28 agosto, 2021

Perú descentralizado

El debate sobre el proceso de descentralización en el Perú seguirá abierto por mucho tiempo. Hay quienes sostienen que la medida necesaria e impostergable, en la práctica, no ha dado los resultados esperados. Y hay quienes, por supuesto, defienden el avance logrado, sobre todo, en la elección democrática de sus autoridades y en la redistribución del poder político con la aparición de partidos regionales exitosos. 

 

La pandemia dejó ver las limitaciones que tuvo el proceso al transferir competencias sin desarrollar capacidades locales, llegando incluso a que en algunas regiones —en el momento más desesperado de la segunda ola— se proponga la recentralización del servicio de salud.

 

El reciente encuentro entre el GORE y el Poder Ejecutivo podría abonar en favor de un relanzamiento del proceso de descentralización en el país, aspiración republicana que ha estado en ocho de las doce constituciones que hasta la fecha hemos tenido.

 

Nadie duda de los efectos nocivos que genera la concentración del poder político y económico en la capital y en algunas pocas ciudades.  Siendo el objetivo mayor buscar el desarrollo armónico de las regiones, el proceso requiere una gran capacidad de proyección, planificación y articulación de intereses subnacionales que no pierdan de vista el hilo conductor del gran desarrollo nacional.

 

Uno de esos retos es la conformación de las macrorregiones. Hasta ahora no se ha podido establecer una sola región que sume más de un departamento. En este aspecto, el primer límite ha sido precisamente elevar a la categoría de región a cada uno de los 24 departamentos. 

 

El primer intento conformar las nuevas regiones mediante referéndum fracasó. Somos un Estado único e indivisible que con un Gobierno unitario y representativo al que le cuesta conformar su ámbito descentralizado. 

 

Sin embargo, existen fuerzas verdaderamente descentralizadoras que otorgan un nuevo dinamismo al proceso como la integración continental bioceánica, la integración económica, la integración territorial econatural por regiones; y ahora, fruto del encuentro del GORE y el Poder Ejecutivo, la integración macrorregional a nivel político estimulada por el Gobierno central.

 

Creemos que este impulso de coordinación macrorregional debe elevarse al nivel de planificación y desarrollo de proyectos Macrorregionales-Gobierno central. Está muy bien que el presidente de la república se reúna con las cinco macrorregiones (Macrorregión Norte, Centro, Amazónica, Sur y Lima Provincias) con la finalidad de organizar y priorizar los proyectos necesarios para apuntalar el desarrollo de cada uno de estos espacios. 

 

Hay problemas macrorregionales que exceden el tratamiento parcial o sectorial de una región, por lo que la coordinación del Gobierno central ayudará a integrar obras de gran complejidad como el desarrollo integral de ciudades intermedias, la integración energética con proyectos de inmediata aplicación como el mejoramiento de sistemas de riego, carreteras, entre otros.

 

La instancia de coordinación Poder Ejecutivo-Macrorregiones permite, además, acordar planes de desarrollo integrales con metas quinquenales medibles que servirán también para calibrar la capacidad de gestión de las políticas (y políticos) subnacionales. 

 

Ordenar el territorio por macrorregiones es una buena manera de avanzar en la visión articulada que debe tener la planificación y ejecución de los proyectos, programas y obras. La organización del territorio empezó a cambiar con el proceso de descentralización. Mirar y empezar a administrar el territorio por macrorregiones y planificar el desarrollo de esta manera puede también ayudar a dinamizar el proceso de articulación política y administrativa de la regionalización, proceso que no tiene más que seguir avanzando.

 

22 agosto, 2021

Comunicación (des) ordenada

Tres de cuatro peruanos quiere un cambio de gabinete. La misma proporción de personas cree que el presidente tiene una mala relación con la prensa. No solo porque no declara, sino porque cuando lo hace el mensaje luce desarticulado, débil, desordenado. 

 

¿Tiene el presidente un problema de comunicación o un problema político?

 

Ambos. Hay un problema de no comunicación en primer lugar y de falta de una relación fluida con los medios de prensa; y hay también un problema de puesta en escena del mensaje: de construcción, exposición y orden.

 

En la base hay, por supuesto, un problema mayor que es de naturaleza política relacionado directamente con lo desastroso que ha resultado la conformación de su primer gabinete. 

 

Las encuestas no son el problema, por lo que no hay razón para irse contra ellas porque los resultados no nos gustan. Ellas reflejan el sentir de la población en un momento dado. Sus resultados son el diagnóstico de un problema, no la receta.

 

Detectado el problema político el Gobierno deberá resolverlo en ese campo. Si no lo hace, probablemente, el Congreso lo obligará a hacerlo. 

 

Una abstención mayoritaria en el voto de investidura, por ejemplo, obligará sin duda al gobierno a reajustar el gabinete. Salvo que su propósito político sea extremar posiciones.

 

En el plano estricto de la comunicación, esta semana la cabeza del Gobierno, el presidente de la República, empezó a salir del estado de encierro y silencio en el que se encontraba. 

 

Se han programado actividades oficiales muy temprano. En ellas el presidente realiza alocuciones y declaraciones que son tomadas por la prensa, responde brevemente algunas preguntas, aunque aún no se atreve a una conferencia de prensa o entrevista en profundidad con un medio de comunicación.

 

Es un primer avance. Lo que falta en esta primera etapa es algo más simple: orden y transparencia en la comunicación de gobierno. 

 

En busca de ambos objetivos se podrían adoptar algunos mecanismos sencillos que permitirían ir solucionando y atemperando ese estado de exaltación y desorden que se nota cada vez que algún vocero declara a los medios en las inmediaciones de Palacio de Gobierno.

 

En primer lugar, sería adecuado que se reabra la Sala de Cronistas de Palacio de Gobierno, creada como espacio de trabajo de los hombres y mujeres de prensa que cubren las actividades oficiales del presidente de la República. Esto debiera ir acompañado del nombramiento de un secretario de prensa que mantenga relaciones cordiales y fluidas con los periodistas.

 

También sería de utilidad designar un vocero temático o político que declare a los medios en el frontis de Palacio de Gobierno, cerca de la Sala de Cronistas, en lugar de hacerlo en la parte trasera del edificio como ocurre ahora.

 

Estas declaraciones son siempre al final de la reunión y no al inicio como se desesperan ahora los medios que están en “transmisión en vivo” de forma permanente en sus múltiples plataformas.

 

Las declaraciones de los voceros serán utilizando un micrófono de pie y un buen sistema de sonido para evitar que la prensa se agolpe alrededor del entrevistado y lo aturda con preguntas simultáneas y de toda índole.

 

Para que exista la sensación de orden y transparencia, es posible ponerse de acuerdo con los periodistas y sortear turnos para que los colegas realicen sus preguntas de manera pausada y sin perturbaciones. 

 

La comunicación política en la sede de gobierno es fundamental para transmitir y fortalecer confianza en la ciudadanía. No hablar con la prensa o esconderse de ella es siempre la peor receta. En lenguaje sencillo, es mejor con prensa o con la prensa en contra que sin prensa. Si tenemos prensa al frente, la tarea es cuidar solo lo que decimos. 

 

 

14 agosto, 2021

Hambre y olla de presión

Mientras el Ejecutivo y el Congreso atizan el fuego político aumentando la olla de presión entre ambos poderes, la olla de los pobres no solo no hierve, sino que cada día luce más vacía frente al alza del costo de vida.

 

Las malas decisiones políticas generan efectos perniciosos en la economía, crea desconfianza en los actores, lo que a su vez termina expresándose en el desequilibrio y aumento de precios en alimentos, combustible y transporte. 

 

Frente a una economía convaleciente, en recuperación, no hay nada más letal que la especulación. En julio de este año, las Naciones Unidas habían advertido que el hambre y la desnutrición se agravarían este año como consecuencia de la pandemia de la COVID-19. El año pasado, el 10% de la población mundial estuvo subalimentada. 

 

América Latina es la región donde más se sintió el dolor que genera el hambre: 60 millones de personas sufren hambre y, en general, unas 267 millones de personas enfrentan una situación de inseguridad alimentaria. 

 

En el Perú, lo vemos a diario en las ollas comunes que se abren en los asentamientos humanos que empiezan a cocinar con leña debido al excesivo costo del gas propano.

 

El economista David Tuesta calcula que actualmente entre 3 y 4 millones de peruanos sufren hambre. Los políticos, por sus incompetencias gerenciales o por sus anteojeras ideológicas, no pueden permanecer impávidos frente a esta situación. 

 

Una persona o familia con hambre es un condenado civil. Es susceptible de contraer enfermedades, lo que disminuye su potencialidad como ser humano.  El deterioro constante de su calidad de vida limita severamente su desarrollo personal, familiar y su aporte a la sociedad.

 

En julio del año pasado ya advertíamos esta situación en estas mismas páginas. Temporadas de hambre hemos tenido siempre, decíamos. Incluso antes de la pandemia, miles de familias padecían de subalimentación y hambre. 

 

“(...) las ollas comunes se multiplican en la periferia de Lima. No hay gas ni querosene para cocinar. Se cocina a leña o con pequeños restos de madera. Avena en las mañanas para el desayuno. Arroz, menestras y torrejas de verduras para el almuerzo. Los niños y los ancianos primero. Los mayores, si alcanza”, señalamos. Hoy ya no hay ni torrejas, solo menestra y aderezo de cebollita y tomate.

 

Como bien señala Carolina Trivelli, atender la emergencia del hambre es prioritario, pero insuficiente. Se requiere de una política de Estado que cubra las necesidades nutricionales básicas de los individuos. Y una entidad responsable de la seguridad alimentaria y nutricional que dirija dicha política 

 

Cualquier respuesta que se elabore debe pasar por el reconocimiento de las ollas comunes, considerándolas núcleos ejecutores para que sean sujetos de un bono económico directo.

 

Debe, asimismo, incorporarse en primera línea a los profesionales de la nutrición para que asistan a las ollas comunes y se mejore la dieta alimenticia.

 

El esfuerzo del sector privado debe ser mejor canalizado para evitar duplicidades. La experiencia del Banco de Alimentos en ese sentido es valiosísima. Ellos saben cómo organizar y distribuir mejor la ayuda aplicando criterios territoriales por zonas y cuadrantes.

 

El sistema de monederos virtuales tipo Yape, Luquita, Tunki, Plin y otros, de amplia difusión en los sectores populares, sería también una manera directa de hacer llegar el efectivo a las madres organizadas en las ollas. 

 

El Congreso y el Ejecutivo se encargan todos los días de atizar el fuego y aumentar la olla de presión política, mientras en los barrios más necesitados los pobres sufren pa’ parar la olla por el incesante, persistente y criminal aumento del costo de vida. 

 

Ojalá alguien recuerde aún a Napoleón: “Un ejército marcha sobre su estómago”. Una sociedad también.

07 agosto, 2021

El hombre nuevo

 

El hombre nuevo es un mito. Una utopía. Una idealización. El hombre nuevo lo han modelado desde la religión hasta la política, pasando por la filosofía y la psicología.  Todos quieren construir o reconstruir un hombre nuevo. Un hombre diferente, con valores, celestial, puro, armonioso. Pero el hombre, siendo como es, se resiste y sigue siendo humano, imperfecto, sinuoso, libre. 

 

Los bolcheviques en la década del treinta idearon un hombre nuevo, el hombre revolucionario, del pueblo y para el pueblo. Los fascistas probaron luego hacer algo parecido, un hombre disciplinado, marcial. Los nazis intentaron crear una nueva raza humana. Los polpotianos bañaron en sangre su país para conseguir lo mismo. 

 

Cada una de estas utopías colectivistas ha caído. Simbólicamente el derribamiento del Muro de Berlín tiró abajo la matriz de estas ideas. Quedan, sin embargo, muros mentales que faltan derribar. Altas murallas de ideas desfasadas que se resisten a morir.

 

El hombre nuevo que aún existe en la cabeza de algunos comunistas es hoy un venerable y jurásico abuelo homofóbico, misógino, los últimos ejemplares de una especie que se resiste a desaparecer. 

 

Una mentalidad de ese tipo no es para estos tiempos. Vivimos tiempos de libertad, de respeto a la diferencia y diversidad, de tolerancia. Son tiempos nuevos.

 

No estamos más en un mundo monocromático, ni siquiera binario, sino multicolor, variopinto. Es un mundo diferente, en efecto, nuevo, que tiene nuevas formas de expresarse. Quien no pueda darse cuenta de esto no puede dirigir la política de un país. 

 

El hombre nuevo no existe. A no ser que respetes su diversidad y su libertad.



01 agosto, 2021

Tiempos recios

Vivimos tiempos difíciles, duros. Tiempos de choque, de conflicto, que no se han apaciguado con el inicio del gobierno de Pedro Castillo, sino, por el contrario, se han agitado más. Tras una definición electoral encrespada ha sobrevenido un gobierno tumultuoso, desordenado, casi informal, donde el partido de gobierno parece más interesado en construir poder que en administrar el gobierno.

 

En medio de presiones, imposiciones, parches y remiendos, la conformación de su primer gabinete parece hecho más para la confrontación que para la concertación. En lugar de abrir el juego, moderar su discurso y ganar aliados, el presidente eligió achicar la cancha, volver a su 18% de la primera vuelta, parapetarse en su partido, y radicalizar su posición armando un gabinete con más sombras que luces. Con escasas excepciones (Economía, Educación, Salud, Justicia), sus ministros carecen de experiencia sectorial o administrativa, cuando no de méritos formativos o morales.

 

Será difícil en esas circunstancias lograr el voto de investidura. Aunque en verdad en este punto se pone en juego estrategias más de fondo que de forma. ¿Estará el Congreso dispuesto a exponer su propia viabilidad y censurar este primer gabinete dejando en manos del Ejecutivo un segundo movimiento provocador como presentar el proyecto de ley de Asamblea Constituyente y hacer cuestión de confianza de ella?

 

Quizás el Congreso decida primero fortalecer su propio poder normando y precisando antes que nada los casos en los que el ejecutivo puede recurrir a la cuestión de confianza. Y se proponga más bien una guerra de guerrillas más prolongada que perfore el gabinete llamando, fiscalizando y quemando a los ministros hasta provocar su renuncia o censura. 

 

Pero si en términos políticos no hemos tenido el mejor inicio de gobierno, en términos económicos tampoco ha pintado bien la cosa. Esta semana se reportó la baja en la bolsa de valores de las principales acciones de empresas peruanas. El dólar pasó la barrera de los 4 soles, la inflación de julio fue la más alta de los últimos 26 años y el riesgo país aumentó 8 puntos porcentuales. En el cortísimo plazo los mercados esperan qué sucederá finalmente con Julio Velarde en el BCR, la presentación del plan de gobierno ante el Congreso y si el ejecutivo obtendrá o no el voto de investidura. 

 

El problema es el mediano y largo plazo. Por lo visto en esta primera semana, todo indica que el gobierno apunta a virar las velas y conducir la nave hacia un modelo popular autoritario en lo político, y regulador e intervencionista en lo económico. Un camino que ya sabemos a dónde conduce. Aislacionismo, escasez, pobreza; para convertirse a la larga en ideologización, populismo, y simple y duro autoritarismo. Ojalá nos equivoquemos. Por el bien del Perú, así lo deseamos.

 

Me temo, sin embargo, que se vienen tiempos recios para la democracia. El choque parece inminente. El Bicentenario nos recibe igual de inestables que cuando empezamos. Cambian los actores, pero no los males.