Hace unos años, Dominique Moïsi[1], escribió un ensayo en el que unió el estudio de las emociones con la geopolítica para analizar el curso de los acontecimientos históricos: guerras, terrorismo, xenofobia, entre otros problemas de la civilización humana.
Moïsi centró sus reflexiones alrededor de la presencia, ausencia y resquebrajamiento de uno de los sentimientos alrededor del cual es posible entender el paso de un estado de conciencia y acción a otro: la confianza.
La confianza —dice el autor— es el factor determinante de la forma en que las naciones, los pueblos y las personas encaran los retos con los que se encuentran y se relacionan entre sí.
La confianza, entonces, es algo así como la amalgama de la sociedad humana. El componente que fluye entre la sociedad para mantenerla unida o, en ausencia de ella, fraccionarla en mil pedazos, algunos de los cuales se tornan violentos, caóticos y terminales.
Cuando se destruye la confianza, las sociedades reflejan sus verdaderas emociones. Surge el miedo, por ejemplo, que es la ausencia de confianza. “Si tu vida está dominada por el miedo, vives preocupado por el presente y esperas que el futuro se vuelva incluso más amenazante”, afirma el autor.
Para pensar en un futuro promisorio debemos, por tanto, desterrar el miedo y construir la esperanza; aquel sentimiento que está basado en “la convicción de que el día de hoy es mejor que el de ayer, y que mañana será mejor que hoy”.
Pero si en ese proceso de construcción de confianza, ésta es herida, traicionada, aparece la humillación, la traición de la esperanza, o la desesperanza futura. “Tu falta de esperanza es culpa de aquellos que te han lastimado en el pasado”; principio fundamental del resentimiento.
Los pueblos en general y las personas en particular se mueven entre el miedo, la humillación y la esperanza, todos estos sentimientos, resultado de lo que hagamos con la piedra de toque de la convivencia humana: la confianza.
Esperanza es querer y estar seguro de alcanzar algo. Humillación es caer en cuenta que jamás podré lograrlo, por lo tanto, te destruyo; miedo, en tanto, es temor a lo desconocido, a lo diferente, al futuro.
Estas emociones son inherentes al ser humano. Se aplican en todo tipo de sociedades; más ahora que vivimos una era de globalización y uniformidad amplificada por los medios de comunicación.
En dosis adecuadas, las tres emociones —miedo, humillación y esperanza— son vitales para generar reflexión y cambio en las personas. Experimentarlas no nos condena. Es más, todas están en permanente balance y desbalance. Pero, si lo que queremos como país es construir mejores sociedades, entonces, lo que tenemos que hacer es fortalecer la confianza.
Hoy padecemos una crisis de confianza. Sentimos miedo ante la inmigración venezolana; frustración ante los destapes de corrupción; humillación ante los devaneos políticos; y fuera del fútbol y la gastronomía, casi nada nos estimula la esperanza.
Somos sociedades con la confianza herida. Restañémosla. Empecemos por nosotros mismos.
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[1] Moïsi, Dominique. “La geopolítica de las emociones”. Grupo Editorial Norma. Bogotá, Colombia. 2009.
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