Sin partido político, habiendo llegado casi por accidente al
poder, sin bancada para gobernar, el presidente Vizcarra ha logrado
reposicionarse y pasar de un político endeble, acosado por la fuerza
mayoritaria del Congreso, a un hombre con iniciativa política que se plantó en
el terreno, marcó la cancha e impuso su juego.
En apenas tres meses el presidente Vizcarra cambió la agenda
política y consolidó la imagen más que
de un político, de un caudillo; un líder con apoyo en las masas populares,
antes que en las instituciones.
Para llegar a este punto, el hoy presidente —que goza de una
popularidad de 52%, según JFK—, repitió una experiencia que ya había tenido
cuando ejerció la representación del Colegio de Ingenieros de su pueblo natal,
Moquegua.
El 2008, en medio de un conflicto entre el gobierno central y
el pueblo de Moquegua, por la distribución del canon y regalías mineras, el
entonces líder del Colegio de Ingenieros regional, se puso del lado de la
gente. Fue la primera vez que Vizcarra tomó el micrófono ante una multitud de
15 mil personas. Apenas dos años antes había intentado ser alcalde de Moquegua,
pero perdió.
A partir de un reclamo justo, en el momento indicado, frente
al fracaso de la representación política, Vizcarra optó por defender la postura
de la ciudadanía que reclamaba la administración independiente entre Tacna y
Moquegua de los ingresos por canon y regalías.
“Debemos aprender de esta experiencia. De lo positivo y de lo
negativo”, dijo en esa oportunidad. El perfil de ingeniero se transformó en el
de un negociador dirigencial y de éste pasó al de un representante de los
intereses de la mayoría. Dos años después del Moqueguazo fue elegido presidente
regional.
Su transformación en Palacio de Gobierno ha tenido un
tránsito parecido. Ante la aparición de los audios de la corrupción y la
percepción —aparente o real— de que el Congreso no reaccionaba con celeridad para
poner fin a esta situación, —lo que generó que la calle se caliente—, Vizcarra
nuevamente optó por ponerse del lado de la gente y convocar el referéndum.
Entre el Congreso que lo bloqueaba y la gente que reclamaba acción,
Vizcarra optó por la calle. Para un hombre sin partido político, es sintomático
el número de movilizaciones en diversos puntos del país, organizadas la víspera
de la votación de la cuestión de confianza, que salieron a corear su nombre.
Hoy, el presidente viaja por todo el país llevando un solo
mensaje: lucha contra la corrupción y referéndum. El Congreso no puede ya
retroceder en este tema. Hacerlo sería una burla que levantaría a la ciudadanía.
En Moquegua, en los tiempos del levantamiento, y aún después, Vizcarra hizo lo
mismo. Se paseaba por todos los medios con un solo mensaje: le explicaba a la
gente que el problema de Moquegua era la ineficacia y la insensibilidad de las
autoridades de Lima. Simple y sencillo, como ahora.
¿Es un caudillo el presidente Vizcarra? Está camino a serlo,
en todo caso. Pero no se crea que es el típico caudillo latinoamericano populista,
violador de los derechos humanos, cercenador de las libertad de expresión, que
se apoya en las Fuerzas Armadas o en una popularidad carismática, para esquilmar
la caja pública y/o desaparecer o perseguir a sus antecesores a punta de
controlar la Policía, el Ministerio Público o el Poder Judicial.
No. Vizcarra no es Chávez ni Maduro. Puede ser el primer líder
caudillista que en lugar de eso solo pretenda terminar el gobierno, recuperar
el crecimiento, mejorar la administración, impartir justicia y, eso sí, dejar
sentada las bases para un retorno más adelante. ¿Se lo permitirán?
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