A los caminantes y nuevos caminantes se unen, sin voz pero con voto, los silenciosos, jóvenes que han perdido sus empleos con la pandemia y que ven el futuro con preocupación, cuando no con desesperanza. Uno de cada seis jóvenes en el mundo se quedó sin trabajo por el Covid-19. En el Perú, es uno de cada tres.
2.4 millones de empleos formales se han perdido oficialmente. No hay cifras sobre la caída del empleo informal. Pero el -40,5% de PBI en abril y el -12,5% proyectado para el año pueden dar una idea del panorama infernal. Una vuelta por La Victoria también ayuda.
No estamos ante una crisis sanitaria o económica, sino ante una crisis del Estado-nacional (Alberto Vergara, dixit). Tenemos 200 años de crisis larvada que la pandemia simplemente maduró. Somos una República histórica y estructuralmente desigual. Lo que avanzamos en treinta años de disciplina y sacrificio fiscal lo hemos perdido en tres meses. Al final del día seremos más pobres y más enfermos.
¿Teníamos otra opción? No en este momento. Siempre supimos que la cuarentena radical era para evitar saturar la demanda hospitalaria. Un terremoto podía desbordar igual o peor las emergencias. La respuesta no está solo en el presente, sino en la Historia. En nuestras raíces desconectadas. En el suelo que nos vio nacer, pero que nos empuja a mal vivir. O morir.
Y, mientras tanto, en silencio, millones de jóvenes se ocultan tras la estadística. Ellos son el resultado de la peor crisis económica de los últimos 100 años. La pobreza podría crecer de 20,5% a 27,5%, según proyecciones del BCR, por lo que tendremos que volver a empezar.
El problema es que no sabemos si la gente querrá nuevamente empezar a recorrer el mismo camino. El “sentir del pueblo”, va en otra dirección. Quiere un Estado benefactor antes que un Estado ahorrador. Sería mejor un Estado eficaz, y no de prosperidad falaz como el de la República Aristocrática de Basadre. Un Estado que obre y no ubre ni robe.
Por ahora hay menos ruido que nueces. En Chile, el hambre ha roto la tregua en algunas zonas y la gente ha salido a saquear tiendas en busca de comida. En Perú, la primera señal de descontrol es el aumento de la delincuencia. Nacional e importada.
Desde el Ministerio del Interior se propone extender el toque de queda hasta fin de año “para frenar a los delincuentes que roban de noche”. Pero no está demostrado que restringir un derecho ciudadano sea una medida efectiva para que la Policía cumpla con su mandato constitucional que es controlar el orden público. Aprovechen más bien que los principales afectados con la pandemia, los jóvenes, están en modo silencioso. Si se dan cuenta, entonces, sí, la cosa puede complicarse. Y puede haber ruido. Mucho ruido.
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