos por información del propio presidente Kuczynski que él fue asesor de FC, para H2Olmos y cobró honorarios, pero cuando estaba fuera de la función pública.

En el caso de WC hay siete facturas; cuatro dentro del periodo de  PPK como funcionario público y tres fuera de ese periodo. Las comprendidas cuando PPK fue ministro o presidente de la PCM son montos menores de 10 mil o doce mil dólares, en realidad “gastos de representación” de Sepúlveda.

Las dos facturas fuertes de WC son: una del 3 de diciembre de 2007 y otra del 4 de diciembre del mismo año por 287,028 dólares y 430,542 dólares, respectivamente, por “asesorías financieras” pagadas por la concesionaria IIRSA Norte Tramo 3.

Odebrech Perú también ha precisado que los servicios prestados por WC existieron y se pagaron con dineros lícitos a su representante, el chileno Sepúlveda. La empresa agrega que dichas operaciones no estaban comprendidas en el paquete de operaciones investigadas por la Fiscalía ya que que sobre ellas no existían señales o signos de ilicitud.

Lo que falta precisar es cómo así una empresa unipersonal de PPK terminó firmando contratos con Odebrecht Perú sin que mediara conflicto de intereses, tráfico de influencias o, peor aún, soborno, colusión o lavado de activos.

El presidente debe decirnos de qué manera, con qué documento y bajo qué modalidad y desde cuándo se desligó de sus empresas creadas en el exterior. Y desarticular la acusación de que mintió.  

¿Se exoneró de participar en sus directorios? ¿Renunció al directorio de la misma? ¿Nombró a otra persona con plenos y totales poderes? ¿Traspasó la empresa, la vendió, la cedió, la donó? ¿Tiene los documentos que prueben esto?

También debe aclararse el papel de Gerardo Sepúlveda. ¿Es el empresario chileno un testaferro del Presidente Kuczynzki? ¿O acaso su empleado? ¿Un gestor de l empresa? ¿Hubo operaciones ilícitas, disfrazadas o consorciadas entre PPK y Sepúlveda mientras el primero era alto funcionario público y el segundo fungía de asesor internacional?


Si el presidente Pedro Pablo Kuczynski tiene los papeles que comprueben su inocencia, debe ser respaldado. Depende de usted, señor Presidente. Debe honrar su cargo, defendiéndolo. Es momento de cruzar el Rubicón.


08 diciembre, 2017

Cuerdas por separar


¿Puede la política marchar separada la economía? O mejor aún: ¿puede la economía desenvolverse al margen de la política? En teoría, quizás. En la realidad, no. La economía requiere un marco político para desarrollarse.

No hay inversión posible que se tome al margen de las consideraciones políticas. Nos guste o no, las reglas de juego económicas pasan por decisiones políticas.

Si lo que se quiere inferir con el concepto de "cuerdas separadas" es que la economía sigue funcionando al margen de las crisis políticas, esto es correcto. Puede seguir funcionando, como un cuerpo a un respirador artificial.

Lo que debemos separar no es la política de la economía por temor a que la primera paralice a la segunda. Lo que en verdad debemos separar es lo público de lo privado, para evitar que ambas se entrecrucen y perviertan.

El único espacio en el que lo público se encuentra con lo privado es la zona de intersección gris de la corrupción. Y esto sí causa un severo daño, tanto a la política como a la economía.

La corrupción se reproduce cuando no se diferencia lo público de lo privado, es decir, lo propio de lo ajeno.

Separar lo público de lo privado es fundamental para generar un cambio de mentalidad.

El lápiz que compré con mi salario es mi patrimonio privado. El lápiz de mi oficina en la municipalidad es patrimonio público. No puedo confundir uno con el otro.

El vehículo asignado por una entidad estatal es un bien público. No lo puedo usar para ir a la playa un fin de semana.

El sueldo que me pagan como empleado público es mi patrimonio privado. La caja chica de mi oficina no. El presupuesto de la obra, menos.

Separar lo privado de lo público demanda desarrollar institucionalidad, ese conjunto de ideas, creencias y valores que nos identifica como individuos y como sociedad.

La institucionalidad se desarrolla en la familia, la escuela, el barrio y el trabajo; espacios colectivos donde nos formamos como individuos.

Desarrollar valores institucionales permite que en economía nos alejemos del mercantilismo y su fuente nodriza, la corrupción. Y en política, del abuso de poder y más corrupción.

En síntesis, el dilema no es si política y economía van juntas o separadas. El desarrollo de una sociedad requiere que sus integrantes tengan claro, clarísimo, que lo público y lo privado deben ir siempre separados. 

No es un problema de cuerdas separadas, sino de cuerdas por separar.