16 diciembre, 2020

Los sin vacuna


La pandemia no solo ha desnudado las falencias del Estado. También las del ser humano. Hoy el mundo ve nacer a un grupo de hombres y mujeres marginales, vulnerables, descartables, expuestos al contagio, sin derecho a proteger la vida: Los sin vacuna. 

 

Si algún sentido tiene el calificativo de Tercer Mundo es este. Un mundo de tercera. Olvidado, sin tecnología, ni laboratorios, ni industria farmacéutica propia. Un mundo con recursos, pero con déficit de gestión. Incapaz de comprar una vacuna.

 

Una galería donde pululan los apetitos y las luchas anodinas por el poder.

 

Un galpón donde se privilegian los intereses particulares antes que los colectivos. Y donde el Estado es un remedo o una ficción, y desatiende su principal razón de ser: proteger la vida y la seguridad de los ciudadanos.

 

Hoy son las vacunas. Fuimos incapaces de prever, cerrar las negociaciones, concretar y pagar por adelantado los pedidos. En el camino quedaron tres presidentes, ministros y gestiones. En su lugar aparecieron protestas, manifestaciones, cierres de carreteras y muertos. 

 

Ayer fueron pertrechos de guerra. En lugar de unirnos frente al conflicto internacional, nos volvimos locos buscando los mendrugos de poder. Nos peleamos en plena Guerra del Pacífico. No compramos las armas que debíamos. Y, por si fuera poco, esquilmamos el Estado, escapando con el botín. 

 

Si algo aprendimos de la historia es a no ponernos de acuerdo en la emergencia. A acusarnos y a pelearnos de todo y por todo. La pandemia, por lo tanto, no nos asusta. Nos obliga a bajar la guardia. Nos impele a irrespetar el distanciamiento físico. A romper las reglas. A petardear el poder en lugar de fortalecerlo. Igual hoy como ayer.

 

Mientras un grupo de seres humanos, algunos vecinos, empezaron a vacunarse, nosotros estamos arrumados en el vagón de tercera. En el de primera van los que tienen industria farmacéutica. En segunda, los que no fabrican vacunas, pero, al menos, tuvieron la sapiencia de comprar. 

 

Los peruanos, aplicados durante años en tener las cuentas macroeconómicas en azul, nos enfrentamos a la dura realidad de estar jalados en recursos humanos. Porque plata había. Capacidad de pago existe. ¿Acaso no hemos quemado las reservas internacionales para evitar el quiebre de las empresas? ¿No nos hemos endeudado por 100 años? 

 

Una vez más nos fallaron.  Los políticos no estuvieron a la altura de las circunstancias. Se pelean entre todos. Se distraen zarandeando el poder. 

 

El resultado es una sociedad arrojada al mundo de las sombras, del miedo. Un lugar donde moran los seres descartables, los sin vacuna, los que deben apelar a la inmunidad del rebaño para salvarse.

 

Porque eso somos, finalmente, un rebaño humano. 

 

Así como los sin tierra, sin agua, sin techo y sin trabajo, nace hoy un nuevo mundo perecible de seres-vacunos, sin vacuna.

 

13 diciembre, 2020

El otro boom del agro


Hay otro boom en el agro. Y esta semana estalló. Las cifras que explican este otro "boom", no están en dólares, sino en magros soles. Es el problema central de la protesta social que terminó con la Ley de Promoción Agraria: los sueldos bajos. Alrededor de este punto hay reclamos por derechos de salud, laborales y tributarios. Pero, lo central de la explosiva respuesta del trabajador del campo es el aumento de sueldos. 

El jornal promedio actualmente es de 39 soles por 8 horas de trabajo. Las penalidades y descuentos pueden reducir en la práctica el monto a 20 soles. Si descontamos el desayuno, almuerzo y pasajes casi no queda nada para el diario. No hay ahorro. Ni planes. Ni horizonte de vida.

 

El jornal es sobrevivencia pura y dura. Evidencia de que algo no funciona. Así pasamos del boom agro exportador a la explosión del agro trabajador.

 

El mayor problema parece ser la informalidad que además arrastra una serie de distorsiones e inseguridades. Si el trabajador es captado por una service (en complicidad o no con la empresa formal), no tiene derechos, ni beneficios. Nada. El jornalero informal depende solo de su fuerza de trabajo. Agotada ésta es reemplazada por otro y así sucesiva y abusivamente.

 

Digan lo que digan, no hay punto de comparación entre el crecimiento de las ganancias de la agroexportación y el sueldo de sus trabajadores. Es como si el primero subiera por ascensor y el segundo por escalera. El siguiente cuadro lo confirma. 

El problema, entonces, no es de crecimiento del empleo, sino de calidad del mismo. Es en el salario donde las distorsiones, entre lo formal e informal, se hacen más evidentes. Y aquí es donde se ancla el reclamo de los trabajadores en la comisión multipartidaria del Congreso de la República.

 

Las negociaciones deben equilibrar las posiciones en algún punto entre 40 y 70 soles diarios. El otro punto asociado directamente al principal es la temporalidad de los contratos. Debe mejorarse en la nueva propuesta que se elabore. El empleo temporal —característico en la agricultura— no tiene por qué ser precario. El trabajo estacional debe asumir proporcionalmente los costos de gratificaciones, vacaciones y seguro médico. 

 

Sobre este punto convendría que se evalúe la necesidad de crear supervisores especializados en empresas agrícolas —una especie de Sunafil especializada en trabajo agrícola: Sunagro—, un organismo técnico que entienda las características especiales que tiene la empresa agroexportadora formal, que tiene, además, el know-how de ser supervisada por empresas multinacionales con estándares mucho más exigentes para acceder al mercado externo.

 

Trabajo decente es no solo un concepto. Si en verdad aspiramos a ingresar al exclusivo club de los países de la OCDE, debemos empezar por mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, aumentar sus jornales, es decir, embridar sus derechos a los beneficios del boom agroexportador. 

 

 

05 diciembre, 2020

Entre espontáneos y representativos



¿Qué tienen en común la marcha de los jóvenes y de los trabajadores agrícolas que lograron cambios dramáticos en las últimas semanas: la primera un nuevo gobierno y la segunda la derogatoria de la Ley de Promoción Agraria vigente hasta el 2031?

 

Que ambas manifestaciones carecieron de representantes, dirigentes o líderes identificables.

 

Es un fenómeno global, la explosión de las masas carentes de liderazgos claros. A tal punto que si el gobierno hubiera querido seriamente iniciar una mesa de conversaciones no habría podido señalar a quiénes sentaba enfrente.

 

Ni los propios levantados hubieran podido hacerlo.

 

Es una realidad que merece ser analizada. Ni lo jóvenes que salieron a protestar ni los agricultores que bloquearon las carreteras tuvieron dirigentes con quienes se pudiera dialogar. 

 

Ha sido la masa, una turba organizada, con dirección, pero carentes de representantes, la que ha logrado dos de los más importantes cambios políticos en los últimos años.

 

En el primer caso, el mecanismo de sucesión constitucional se puso al límite con tres presidentes sucesivos en dos semanas.

 

En el segundo, el tercer presidente en ejercicio —cuarto en el periodo 2016-2021— decidió el camino corto de la derogatoria de la norma antes que el camino largo de la negociación sin representación.

 

En el camino quedaron gobernadores, alcaldes y viceministros. Los trabajadores del campo solo aceptaban a ministros y al presidente de la república para negociar. 

 

Sin representación, la institucionalidad parecía una palabra hueca, carente de contenido.

 

¿Qué atizó las protestas? A primera vista no parece haber sido un partido político ni un grupo de interés ni algo remotamente parecido a un movimiento social.

 

En el caso de las manifestaciones de los jóvenes, esa presencia masiva multiplicada por el efecto de las nuevas tecnologías obedece a un estado de ánimo, a un hartazgo del establishment político y a un signo de que vivimos en la sociedad no solo del espectáculo, sino de la desconfianza.

 

La protesta de los agricultores sí ha sido contra las condiciones infrahumanas de empresas informales que creen que hacer productivo el campo implica el retorno del caporalismo o yanaconaje. 

 

Los agricultores carecen de dirigentes nacionales en los partidos políticos. No hay tampoco un movimiento agrarista acorde con el crecimiento de trabajadores en la agroexportación.

 

No es el caso de los jóvenes, quienes han avanzado con cuotas obligatorias en las listas en todas las elecciones nacionales y subnacionales. En su caso, hay representación, pero no liderazgo.

 

Tal vez por la ausencia de organismos de nivel como el Consejo Nacional de Juventudes (CONAJU), que de tener un asiento en el Consejo de Ministros el 2002 pasó a ser una secretaría a partir del 2006.

 

Estando tan cerca las elecciones generales se abre una oportunidad interesante para ver la capacidad de los partidos de escuchar y dar espacio a estos dos grupos sociales, además de las mujeres que tienen también una agenda sectorial propia. 

 

No vaya a ser que de tanta presencia espontánea de grupos descontentos pasemos a un espontaneísmo activo en las calles, una práctica conocida en las izquierdas radicales para ganar a río revuelto y agudizar las contradicciones al margen de partidos y organizaciones representativas.

 


29 noviembre, 2020

Azul inmenso


Recuerdo perfectamente el día en que decidí ser de Alianza Lima.

No fue la historia, ni la racha del equipo, ni las jugadas que no había visto, ni entendía mucho. Fue un impacto cromático. Una predilección por el azul. El rebote de luz que me devolvió una fotografía a color, en una vieja revista. Pantalón y medias azules con filos blancos y camiseta de rayas anchas verticales en la misma combinación. La insignia, un retazo cortado del pecho y sus tres coronas imperiales extraídas del escudo de Lima; perfecta. Tenía seis o siete años. 

 

Todos los fines de semana el interior Nº 5 de mis tíos Fernando y Asunción, donde por entonces vivía, se inundaba con las voces de Alfonso “Pocho” Rospigliosi, Mario Grau, Miguel Portanova y otros, a través de Radio Ovación, "un Perú en sintonía", que narraban y comentaban los partidos de fútbol. No teníamos televisor antes de los setenta, así que todo giraba alrededor de la desvencijada radio JVC Nivico, con pilas National o Rayo-Vac, sujetadas por fuera con una liga como si fueran sus propias vísceras.

 

Mi tío y sus amigos se reunían en la puerta de la casa a jugar cartas, mientras mi tía preparaba algunos piqueos. La JVC se colocaba en el alfeizar de la ventana desde donde todos escuchábamos las incidencias de los encuentros. A veces los jugadores mi tío y sus amigos paraban sus partidas de cartas, cuando la narración se hacía emotiva e intensa. Los más chicos revoloteábamos alrededor, o jugábamos a las bolitas teniendo siempre una línea de vista con los adultos. No era muy aficionado al fútbol, la verdad. Por entonces, ya había descubierto, en la ruma de periódicos viejos, las tiras cómicas, los pupiletras y las noticias de ovnis que me interesaban más.

 

Mi tío, como buen arequipeño, era fanático del Melgar Fútbol Club, aunque ninguno de mis primos siguió sus gustos. El mayor, José, era del Cristal; el que le seguía, Lucho, del Aurich de Trujillo, y Manuel, mi contemporáneo, creo que de la U. Yo no tenía un equipo aún, por eso, cada vez que mi tío Fernando me preguntaba, le decía: “No sé, estoy pensando, tío”. 

 

—¿Por qué eres hincha del Melgar?— le preguntaba yo, tratando de encontrar una razón. 

—Porque es de mi tierra, Arequipa— respondía. 

 

Su respuesta me llevaba al Callao. Allí nací, aunque nunca viví. Los dos equipos que por entonces estaban en la primera división eran el Sport Boys y el Deportivo Chalaco. Nada me unía a ellos. 

 

Entonces, comencé seriamente a observar los equipos y a interesarme un poco más en su historia, los resultados y los jugadores. En los partidos más interesantes, entraba a la casa de la vecina —doña Julia—, que abría su sala y nos dejaba ver los partidos y algunas seriales por 5 centavos. En los entretiempos preparaba canchita popcorn y nos regalaba la primera porción. 

 

En blanco y negro vi que la pelota podía dibujar trazos armónicos; triángulos, cuadrados, rombos, si era bien tratada por los jugadores. Pitín Zegarra, Cubillas, Sotil, Cueto, Velásquez, eran en ocasiones verdaderos artistas. Zumbaban gambetas endiabladas, tocaban e hilaban fino, hacían acrobacias y melismas que salían del poeta de la zurda, bailes, despuntes; el fútbol era por momentos un canto coral armónico y bello que llegaba al clímax con el gol. 

 

Y, cómo no, también había sufrimiento, un eterno sufrimiento, tan peruano y tan propio. 

 

Me concentré, entonces, en las vestimentas. En la vieja revista a color aparecían todos los equipos. La crema de la “U” me pareció una camiseta desteñida, sin vida, que se ensuciaba rápido. La celeste del Cristal, muy pálida en comparación con la uruguaya, y con un filo blanco que le disminuía aún más el color. La blanquiazul, en cambio, me pareció de un equilibrio perfecto. Un azul marino, inmenso, libre, cósmico, épico, que llevaba al mar y al mismo tiempo al cielo, sin fronteras. El blanco puro como el alma blanca. 

 

El azul ha sido siempre mi color favorito. Y fue cómo decidí mi equipo. Nadie me lo recomendó. No seguí a nadie. Lo descubrí. Empató con mis sentidos. Ahora lo sé. Fue el color. La armonía del color. Como diría Rubén Darío; azul, “el color del ensueño, del arte, un color homérico y oceánico”. Azul intenso. Inmenso. Azul sentimiento. Azul hoy, mañana y siempre.



22 noviembre, 2020

Jóvenes Bicentenario

 


Entre todas las fotos y carteles que ha dejado la manifestación de las últimas semanas —varias notables por su ingenio y rotundidad— hay una que me parece representativa. Más que una foto, es un fresco de época. Un instante de la marcha atrapado en una fracción de segundo.

 

En la foto, tres mujeres jóvenes sostienen un cartel hecho, literalmente, sobre la marcha. El mensaje central es un latigazo generacional: “Te metiste con la generación equivocada”. #AmoMiPerú, #FueraCongreso, #PerúDespertó.

 

Las tres jóvenes posan para el lente. 

 

Dos de ellas miran de frente al teleobjetivo, con una seguridad y templanza que también podría leerse como valentía, plenamente concientes del momento que viven y hasta desafiantes. Una lleva barbijo y protector facial; y la otra, miembro de un grupo de baile folklórico, que en los últimos años llenan los espacios públicos los fines de semana practicando, viste un traje de gala de Puno, donde hasta el tapabocas hace juego con el sombrero y la falda. Elegancia regional, descentralizada, en la lucha. La tercera mira hacia abajo, quizás como la última reminiscencia de una generación que poco a poco va perdiendo la vergüenza y el temor. 

 

Al lado otros dos jóvenes, hombre y mujer, llevan sus casacas de la selección nacional de fútbol, símbolo de la alegría y unidad, que ellos vieron —sufrieron y gozaron— regresar al mundial después de 36 años. Ambos sostienen sus vuvuzolas, ayer para alentar a la selección, hoy para reventarle los tímpanos a la sociedad que están hartos de la representación política, que se cansaron de tanta ineptitud, de tanta corrupción y de tanta prepotencia. Para recordarles que así como se organizaron para celebrar los goles de Guerrero, Farfán y Flores, con la misma fuerza y alegría son capaces de pasar en una a modo protesta.

 

Destrás de esta primera fila, una masa de jóvenes queda congelada con los brazos hacia el cielo, transformados en miras telescópicas, para sostener un teléfono celular y grabar y fotografiar el momento. Todos fotografían. Todos graban. Todos comunican. Todos comparten. Es un fenómeno de esta nueva sociedad hiperconectada. No son periodistas que informan como algunsos sostienen, son ciudadanos que comunican. Transmiten lo que ven. Replican lo que reciben. Comparten mensajes, memes, audios, fake news, videos inéditos. Todo. En muchos casos, sin discriminar sobre la autenticidad de la fuente o veracidad de sus contenidos. No tienen por qué hacerlo. No es su trabajo. Esa es la diferencia con la prensa. O debiera serlo en todo caso. 

 

Los celulares en posición vertical toman fotos, los horizontales graban. Mensajes cortos. Tiktokeros pasaron de la gracia y el vacilón a la documentación e información. En segundos los mensajes convirtieron a los conectados en una colmena humana. La noche del 12N y el 14 N no solo hubo marchas en el centro de Lima. La gente también salió en los distritos. Hubo mucha clase media caminando en familia, con mascotas, en bicicleta, en patines. No fue una marcha de la izquierda, ni de terroristas, ni de conspiraciones internacionales. Fue una protesta ciudadana, con barras bravas, grupos de K-Pop, jóvenes de PlayStation. Un acto de masas que dijeron: ¡basta! Los peruanos se manifestaron incluso fuera del país. 

 

Esta generación, en lugar de relanzar las bombas lacrimógenas, las apagó, las atrapó en una botella de agua con bicarbonato y las ahogó. La organización de este tipo de activistas, con función específica, se hizo por redes, de forma colaborativa, pidiendo que les proveyeran materiales, cascos, guantes, overoles. En menos de 48 horas obtuvieron lo que solicitaron. Otros salieron con mochilas de primeros auxilios para ayudar a los heridos. La defensa legal también se organizó por zonas, se compartieron nombres, teléfonos y correos de abogados y de estudiantes recién graduados en Derecho para ayudar a los detenidos. 

 

La masa en movimiento que salió a las calles de forma espontánea actuó mejor organizada que si la hubiera convocado algún partido político o grupo de movimientos. Pero, además, hay que decirlo, no hubo daños a la propiedad privada mayores ni ataques a los monumentos públicos. Hubo sí, ataque a la policía con bombardas y choque frontal, lo cual es condenable. 

 

Fue una reacción de ciudadanos en pos de república —como ha dicho Max Hernández—, sin organizaciones que los representen, que atravesó todas las capas sociales, pero que si habría que ponerle un rostro este sería el de una mujer joven entre 18 y 24 años, de un distrito de clase media, con estudios universitarios y, probablemente, sin trabajo formal o, peor aún, desempleada, globalizada, tecnologizada, que no cree en la política, pero que se ha dado cuenta que debe participar activamente en ella. Porque es allí donde se logran los grandes cambios. Como dicen ellos mismos, esto recién empieza. Próxima estación, abril 11, en el ánfora electoral.

14 noviembre, 2020

N12: democracia en la calle


La democracia, esencialmente, está ligada a la calle. Nace allí. Todos los movimientos sociales que generaron cambios en la sociedad empezaron en la calle. La lucha por los derechos civiles, los derechos humanos, los derechos medioambientales. Todos. La reforma universitaria de 1918, la lucha por las 8 horas, la lucha por el voto para la mujer, para los analfabetos. La lucha por recuperar la democracia. Todos. No hay la menor duda; la democracia en sus orígenes, primero que nada, es una expresión popular.

 

Existen los partidos, los foros, las organizaciones, y ahora las redes, para encausar las propuestas. Pero cuando estas germinan en medio de un proceso de desinstitucionalización, con partidos políticos que no representan a nadie o cuando hay grupos de interés económico que contaminan y pervierten los partidos, entonces las anchurosas avenidas y plazas son el espacio natural del debate y la confrontación política.

 

El caso más reciente de manifestaciones populares que logró cambios políticos acaba de ocurrir en Chile. Empezó como un reclamo de los estudiantes frente al alza de los pasajes en el subterráneo y un año después terminó con la convocatoria a una asamblea constituyente para un nuevo pacto social. Es lo que pasa cuando las tensiones sociales se acumulan en el tiempo. Los estallidos sociales se encauzan luego a formas más racionales de hacer política como una asamblea constituyente.

 

Leer la calle es fundamental no solo para los politólogos o sociólogos, sino, para los políticos. En el Perú, desde el 2000-01, con la Marcha de los Cuatro Suyos, no ha habido expresiones políticas en las calles de la magnitud que hemos visto el 12N. No solo fue una marcha en el centro de Lima. Fue multiradial, con varios focos en los distritos, provincias y fuera del país.  Y multicanal, no solo con gente en las calles, sino también cacerolazos en los barrios, y redes sociales efervescentes alborotando el ciberespacio. 

 

Es un error pensar que se trata de protestas que liberan tensiones por un largo encierro pandémico, o por frustraciones personales debido a la pérdida del empleo o del semestre académico. No. La calle está caliente porque no acepta la salida política a la crisis. Hay un desacuerdo generalizado frente a la vacancia planteada y frente al nuevo gobierno instalado en el poder.

 

Lo que estamos viendo en calles y plazas es lo más parecido a una desobediencia civil. Un acto de protesta ciudadana y juvenil -pero no solo juvenil- frente a la política de hechos consumados y  de statu quo que vivimos.  Una respuesta ante el stablishment político. Un cansancio a la forma en que se hacen las cosas. Un hartazgo frente a la manipulación y cinismo político. Un desembalse social al margen de los partidos políticos. Una vez más, estamos ante una democracia sin partidos de ciudadanos sin república, para hablar en términos Vergarianos. Una reacción de las calles, en las calles, que haría bien en escuchar y entender el parlamento y el ejecutivo. Esto no tiene visos de calmarse. Todo lo contrario.

 

El Tribunal Constitucional tiene ante sí la responsabilidad histórica de dirimir con argumentos jurídicos y constitucionales claros, precisos y justos, lo que por ahora la calle intuye y es su fortaleza en las manifestaciones: que el argumento de vacancia por incapacidad moral permanente ha sido usado de manera irregular y ha primado la fuerza de los votos antes que la racionalidad de la medida. Una decisión que ha desbordado las costuras constitucionales.

 

La democracia en la calle es una señal de libertad, pero también de que los mecanismos institucionales para procesar las diferencias están desechos. ¿Qué saldrá de todo esto? La fotografía completa la tendremos el 11 de abril del 2021, cuando se procese el resultado de las ánforas. 

 

 

 

 

  

07 noviembre, 2020

EE.UU.: El voto ausente


 

En Estados Unidos el poder electoral no es un poder del estado. Por esa razón no existe un órgano electoral nacional que reúna la información oficial. Cada estado tiene sus propias reglas electorales y cada uno organiza su proceso y reporta sus cifras. El voto no es obligatorio, sino voluntario. Y se puede votar de manera presencial el día de las elecciones, pero también de forma adelantada, días, e incluso, semanas antes del proceso, enviando el voto por una de las instituciones más respetadas de los Estados Unidos fundada incluso antes que la independencia norteamericana: el correo postal. 

 

A esta modalidad adelantada de votación se le conoce como el voto ausente. Es decir, prevé la posibilidad de que cualquier ciudadano, por alguna razón, no pueda ejercer su derecho personalmente y el día de las elecciones se encuentre “ausente” de su centro de votación, condado, estado o país. De forma preliminar, se conoce que más de 100 millones de personas ejercieron su derecho al voto ausente vía correo postal. Es un récord histórico explicado por la preocupación que generó en la población la posibilidad del contagio de covid-19 el día de las elecciones. En EE.UU. la pandemia ha provocado más de 9,3 millones de contagios y 232.000 muertos.

 

Desde el comienzo, los demócratas insistieron en promover la votación adelantada o ausente. Instaron a sus seguidores a utilizar el voto por correo para evitar contagios en las colas y centros de sufragio. Los republicanos, por el contrario, tratando de evitar su responsabilidad en el manejo de la pandemia, atacaron el voto por correo y acusaron a los demócratas de pretender adulterar el resultado de la votación por correo.

 

El voto adelantado o por correo ha sido una característica de los norteamericanos. El propio Donald Trump ganó el 2016 con un voto ausente que representó 55,7% del electorado. Cuando en mayo de este año los demócratas propusieron ayudar económicamente al servicio postal de los Estados Unidos, el presidente Trump se opuso. Para entonces la empresa pública fundada en 1775 acumulaba pérdidas por más de 6,700 millones de dólares. El correo electrónico, la digitalización del comercio, la pandemia y el servicio delivery estaban acabando con el tradicional envío de cartas y paquetes de los Estados Unidos. Desde entonces, el  presidente republicano usaba la palabra fraude.

 

En algunos estados los votos por correo se cuentan antes. En otros, después. Eso explica los cambios de votación para uno u otro candidato. Ha sucedido siempre. En la elección de 1960, entre Kennedy y Nixon, los votos se disputaron igualmente uno a uno. Durante tres días el país estuvo en vilo. Kennedy había ganado en primera instancia California, pero cuando llegaron los votos por correo, Nixon terminó ganado por 36 mil votos. Lo contrario sucedió en Hawai. 

 

También, por entonces, Estados Unidos quedó partido en dos mitades. En el voto popular, Kennedy terminó ganado con una diferencia de apenas 0,1%. Pero aún así Nixon fue capaz de reconocer su derrota, sin apelar a los tribunales. La separación de poderes funciona en Estadoss Unidos. Además del poder ejecutivo y legislativo, el tercer poder —como en cualquier democracia que se precie de serlo— es el poder judicial. Y a este poder acudirá Donald Trump en un último intento por judializar la política.

 

La más reciente disputa electoral en un tribunal supremo ocurrió en las elecciones del 2000, entre George Bush y Al Gore, en Florida. En esa oportunidad se planteó el reconteo de votos y se impugnaron otros tantos. Al final, la ventaja fue para Bush por apenas 537 votos, con lo cual volteó la elección, se llevó Florida y obtuvo mayoría en el Colegio Electoral.

 

"Esto es un fraude al pueblo estadounidense. Una vergüenza para nuestro país. Francamente, hemos ganado las elecciones. Nuestro objetivo ahora es garantizar la integridad de las mismas. Iremos al Tribunal Supremo. Es un momento muy triste”, ha dicho el presidente Trump ahora, aún antes de que acabe el recuento.

 

Lo que Trump cuestiona es que se acepten los votos por correo enviados después del 3 de noviembre, el día de las elecciones presenciales, como ocurrió en Pensilvania donde finalmente se decidió la victoria a favor de Biden. En Gorgia la corte suprema dispuso detener el conteo de votos posteriores al 3 de noviembre. 

 

Mientras los principales líderes del mundo saludan la victoria de Joe Biden, el presidente Trump se alista para resistir en los tribunales. Los tiempos, sin embargo, son cortos. Cualquier controversia tiene que haberse dirimido, por ley, antes del 8 de diciembre. Ello debido a que una semana después, el 14 de diciembre, el Colegio Electoral debe reunirse para elegir de manera indirecta al presidente número 46 de los Estados Unidos de América. No cumplir con estos plazos, es un delito mayor. Se viene una dura prueba para el voto ausente que, como hemos visto, en realidad ha estado más presente que nunca.

 

01 noviembre, 2020

Ola de furia

 

Europa otra vez vive aterrada. La segunda ola del coronavirus ha ocasionado que los gobiernos vuelvan a endurecer las medidas sanitarias. Los bares, restaurantes, discotecas y gimnasios, se cierran. Inglaterra, Francia, Itlaia, Alemania, España y Francia coinciden en la alerta roja.

 

Los que no parecen entender del todo las medidas son los ciudadanos. Cansados, angustiados, desesperados, por más de seis meses de confinamiento, algunos grupos han salido a protestar en las calles.

 

¿Qué los empuja? ¿Qué fuerza los impele a desafiar la muerte? 

 

Lo han hecho, además, con irracional violencia. Incendios y batalla campal.

 

Jóvenes extremistas identificados como de derecha han atentado contra la propiedad privada. Parece un contrasentido. 

 

Su ira refleja que están hartos no solo del encierro, sino de la parálisis económica. Los trabajos no se han recuperado y sienten que el futuro se les escapa de las manos.

 

Entre los objetivos de los iracundos protestantes han estado los bancos y las tiendas de escaparate, las cuales, han vaciado. 

 

Pero también han salido a protestar los viejos. Adultos mayores refugiados, muchas veces abandonados en casas especializadas, que ya no aguantan más. 

 

Y aunque salen a protestar con su barbijo puesto y en filas ordenadas, con pancartas y arengas más bien tiernas como: “Queremos vivir en libertad los últimos días que nos quedan”, muchos, en su desesperación, tiran sus tapabocas frente a las cámaras.

 

La policía ha tenido que contener el desbande usando la fuerza. Y apagando los  incendios callejeros que provocan en diversos puntos. No solo en las capitales, sino también en las regiones.

 

Es como si las democracias europeas hubieran sido puestas nuevamente a prueba. 

 

Occidente se resquebraja, frente a un oriente que parece llevar mejor las expectativas de su población y el regreso a la nueva mormalidad.

 

En el caso de Wuhan, China, no solo han reabierto los negocios y colegios, sino que hasta han vuelto los conciertos y espectáculos masivos.

 

En Europa, en cambio, la gente está harta y furiosa. Los lemas que se corean en las ciudades levantadas lo grafican muy bien: “No queremos bozales, no somos animales”, “la izquierda y la derecha son la misma mierda”. 

 

Y es que la chispa que encendió el descontento ha sido el regreso del toque de queda. La inmovilidad social. 

 

De nada valen los argumentos y cifras que hasta el momento ha generado la pandemia: más de un millón de muertos.

 

Ni siquiera el recuerdo fresco del desborde de los sistemas de salud, la velocidad del contagio o la falta de una vacuna segura este año, disuaden a los protestantes.

 

Los gobiernos culpan a los ciudadanos que bajaron la guardia ante la llegada del verano europeo. Y los ciudadanos a los gobiernos que no parecen ofrecer nada más que recomendaciones básicas... y más distanciamiento social.

 

Estamos avisados en América. Debemos evitar que la segunda ola pandémica se  convierta también en el desborde de una ola de furia contenida.

 

 

 

25 octubre, 2020

Francisco, el hombre

El papa Francisco sorprendió al mundo al sostener en un documental dirigido por el ruso Evgeny Afineevsky que: “Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Lo que tenemos que hacer es crear una ley de uniones civiles. Así están cubiertos legalmente”.

 

La sorpresa es mediática porque en ningun momento el papa se refiere a aceptar el matrimonio igualitario, y menos en el seno de la iglesia. No tendría por qué hacerlo, además. El matrimonio eclesiástico es para los fieles de la iglesia, en este caso de la Iglesia Católica. Es un ritual que solo aplica para la comunidad que comparte una fe. 

 

La sociedad tiene sus propias leyes civiles para normar la vida. Para eso existe el el matrimonio civil y sus formas especiales de reglamentar y aceptar las uniones de parejas heterosexuales: la convivencia y el servinacuy

 

Pero el mundo está cambiando a pasos agigantados. Y en algunos países —como en Europa, por ejemplo— ya está normada la unión de parejas del mismo sexo. En muchos otros, como en el nuestro, no.

 

El cambio no ha provenido de la iglesia, sino de la sociedad civil. Y nadie debe espantarse de ello. 

 

El papa lo que ha hecho es dar una opinión que pisa la frontera del debate civil sobre la unión de parejas homosexuales, sin llegar a cruzarla del todo. 

 

Francisco no ha hablado de matrimonio igualitario, sino de protección de derechos. Y en este plano es que debemos entender su reflexión en voz alta.

 

Las personas que deciden compartir una vida deben tener derechos asegurados. Derechos sucesorios, derechos financieros, derechos de salud. Es parte de sus derechos sociales, no de su fe. 

 

No se puede mezclar creencia con derechos, ni fe con ley. Una pertenece a la esencia religiosa de la persona, permanece invariable en el tiempo. La otra, en cambio, es relativa a la condición de persona humana y puede variar en el tiempo. 

 

Lo que ayer no era legal hoy lo es. Los derechos sociales no son inmutables; cambian, se conquistan.

 

El papa ha abierto el debate. No es un debate teológico cristiano. Es uno de carácter social referido a los derechos de una comunidad que no puede ser ignorada y menos segregada. Es Francisco, el hombre.