La migración, uno de los principales
problemas de la humanidad, es hoy la puerta de la globalización y, al mismo
tiempo, la llave que la cierra. El 3,4% de la población mundial, está hoy
movilizada, huyendo de sus zonas de origen, para apiñarse en las fronteras de
naciones ajenas, o morir en un intento desesperado por no desaparecer de
inanición o desesperanza en sus países de origen.
Las causas para ello son variadas. Están la
guerra, la dictadura, la pobreza, el hambre; pero también, esa bombilla
incandescente —llamada globalización— que atrae a gentes de países pobres en
busca de mejores condiciones de vida para ellos y sus familias.
Si la globalización fuera un fenómeno de ida
y vuelta no habría problema. Absorvería a esas masas humanas y las fundiría en
las nuevas sociedades mestizas, abiertas, globales. Pero no es así. El proceso
migratorio ha asustado al Estado nación. Y, por el contrario, hoy se levantan
muros, alambradas, se imponen restricciones legales o sanitarias, o se rechaza
abiertamente el paso de seres humanos de una economía a otra.
La globalización funciona solo para el paso
de capitales. El intercambio de bienes tiene sus reglas y el paso de personas
empieza a ser un problema mundial, al punto que las Naciones Unidas acaba de
firmar un Pacto por la Migración que no ha logrado el consenso de los países y
al que Estados Unidos se opone con firmeza.
La migración no es solo un problema social,
económico o político. Es antes que nada un problema humano. Y, paradójicamente,
un problema sin frontera.
En Grecia, en la Isla de Egeo, hay 12 mil refugiados
hacinados que esperan en vano un salvocunducto para ingresar a Europa. Italia
acaba de frustrar el trabajo solidario de Aquarius, un buque dedicado a salvar
personas del naufragio en el Mediterráneo.
Esta semana, una niña guatemalteca, detenida
por la policía fronteriza, murió al no probar alimento y agua durante varios
días, pese a estar bajo custodia de la autoridad migratoria norteamericana. Hay
8 mil niños centroamericanos en la frontera en la misma situación. Otros 700
mil casos, están en las cortes migratorias de los Estados Unidos, pendientes de
solución.
Los desplazados alimentan no solo el
nacionalismo, sino principalmente la xenofobia, el miedo al otro, al diferente.
La migración forzosa es considerada hoy una de las peores crisis humanitarias del
planeta.
Para atender la emergencia, la solución está,
por supuesto, en los países de destino. Pero, la solución definitiva se
encuentra en los países de origen. ¿Por qué huye la gente de sus países? ¿qué los impulsa a abandonar sus naciones aún a costa de su propia vida?
No estamos ante la avalancha de seres humanos
expulsados de sus tierra como consecuencia de un fenómeno natural (epidemias,
terremotos, o sequías). Estamos ante algo peor. La huida de millones de seres
humanos ante problemas generados por la mala política de recortar, asfixiar, suprimir,
la vida en libertad.
Verdaderas tragedias inhumanas de orden
político generan el éxodo masivo de desplazados que vive el mundo. Dictadorzuelos
que implosionan la economía y generan desabastecimiento y falta de
oportunidades. Bandas armadas, ideologizadas o fanáticos religiosos, enfrascados
en guerras civiles prolongadas por el poder. Todo, con el aval de potencias
mayores interesados solo en elevar la productividad de su industria militar.
En el fondo, el drama es uno solo:
trashumantes humanos huyendo del mayor horror que ha generado la especie: el propio
ser humano, enfermo de poder. El verdadero terror está en el fracaso de la política: la guerra, la lucha fratricida por el poder, el autoritarismo, el fanatismo.
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