Los conversos de última hora –esos que ayer espoloneaban a Ollanta Humala y hoy lo aplauden–, celebran, después de escuchar al Premier en el Congreso, lo que coinciden en llamar un estilo pragmático de gobernar, o simplemente pragmatismo.
Saludan esa manera cortante de decir y hacer las cosas; de establecer el orden a punta de decreto; de acelerar los plazos antes que tomarse un tiempo para escuchar; de imponer antes que dialogar, persuadir y convencer.
En suma, festejan el viejo estilo de golpear la mesa y quedarse con la última palabra.
Lo que ignoran estas sahumadoras de nuevo cuño es que tarde o temprano ese mismo poder pragmático puede terminar siendo su yugo.
Cuando lo que se privilegia es el resultado al método, el fin a los medios, se corre el riesgo de no ver los procesos que devienen en consecuencias.
No cabe duda que la Operación Chavín de Huantar fue un operativo de rescate exitoso, modelo en el mundo en acciones antiterroristas, que enorgullece a nuestras Fuerzas Armadas.
Pero ese fin exitoso profesionalmente no debe cegarnos al punto de avalar el asesinato extrajudicial de terroristas rendidos a manos de un escuadrón de la muerte conocido como “Los Gallinazos”.
Felicitar a unos y condenar a los otros no nos hace débiles como Estado. Por el contrario, siendo la persona humana el fin supremo del Estado, lo hace digno de tal definición.
Igualmente, en el caso de Cajamarca, convocar al diálogo y dejar de lado a fuerzas sociales discrepantes de la posición oficial, con el argumento de que no han sido electas por sufragio, es un error.
La representación de esas organizaciones no está en las urnas; sino en la capacidad que tienen en un sector de la población. Lo correcto es que dichas fuerzas participen dentro de las conversaciones y ganarles en esos espacios, antes que expectorarlas y empujarlas hacia posiciones y salidas extra-legales.
El pragmatismo puede ser una manera de abordar los problemas con sentido común, pero sin tolerancia y espíritu democráticos, se corre el riesgo de que se convierta en una forma autoritaria de ejercer el poder.
El pragmatismo llevó en los noventa a un chinito a ganar con un plan A y gobernar con un plan B. Ese mismo pragmatismo cerró el Congreso y terminó con la institucionalidad democrática.
En aras de ese leal saber y entender, se concentró los programas asistenciales en un todopoderoso Ministerio de la Presidencia. Y producto de ese pragmatismo maquiavélico, torvo, se utilizó una caja negra para operativos encubiertos.
Nada más antidemocrático que el pragmático que toma sus decisiones sin consultar o que puede incluso escuchar a todos y no hacer caso a alguien.
Y cuando eso ocurra, los áulicos de turno, como de costumbre también, tendrán que cambiar de bufones a plañideras.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario