Lo hizo. Para poner fin a la crisis política que ha tenido enfrentado y entrampado al ejecutivo y legislativo, desde el inicio del gobierno —me refiero al periodo PPK—, el presidente Martín Vizcarra decidió jalar la cadena, adelantar elecciones y recortar su mandato y el de los congresistas, coincidiendo con el sentir de la calle: que se vayan todos.
Sin partido, sin bancada, sin fuerza para aprobar las reformas políticas como las que había planteado, pero también sin capacidad para resolver los problemas sociales ligados a la minería, el presidente eligió una salida política a la crisis y parálisis en la que se encontraba.
En junio pasado, cuando empezó a gestarse el choque terminal de poderes, decíamos aquí que: “Entre trabajar y construir el consenso en torno a las reformas políticas o coincidir con la calle y patearle el trasero al legislativo, el ejecutivo prefirió lo segundo”. Una reforma política —señalamos entonces—, requiere tiempo, debate más allá de las organizaciones políticas y mucho trabajo para construir consensos, pero que, por lo visto, “Estamos a punto de tirar todo por la borda y entrar a una vorágine electoral interminable. Nuevo Congreso. Referéndum. Elecciones generales. Otra vez nuevo Congreso”.
Para contrarrestar su debilidad institucional y de gestión el presidente recurre al referéndum, un mecanismo de la democracia directa insertado en la Constitución del 93, cuyo abuso —hay que precisarlo— puede derivar en lo que se conoce como “Democracia plebiscitaria”, una característica de gobiernos más populistas que democráticos que prefieren consultas directas al pueblo en lugar de canalizar estas expectativas a través de los canales representativos.
Recurrir de forma permanente a la voluntad del soberano refleja tanto la carencia de estructura y fortaleza partidaria propia como un agotamiento del juego democrático de la representación política. Cuando estas dos falencias se encuentran, el vacío de representatividad que siente la calle puede ser llenado por el gobernante con una estimulante como plebiscitaria caracterización personal de la política.
Una vez más, entre la calle y el Congreso —con una mayoría que no aprende de sus errores—, el presidente política y mediáticamente elige la calle. “Propongo una salida a esta crisis institucional. Presento al Congreso una reforma constitucional de adelanto de elecciones generales, que implica el recorte del mandato congresal al 28 de julio del 2020”. “Yo también me voy”, agregó, ganándose platea y cazuela.
La medida del presidente de adelanto de elecciones es constitucional. El referéndum es un mecanismo válido para salir de la crisis. Una válvula de escape ante la imposibilidad de resolver por la vía del diálogo y el acuerdo las diferencias políticas. Pero no hay que olvidar que la deliberación de los grupos representativos pasa directamente a las masas y abusar de este recurso puede dejar al presidente de la República al borde del caudillismo carismático. La vacuna frente a este nuevo mal es que se cumpla realmente el espíritu del referéndum: que se vayan todos. Al borde del bicentenario, hemos vuelto a la normalidad: ser un país de desconcertadas gentes.
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