Conversar no es pactar, dijo el recordado dirigente Aprista, Ramiro Prialé. Es una máxima política insuperable para esconder la verdad. Usada por lo general cuando no se quiere revelar la esencia de las cosas. O cuando simplemente se quiere escamotear el real sentido de las conversaciones.
Los europeos prefieren decir “estamos conversando” cuando no han llegado a acuerdos. Y los americanos utilizan el “no coment” para evitar malinterpretaciones a decir algo.
Conversar puede ser, en efecto, no pactar. Pero también puede ser perfectamente lo contrario, aunque la frase revele lo opuesto. Los interlocutores conversan para ponerse de acuerdo o no.
Conversar es negociar. Es el arte civilizado para dirimir posiciones. Las expectativas de uno se ponen sobre la mesa y se coligen con las expectativas del otro. Es el mecanismo utilizado para llegar o no a acuerdos.
Mientras las conversaciones “siguen su curso” los japoneses analizan no sólo lo que se dice, sino la forma y entonación utilizados o también lo que no se dice; incluso, las contradicciones de lo que en diversos momentos se dice.
En esta forma de entender el arte de conversar, los silencios son reveladores.
Conversar es también representar. Uno pone sobre la mesa un conjunto de pre acuerdos alcanzados antes en su propia comunidad. Y tiene un manejo de hasta dónde puede llegar.
Si el margen de las expectativas de grupo se acorta no hay acuerdo, si se llega al mínimo el acuerdo es débil y se llega a un punto intermedio de expectativas razonables para ambos habrá un acuerdo sólido. Desde este punto de vista, conversar es avanzar.
El único requisito indispensable para que las conversaciones lleguen a buen puerto es la voluntad; tener las ganas sinceras de acordar. Sin esta cualidad, conversar puede ser simplemente mecer o cojudear.
20 julio, 2011
El arte de conversar
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