La alcaldesa de Lima Susana Villarán debe
quedarse, como sostuvimos en un post anterior, porque ha decidido enfrentar dos
de los problemas más urgentes en ciudades como las nuestras en Latinoamérica:
la comercialización de alimentos y el transporte público.
Si algo une ambas actividades es una
compleja red de hilos económicos, sociales y culturales en los que la
informalidad es la base de acumulación de dinero y poder de ciertos grupos
acostumbrados a vivir sacándole la vuelta al Estado.
En los mercados, dichos grupos dominan en
base a la fuerza y extorsión e imponen sus propias reglas al margen de la ley y
la autoridad. Así funcionan desde la venta de verduras hasta el expendio de
pollos, carne y pescado. Los reyes de la comercialización nacieron del
acaparamiento y la especulación y les cuesta formalizarse, pagar impuestos y mejorar,
por ejemplo, aspectos de salubridad y seguridad.
Algo similar pasa en el transporte. Coima
de por medio, informalidad y mal trato a los pasajeros son solo evidencias de
un desorden en el sistema público de transporte en donde se impone la “ley del
centavo”; buses y combis que compiten por levantar pasajeros en cualquier
parte, en lugar de ordenar paraderos y rutas como viene haciendo la autoridad
municipal.
Orden y autoridad van de la mano. No se
entiende la una sin la otra. El resultado es respeto y mejor calidad de vida
para todos.
Hay muchas diferencias entre Estados Unidos
y el Perú, pero, precisamente dos actividades económicas que están debidamente
normadas en USA son el sistema de comercio de alimentos y el transporte
público.
En relación al tránsito, aquí existe orden
y respeto al peatón o ciclista. Existe respeto al espacio público, que es
el espacio de todos.
Los estacionamientos están perfectamente
ubicados, seleccionados y ordenados de tal forma que a nadie se le ocurre
estacionar su carro en el primer lugar que encuentra. Los gringos han llegado
al extremo de señalizar todo tipo de paraderos: Para vehículos de auxilio (bomberos,
servicios médicos, emergencia), para vehículos autorizados, para visitantes,
para vehículos de transporte público, taxis, motos, bicicletas, carga, en fin,
si no encuentras un sitio para tí es porque no existe.
A nadie se le ocurre dejar su auto un
ratito en la esquina. Ni buscar al chico que cuida y dejarle una luca para que
lo chequee un toque. Eso no existe. El parqueo es un servicio público de la
comuna para la comunidad.
Empezando por allí, todo empieza a tener
sentido.
De manera que la alcaldesa de Lima ha
decidido agarrar a dos toros directamente de los cuernos. El traslado de La
Parada y los cambios en la Av. Abancay y el reordenamiento de rutas, son
señales de que vamos por buen camino.
Son reformas de fondo que ponen a prueba no solo nuestro crecimiento,
sino nuestro desarrollo.
Ordenar el tránsito y la comercialización
de alimentos quizás sean dos primeros grandes pasos para ordenarmos como
país. ¡Adelante Susana!
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