"Facción" no es el mejor término político para definir
una tendencia dentro de un partido, pero es el que ha utilizado un ex dirigente
de Perú Posible para identificarse a sí mismo y a su grupo.
En su origen, la facción precedió al partido;
representaba el apetito desbocado por hacerse del poder. Darío, el rey de
Persia en el Siglo VI a.C., señalaba que la avidez desmedida creaba las
facciones que luego echaban a perder la oligarquía. Por esa razón señalaba que
el mejor gobierno era "el de uno, el mejor"; la monarquía.
Los partidos políticos como organizaciones son más
recientes, de fines del Siglo XIX.
Las facciones se identifican con intereses más
personalistas y caudillistas, en tanto que los partidos repesentan ideas más
grupales o comunitarias.
En la actualidad, la facción alude más bien a un
grupo que se incuba, desarrolla e
insurge dentro de un partido.
Por su espíritu subversivo -que subvierte el orden
establecido-, la facción articula un bando, una pandilla que disiente, un grupo
que acomete y arremete contra la institucionalidad partidaria.
Los facciosos -seguidores, identificados o
pertenencientes a una facción- son, por definición, anti institucionalistas,
anti sistema partidario.
Pero no se puede asumir que una facción sea negativa
per se. Una facción puede fortalecer
un partido, si confronta ideas, programas. O puede menoscabarlo, si se dedica
solo a criticar, insultar y, sobre todo, si todo su esfuerzo gira en torno a
encumbrar a una persona.
Si la facción es abiertamente separatista o
conspirativa, entonces, no hay beneficio para el partido. Todo lo contrario. En
ese caso, la facción no actúa como aliciente o acicate de la organización
política, sino como impedimento o freno.
En el Perú hemos tenido de los dos tipos de
facciones. El socialcristianismo, desgajado de la Democracia Cristiana, fue a
la larga positivo para el debate político. Otras facciones extremas y radicales
que salideron del Apra o la Izquierda, terminaron al margen de la ley.
Pizzorno señala que los partidos pasan de ser una
comunidad solidaria a convertirse en una sociedad de intereses. En el primer
momento, los miembros comparten los intereses; en el segundo, estos difieren,
son divergentes y hasta contrapuestos.
Hay también mucho de vanidad en una facción. Weber
decía que la vanidad es un enemigo "demasiado humano" que el político
tiene que vencer día a día. Su presencia es madre del apresuramiento y del mal
cálculo político.
Los apetitos de liderar un grupo son naturales,
humanos, cíclicos, generacionales. La caída de un Príncipe erige a quien lo
saca. Es la ley de la recompensa.
Pero hacerlo sin respetar la institucionalidad
partidaria, renunciando a sus cargos directivos, a sus reglas de juego,
denostando públicamente a sus dirigentes y socavando a su líder en cuanta
tribuna se le ofrezca, puede ser considerado una acto de traición partidaria o
cuando menos deslealtad.
Las facciones pertenecen a la pre política. Tiempo
de furias y asaltos del poder. Los partidos, con todas sus limitaciones, son
organizaciones que articulan los diversos intereses. Los hechos y el tiempo
determinarán qué tipo de facción ha nacido en Perú Posible. Entonces se verá si
se cumple lo que el gran canciller de Napoleón, Talleyrand, decía: "En
política, la traición es una cuestión de fechas".
(*) Publicado en Diario16, el lunes 9 de junio de 2014, p. 6.
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