Los pobres de Lima le pasarán la factura este domingo, no a Susana
solamente, la alcaldesa de Lima, sino a la clase política en general. El voto
de los de abajo le dirá nuevamente a los políticos que el pragmatismo y el
clientelismo están vigentes cuando se vive en los cerros o el arenal.
No tenemos una democracia a la europea o a la occidental,
institucionalizada. Tenemos una democracia electoral débil, superflua, a merced
de los cantos de sirena de caudillos populistas.
Tenemos populismo electoral. Y la población, mayoritariamente, me
temo, tiene alma populista.
Quizás no hay mucho que explicar cuando no se tiene trabajo ni agua,
ni oportunidades para enfrentar los requerimientos mínimos que exige la vida
diaria.
No hay forma de hacer llegar un mensaje de honestidad,
transparencia, cambios estructurales, cuando la necesidad inmediata de las
familias con menos recursos es “cómo paro la olla hoy”.
No digo que en esas condiciones de vida extrema, no existe una
cultura ética, pero sin duda las necesidades de obtener ventajas concretas (una
escalera, alimentos, dinero), pueden hacer mucho más permisible esta franja de
la conciencia moral.
La dignidad existe en el ser humano. Y se pone a prueba en cada uno
de los actos que hacemos. Pero a mayor necesidad este mecanismo conductual puede
invertirse.
De eso se aprovechan algunos políticos para sacar ventaja. Apelan
directamente a las necesidades primarias de la población vulnerable para
inducir sus opiniones y, si pueden, torcer su voluntad a cambio de promesas. Es
el populismo pragmático.
Parafraseando al gran escritor Albert Camus podemos decir que el
populismo no se edifica sobre las virtudes de los populistas, sino sobre las
faltas de los demócratas.
El populismo es el reemplazo de los mecanismos de la democracia,
siempre lentos y engorrosos por la búsqueda de consenso, por los de resultados inmediatos del pragmatismo
populista.
Una escalera por aquí, una psicina por allá. ¿Quién se toma el
tiempo para preguntar si esto es más necesario que formalizar el comercio
ambulatorio, ordenar el tránsito o realizar campañas de educación ciudadana?
Pamplinas. El pueblo no puede esperar, dicen los populistas.
El problema con esta forma de pensar es que se empieza a reemplazar
en la mente de la gente los mecanismos de ordenamiento, construcción y
conducción democráticos por otro sistema de relación clientelar con las masas
pobres y mayoritarias.
El gobernante populista desarrolla así una relación directa y
dependiente de su voluntad con los sectores marginados utilizando un modus operandis de cooperación y
sometimiento. Les regala pescado, en lugar de eseñarles a pescar. A la larga,
esta conducta resiente la democracia tal como la conocemos.
Una cosa más, el caudillo populista coloca su nombre en todas las
obras que realiza. Busca fortalecer la relación no entre la institución y el
pueblo, sino entre el pueblo y él. No deslinda entre lo público y lo privado. No
educa a la gente y la malacostumbra al punto de volver tolerable la corrupción.
No importa que robe con tal que haga obra.
Todo esto se juega este domingo. No solo la revocatoria o no de una
alcaldesa, sino la preferencia de un estilo de gobierno. Y algo más profundo,
el modelo de funcionamiento de la democracia. Cualquiera que sean los resultados, esto es lo que se define este domingo.
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