El papel de la comunidad internacional y de UNASUR
(Editorial Diario La República, 17 de abril de 2013) El resultado de las elecciones venezolanas muestra un país partido en dos, aunque con una muy ligera ventaja electoral del candidato oficialista Nicolás Maduro. No obstante, el pedido de un recuento de votos del candidato opositor Henrique Capriles, el líder chavista se ha proclamado presidente y luego confirmado por el Consejo Nacional Electoral (CNE).
El inesperado escenario a tan pocas semanas de la muerte de Hugo Chávez desdice la presunción de que el chavismo iba a revalidar su mandato con una holgada victoria. El proyecto de Chávez evidencia serias dificultades para transcender a este y la pérdida de la mayoría política por sus herederos coloca a Venezuela en la disputa por una nueva hegemonía, una compleja transición donde lo que se pone en debate ahora son los tiempos, el protagonismo de la calle y el papel que jugarán las Fuerzas Armadas.
Este resultado corona una campaña en un país tomado por la institucionalidad chavista, cuyo uso de los resortes del poder fue exageradamente visible; de ahí las 3.000 denuncias de irregularidades electorales y la necesidad de que el resultado sea confirmado solo después del recuento de votos. Esta demanda opositora no fue escuchada y a las elecciones le siguen una disputa que ya supera las competencias de los organismos electorales y la Misión de Observadores de UNASUR. En las últimas horas, la clave del proceso venezolano es sustantivamente política a pesar de la elevación del tono y de las amenazas.
Una victoria de solo 1,5 puntos de diferencia luego de un proceso repleto de irregularidades y con una oposición en alza, constituyen los elementos de una crisis en la que las elecciones son un punto de partida. En esta clave política ya se aprecian los primeros matices: mientras que los gobiernos de la región, de derecha e izquierda, han saludado la victoria de Maduro, y varios presidentes se aprestan a participar en la toma de posesión de este, la oposición democrática venezolana se organiza para una batalla nacional e internacional con pocos aliados todavía fuera de sus fronteras. Solo Estados Unidos ha tomado posición contra Maduro, en tanto que en la OEA desplazada del protagonismo por UNASUR carece de capacidad de incidencia.
En la perspectiva cercana, el principal riesgo es la radicalización del gobierno a partir del uso de la fuerza pública y de los tribunales. En ese sentido, como se ha demostrado en episodios recientes, UNASUR está llamado, más allá de las formalidades diplomáticas, a jugar un papel en la recuperación del diálogo en Venezuela para impedir un ajuste de cuentas con la oposición democrática. El año 2000, la OEA desperdició la oportunidad de incidir activa y creadoramente en el marco de la reelección fraudulenta de Alberto Fujimori. Meses después debió rectificarse aun cuando sus omisiones pasadas le restaron legitimidad en relación a conflictos de esta naturaleza.
En Venezuela se han desatado las fuerzas y van camino a la colisión; el gobierno propone una línea de mano dura y la oposición una estrategia de beligerancia democrática. No existen a la vista espacios y mecanismos que acerquen a las partes y esa búsqueda debería ser la principal labor de UNASUR. Con ese propósito sería ideal que el Perú, que ejerce la presidencia pro tempore de UNASUR, analice su papel en la promoción del diálogo.
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