09 marzo, 2019

Yo, robot

Todos los días tenemos una noticia de alguna proeza robótica. Se prueba con éxito y salen al mercado robots que desatoran cañerías, doblan ropa, preparan sándwiches, tragos, diagnostican a pacientes, opinan jurídicamente sobre controversias varias, relacionan parejas, redactan noticias sobre el clima, los deportes, elaboran obituarios, crean piezas musicales y hasta hay uno que pinta cuadros que se subastan como piezas de arte.

Convivimos con tecnología que a pasos agigantados reemplaza las actividades humanas.

Hasta hace poco se creía que la creatividad humana, era el espacio vedado para los mecanismos automatizados. Pero, ¿quién podría negar que un conjunto de sonidos técnicamene perfectos, agrupados en una escala determinada, con una melodía agradable al oído y acordes y compases aleatorios no copiados, no califica como creación o, mejor aún, como inspiración?

Los humanistas dirán que la inspiración viene del alma. Los naturalistas, que es resultado de un proceso químico cerebral. Los románticos, que proviene del corazón. Y los religiosos que es un don de Dios.

¡Pero la máquina no tiene ni alma, ni cerebro, ni corazón, ni fe! Y, sin embargo, crea. 

Los robots procesan datos; tienen una capacidad para analizar en milésimas de segundos, infinidad de algoritmos que les permite ejecutar una serie de tareas, muchas de ellas antes realizadas solo por el ser humano. El resultado es el reemplazo de estas funciones humanas por los robots. No es solo el complemento de la tecnología en las actividades humanas. A la larga, será el reemplazo total de uno por otro; en algunas funciones, oficios o profesiones, al menos. La guerra de drones, por ejemplo, no es más ciencia ficción. Pero tampoco lo es el hecho que los empleos humanos en manufactura caen, mientras la intervención de robots en la fabricación de objetos, aumenta. ¿Será hoy más barato prender un robot que corta, cose, pega botones y embolsa camisas en China que pagar a un conglomerado humano que hace lo mismo en Gamarra? Cuando lo sea, no desaparecerá Gamarra, pero su posibilidad de competir en el mercado mundial habrá desaparecido. A no ser que transite el mismo camino hacia la robotización.

El mexicano José Ramón López-Portillo, en su excelente libro “La gran transición” sostiene que cuando nos referimos a la tecnología hay dos visiones y formas de entenderla. 

La visión pesimista señala que la tecnología traerá desempleo masivo, desigualdad extrema. Y que al comienzo, una mayor conectividad conducirá al aparente empoderamiento de la sociedad civil, pero, a la larga, comprobaremos que será a expensas de su privacidad y libertad. Una cámara puesta en la calle, por ejemplo, podrá, al comienzo, ayudar a manejar el tránsito o dar seguridad, pero, con el tiempo, podría controlar la libertad individual de las personas, vigilándolas, espiándolas, grabándolas.

En una etapa superior de la tecnología usada para el mal, fuerzas disruptivas podrían manejarla con propósitos políticos malsanos —conocer lo que piensa la gente a través del análisis de la data que deja en redes sociales—, acceder al poder, perpetuarse, instaurar regímenes populistas y autoritarios o, incluso, llegar a algún tipo de totalitarismo tecnológico. 

Felizmente, hay también una visión optimista, indica López-Portillo, que cree que la tecnología ayudará a solucionar problemas como el hambre, la pobreza, las enfermedades, la ignorancia, el deterioro ambiental. En esta visión, el mundo alcanzará la autosuficiencia en energía renovable, fomentará el reciclaje de recursos no renovables y todos lograremos un mayor bienestar. Se crearán nuevas ocupaciones inimaginables, ingresaremos en una nueva era de abundancia y cooperación; y las capacidades biológicas, cognitivas y sensoriales de los seres humanos se expandirán exponencialmente.

Convenimos, entonces, que la máquina crea y puede desarrollar creatividad. Si esto es así, ¿qué la diferencia del ser humano?, ¿la cuestión moral o ética?, ¿los sentimientos?, ¿la búsqueda de la verdad?, ¿de la justicia?, ¿la capacidad de perdonar?, ¿de amar? No lo sé. Pero le preguntaré a Siri.



No hay comentarios.: