25 abril, 2021

Congreso: los no agrupados


Por decisión de los peruanos, dos fuerzas han sido seleccionadas para dirimir la segunda vuelta: Perú Libre y Fuerza Popular. Entre ambas, suman el 26% del total de votos emitidos. Es decir, ambas agrupaciones representan, strictu sensu, las dos primeras minorías.

 

Por consiguiente, existe al menos un 74% de peruanos que no votó por alguna de estas dos fuerzas políticas. Esta es la gran mayoría dispersa que tomará una decisión final el próximo 6 de junio. Juntos, pero no agrupados.

 

Desde las instituciones civiles han salido propuestas para ayudar a encausar ese proceso de dirimir. Gustavo Gorriti, por ejemplo, plantea fortalecer la sociedad civil y obligar a que los dos candidatos esclarezcan aspectos puntuales en torno a mantener y fortalecer el sistema democrático.

 

El politólogo Alberto Vergara, aplicando el minimalismo eficaz, ha reducido a cuatro palabras la necesidad de arrancar un acuerdo para hacer viable la gobernabilidad en los próximos cinco años: “No vacar, no disolver”.

 

Max Hernández acaba de anunciar que el Acuerdo Nacional puede ser el escenario para que los dos candidatos que han pasado a la segunda vuelta inicien el proceso de comprometerse con el país a una agenda viable y realista. 

 

En realidad, todas las propuestas se complementan con una sola condición: en ese proceso de construir y fortalecer la gobernabilidad deben participar las fuerzas políticas que ya componen el Congreso 2021-2026.

 

La sociedad civil organizada será siempre una fuerza decisiva para generar los cambios. Pero la democracia tiene sus mecanismos de representación, que exigen a las fuerzas políticas responsabilidad en el ejercicio de su tarea.

 

Con los resultados que ya tiene la ONPE, la distribución de escaños sería así: Perú Libre (37), Fuerza Popular (24), Acción Popular (16), Alianza para el Progreso (15), Renovación Popular (13), Avanza País (7), Podemos Perú (5), Juntos por el Perú (5), Somos Perú (5), y Partido Morado (3). 

 

Esto coloca, sin acuerdo alguno, a Perú Libre con 37 curules, Fuerza Popular con 24 y al resto de fuerzas políticas con 69. ¿Es posible que estas fuerzas, dispersas, diversas y numéricamente mayoritarias, se unan para formar un bloque democrático (de izquierda, centro y derecha), y proponer una agenda legislativa?

 

Sería lo ideal. La suma de las fuerzas minoritarias haciendo mayoría con la sola decisión de unirse y proponer una agenda legislativa nacional puntual que se comprometen a defender, independientemente de quién asuma la presidencia. Pero, no. No somos Suiza. Y ver a Mendoza y López Aliaga juntos es algo no solo surrealista, sino utópico. Así que por allí no va la cosa. 

 

Lo único concreto es que quien gane la segunda vuelta necesitará para gobernar los votos de este bloque caleidoscópico. La pregunta es, entonces, ¿cuál de los dos candidatos de segunda vuelta asegura una mejor conjunción de votos dentro del Congreso para gobernar? ¿Puede Castillo asegurar los 66 u 87 votos que requerirá para aprobar sus iniciativas legislativas en caso sea el próximo presidente? ¿Es Keiko la que mejor asegura esta necesidad? 

 

¿No sería bueno escuchar YA a estos grupos que gobernarán el país el próximo quinquenio? Hasta ahora solo APP lo ha hecho con una propuesta bastante sensata: no tocar lo de la asamblea constituyente hasta el 2022 y centrarse en los temas de lucha contra la pandemia y reactivación económica.

 

Estamos de acuerdo en que los candidatos a segunda vuelta se comprometan a un mínimo de puntos que asegure el mantenimiento de la democracia, la libertad y la gobernabilidad. Pero también es necesario que todas las fuerzas políticas representadas en el futuro Congreso fijen una posición. 

 

Después de todo, los votos para todo propósito se trabajan y se definen allí. 

17 abril, 2021

La República ausente

 

No es casualidad que el voto del profesor Pedro Castillo recorra las nervaduras del Ande, sumando adhesiones en el norte, centro y sur. Su voto es principalmente serrano. Sucedió lo mismo en las elecciones pasadas. No sorprende, digo, que las poblaciones históricamente menos integradas al Estado nación reclamen inclusión gritando su descontento cada cinco años en las urnas. 

 

Lo que sorprende es que sigan haciéndolo democráticamente. Desafección hay en las urbes. En las zonas rurales lo que hay es abandono, pobreza y un futuro incierto. En estas zonas donde no hay carreteras, ni reservorios de agua, ni conectividad, es imposible que se quiera convencer a la gente con una campaña por redes sociales.

 

Las redes sociales que existen allí son las de carne y hueso: la familia, la comunidad, la junta de regantes, las rondas, la escuela, las Fuerzas Armadas en menor medida, y la Iglesia en sus diferentes expresiones. Y la radio y televisión.

 

Lo que este grupo de peruanos busca es respuesta a sus principales necesidades. Una agenda concreta que los haga sentir no solo compatriotas, contigo Perú, sino ciudadanos con derechos. En todos los procesos electorales esta población exige inclusión real. Son hijos de la República. Pero no reconocidos aún. Estos connacionales tienen madre patria, pero no un padre estado. Son hijos de La República ausente.

 

La descentralización que se pensó como una medida para desconcentrar la gestión, y mejorar la presencia del Estado en las regiones, lo único que repartió fue la corrupción. Las escuelas nacionales son hoy edificios fantasmales. Ni hablar de los hospitales, abandonados e insuficientes. 

 

La crisis para todos es tremenda, pero en algunos lugares del Perú es colosal y permanente. Por eso, más que la forma cómo votaron las regiones, que, repito, no es novedad, lo que debe preocuparnos es el débil respaldo que tuvieron quienes pasaron a segunda vuelta. 

 

Como señala muy bien Martín Hidalgo hoy en El Comercio, el pase a la segunda vuelta de Pedro Castillo y Keiko Fujimori es el más bajo de los últimos 40 años. Descontando el ausentismo electoral, los votos blancos y viciados, Castillo pasa con 10,6% de votos reales y Keiko con 7,4%. Con esos resultados ninguno podría haber disputado la segunda vuelta en los últimos procesos electorales democráticos. 

 

El desplome es en todos los candidatos. Keiko obtuvo 6 millones de votos el 2016 y Pedro Pablo Kuczynski 3 millones. Ahora, Castillo obtiene alrededor de 3 millones de votos y Keiko no llega a 2 millones. La explicación no puede ser solo la crisis pandémica o la sola desafectación por la política. 

 

Podríamos estar ante algo más profundo. Parodiando la jerga de los abogados sería una especie de conjunto real de razones que tiene como resultado un resentimiento del sistema. O como señaló César Hildebrandt hace unas semanas, quizás estemos ante la primera señal del surgimiento de una auténtica oclocracia, el gobierno de las muchedumbres, en la definición de Aristóteles.

 

Las razones para llegar a esa nueva realidad son muchas, pero en la base, de todas maneras, está la combinación letal de corrupción y pandemia. Una respuesta al canibalismo político observado en plena pandemia. Políticos insensibles, capaces de arrancarse el poder a dentelladas. Angurrientos de poder y fortuna, carentes de eficacia para comprar oxígeno o vacunas, e incapaces para escuchar y resolver los problemas permanentes del Ande. 



09 abril, 2021

Fracasamos todos

 

Para curar una herida primero hay que limpiarla, desinfectarla, cauterizarla. Y eso duele. Así que empecemos con este proceso político profiláctico de una buena vez, antes de conocer los resultados electorales del domingo. 

 

Pensamos que la democracia era superior a la dictadura. Y lo es. Más en teoría que en la práctica, porque depende mucho de quiénes la detenten, quiénes obtengan la representación, quiénes formen el gobierno.

 

Junto a buenos sistemas, necesitamos buenos hombres. La democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Pero dependiendo de quiénes gobiernen esta puede tener los resultados desastrosos de cualquier régimen. 

 

Y una democracia fracasada es lo más parecido a un Estado fallido.

 

En ese sentido, fallamos todos. Falló el sistema que propuso crecer, pero no distribuir. Y fallaron los gobernantes que no estuvieron a la altura. 

 

¿Cómo llamar a este Perú doliente, que tiene ciudadanos del siglo XXI globalizado, y otros que a duras penas sobreviven en el siglo XVI con viviendas de piedra y techo de paja?

 

¿Qué nombre le damos a un Estado y a un sistema que fracasaron en asegurar la salud de los ciudadanos, que no les provee oxígeno ni puede vacunarlos adecuadamente?  

 

¿Cómo identificamos al país que tenía solo 100 camas UCI al desatarse la pandemia, que hoy exhibe el más alto número de muertos por mil habitantes y el más alto número de empleos perdidos?

 

Tiene razón, presidente Sagasti. Fracasó el Estado. Pero también sus administradores pasajeros.

 

Fracasamos en educación, no solo cuando comprobamos que estamos en el sótano en comprensión lectora y en matemática, sino cuando vemos a niños del Ande y de las zonas conurbanas de Lima subir a los cerros en busca de señal de internet.

 

Fracasamos en seguridad cuando vemos a diario en las noticias que en el Perú te matan por robarte un celular. 

 

Fracasamos en imaginar un mercado con igualdad de oportunidades para todos cuando lo que vemos en la práctica es a los mercantilistas de siempre. 

 

Pero, sobre todo, fracasamos en lo ético y moral cuando vemos a todos los últimos presidentes —democráticos o no— presos o acusados de corrupción. En el último quinquenio, cuatro jefes de Estado ocuparon la silla precaria y devaluada de Pizarro.

 

Y así vamos a las urnas, con esa bronca en la boca del estómago. 

 

Pero, en realidad, fracasamos todos. 

 

En medio de la pandemia más espantosa, los partidos ni siquiera han podido hacer un esfuerzo por acordar, consensuar, unirse. 

 

En lugar de eso, han actuado con el egoísmo y la tozudez de siempre, como si no hubiera pandemia, como si no faltara oxígeno, como si no vieran las banderas blancas en los cerros.

 

Fracasamos todos. Y lo volveremos a hacer. Somos reincidentes contumaces.


03 abril, 2021

El monstruo populista

El populismo es un monstruo. Ha despertado en estas elecciones, pero siempre estuvo allí. En cada elección asoma su figura de varias cabezas —algunas de izquierda, otras de derecha—, aupado en la desesperación y la ignorancia. Como nuestras peores pesadillas, es una creación propia como ajena. Es fruto de nuestros actos. De gobiernos que fracasaron. De democracias fallidas.

 

Pero no es un monstruo repulsivo. Todo lo contrario. Atrae a las masas. Les encanta. Las seduce. Más ahora en plena pandemia, con millones de puestos de trabajo perdidos, hospitales desbordados, hambre en los cerros, vacunas que no llegan y enfermos sin oxígeno que se curan con cañazo y sal. 

 

En medio de la hecatombe política, económica, social y moral que vivimos, el populismo se pasea, repta por los extramuros de la ciudad y del campo, arrastrando adeptos. Lo siguen los sin voz, sin trabajo, sin escuela, sin techo, sin comida, sin futuro, sin esperanza. Los que no tienen Estado, ni escuelas, ni salud; solo fuerza de trabajo, cada vez más endeble y vulnerable.

 

Para ellos el populismo no es absurdo ni irracional, sino una legítima opción frente a su situación de abandono. Un legítimo reclamo, podría admitirse. Si no hay atención hospitalaria, ni medicinas, ni trabajo, ni nada parecido a servicios de un Estado decente, ¿por qué no pensar en regular el precio de las medicinas, de los combustibles y aumentar el salario mínimo y entregar comida gratuita a los pobres? 

 

Para los peruanos sin educación, sin salud adecuada y en estado de sobrevivencia permanente, el populismo no es una locura. Es una medida desesperadamente lógica y racional. Es su tabla de salvación. Una boya a la cual aferrarse en medio de un mar de abandono y desolación. Cada quien vota por quien cree que lo beneficiará.

 

Sin problemas básicos resueltos de tercer mundo no esperen una votación decente de primer mundo. Nuestra democracia adolece de cimientos sociales como para pensar en construir los siguientes pisos de derechos políticos. Es por eso un sistema precario. 

 

Los derechos económicos y sociales tienen aún serios déficits en nuestro país como para aspirar a una democracia institucional. La encuesta ENAHO 2018 indica que 53% de peruanos tienen alumbrado público, energía eléctrica en casa, agua potable, teléfono, celular y conexión a internet. La otra mitad es el caldo de cultivo del populismo. 


El país es un zapallo partido en dos. Una mitad mira el mundo con sus necesidades básicas satisfechas, con un porcentaje de ella preparada para competir en el mundo global. La otra, se acuesta sin saber qué comerá el día siguiente; vive con el riesgo de quedar atrapada en los muros de la pobreza.

 

El monstruo populista crece en esa laguna negra alimentada por años donde se han desatendido las demandas ciudadanas primarias: derecho a la educación, a la salud, a la justicia. En esa sanguaza de necesidad, los cantos de sirena del populismo atraen a los que nada tienen que perder.

 

El próximo domingo iremos nuevamente a las urnas. El monstruo estará allí. ¿Qué harás con tu voto?