Hace cuatro años, se calculaba que la corrupción en el mundo alcanzaba cifras siderales. Unos 300 mil millones de dólares. El equivalente a las reservas de divisas de China. Poco menos de la mitad del plan anticrisis del Presidente Obama.
La corrupción aceitaba a miembros de gobiernos. Funcionarios que perdieron en algún lado el traje de moralidad que se necesita vestir en el servicio público.
Los corruptores eran, por lo general, empresas grandes, transnacionales, ávidas de contratos millonarios: carreteras, represas, hidroeléctricas, hospitales; cosas grandes, bocados jugosos.
El aceite de la coima lubricaba con fruición conciencias y bolsillos en países desarrollados, pero, sobre todo, funcionaba muy bien en países pobres. Alta viscosidad, alto rendimiento.
La tarifa internacional era - y en muchos casos sigue siéndolo- "el 10%".
La Agencia Transparencia Internacional recopiló algunos datitos de la coima internacional. Una planta incineradora en Alemania, 13 millones de dólares en sobornos; un proyecto hidroeléctrico en la frontera de Argentina y paraguay, 1,870 millones de dólares en pagos debajo de la mesa; una planta nuclear en Filipinas, 17 millones de dólares en comisiones.
Los ejemplos abundan y asquean. No hay país inmune a la corrupción. Aunque sería mejor decir: no hay gobierno inmune a la corrupción.
Porque son los gobiernos y sus funcionarios –administradores temporales de los recursos públicos- los ratones que roen el queso que con esfuerzo producen todos los connacionales.
Esta gente-basura es incapaz de pensar en la política como un acto de servicio a los demás. Entiende la política como la oportunidad para el asalto a la caja fiscal a plena luz del día.
Usan trajes elegantes para colarse en los vericuetos de la administración pública, pero en realidad, esta inmudicia humana, vive desnuda de honor; deambula calata de moral. Por eso exhibe sus miserias y colgajos sin pudor. Deja rastros por donde va; sus huellas están en todas partes. No le importa si lo escuchan. O si lo están grabando.
Uno o dos pericotes haciendo negocio con el Estado es el costo que engendra la especie humana en toda la tierra. Pero un sistema corrupto desde el poder que deja operar a los miserables con absoluta impunidad; que desarrolla grandes proyectos pensando no en beneficio de la gente, sino en la "coimisión" que la obra dejará en sus bolsillos sin fondo, es otra cosa.
Un gobierno que roba en todas direcciones; que tiene funcionarios armando negocios, animando proyectos; que coordina megaproyectos públicos con intereses privados; un gobierno que aceita granjerías a cambio de comisiones; tiene otro nombre. Aquí en todas partes, eso se llama: cleptocracia.
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