Ahora que todo el mundo carga al presidente Humala con el tema de su hermano es bueno poner sobre el tapete un tema que ha perseguido a la humanidad desde sus albores: la relación entre la familia y el poder. La familia ha jugado siempre un rol protagónico en torno al poder o en relación con el poder. Desde la formación de las primeras aglomeraciones tribales, los lazos de sangre constituyeron el nexo y la argamasa del poder. El poder era divino y se transmitía a familias poderosas militar o económicamente.
El politólogo Gaetano Mosca afirma que los primeros partidos, clanes o grupos organizados en pro del gobierno, estaban compuestos por las familias más pudientes de la tribu quienes asumían los costos de la campaña y la lucha por el poder. Una vez logrado sus objetivos, los familiares disponían de los beneficios y placeres; tierras, gente, riquezas. Las conquistas eran por lo general luchas armadas, invasiones, conquistas sangrientas, que requerían inmensas fortunas proporcionadas por los miembros de las familias. El gobierno, en sus orígenes, no era ni más ni menos que el reparto del botín.
No sería sino hasta el siglo XVI con el Renacimiento en que se rompería esta forma de entender los asuntos de gobierno. ¿Por qué pensar que una familia -considerada divina- debía asumir el poder y heredarlo entre sus allegados? ¿Por qué el poder debía ser un asunto divino y no un tema de hombres?
La Ilustración del siglo XVIII fue un esfuerzo enorme del pensamiento humano por estudiar, comprender y ordenar el avance de la creación humana desde un punto lógico, científico y racional, despojándolo del velo mítico y divino que hasta entonces lo envolvía. Los efectos de este modo de pensar en la relación y naturaleza del poder fueron tremendos. La Revolución francesa de 1789 y aún antes la Revolución Americana de 1776, aportaron los límites necesarios que requiere el poder. Aún las familias más poderosas debían tener contrapesos en el gobierno. A las monarquías absolutistas les sucedió la monarquía constitucional y las repúblicas democráticas con la separación de poderes.
En esta parte del mundo sucedieron cosas parecidas. El poder del Inca era familiar. La conquista cambió de manos este poder, es decir, cambió de familias. Y muchos matrimonios de la época se hicieron entre descendencias reales de ambos lados para conservar privilegios y fortunas. El militarismo y la democracia liberal, más tarde, en cierto modo, reforzaron este comportamiento: el poder ha estado ligado siempre a familias criollas, aristocráticas, o mesocráticas. Recién en estos tiempos se ve a miembros de familias populares o de clase media y media baja. Pero en todos los casos, el derrotero parece ser el mismo. Las familias se entroncan con el poder. O el poder se manifiesta a través de la pugna entre familias parapetadas en partidos políticos.
Si esto es así, ¿es posible allanar el campo del poder y separar a las familias del partido político? Porque aquí está el germen del futuro gobierno invadido por la familia. Los partidos políticos son clanes familiares. Pequeños clubes electorales organizados sólo para fines de conquistar el poder, pero no para crear institucionalidad política. Conociendo este antecedente, la pregunta es: ¿tienen derecho los familiares a participar de un gobierno? La respuesta es sí y no. Sí, en tanto tengan preparación, experiencia, o se ganen el cargo en elección popular. No, por el simple hecho de ser parte de la familia. Ser hermano del presidente no significa per se ser condenado al ostracismo político. Lo que no puede hacerse es usurpar funciones, asumir representaciones que no se tienen, negociar intereses del Estado o pretender hacer todo eso en busca de beneficios personales. En eso sí, se tiene que ser drástico. Más vale aquí avanzar en los derechos civiles y separar el ámbito privado del presidente, de su ámbito público. No confundir res pública con teta del Estado.
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