No se ve una luz al final del túnel. Tal parece que llegamos a un desenlace oscuro. Sin acuerdo conversado de salida a la crisis política. El encuentro entre Vizcarra y Olaechea no ha significado una definición. En ninguno de los dos sentidos. Ha sido un mero pulseo de fuerzas. Un diálogo de sordos.
Apenas terminó la reunión cada quien volvió a sus trincheras y reforzó sus posiciones. El Congreso gatilló primero. Disparó contra el propio presidente al proponer investigar Conirsa, Chinchero, la SUNEDU, las encuestadoras y hasta el mensaje presidencial (aunque después retrocedió en esto último).
El presidente denunció la ofensiva y replicó: “…con estas actitudes (el Congreso) no hace otra cosa que justificar día a día el pedido de adelanto de elecciones que hemos hecho”.
Despejada la bruma de los cañonazos, el teatro de operaciones se aclaró. El presidente, urgido por los plazos que corren, debe definir en poco tiempo si juega su carta final de la cuestión de confianza y obligar a una salida final.
Solo hay dos caminos posibles: el pacto o el choque.
Si es por pacto, las conversaciones pasan por colocar como primer punto del pacto el retorno del Congreso Bicameral, con el añadido —complicado de aceptar para la calle, pero necesario— de que los actuales congresistas puedan postular al Senado de la República.
Si se elige el choque, la vía no es plantear la cuestión de confianza insistiendo en la “esencia de las reformas constitucionales”, sino, que se tendrá que apelar a una medida más pragmática y sobre la que no quepa la menor duda de su efectividad para obtener el mismo resultado de las dos cuestiones de confianza negadas: el cambio del presidente del Consejo de Ministros.
En la calidad y estilo del nuevo premier estará la fuerza estratégica de esta decisión.
Así, se provoca una crisis ministerial por renuncia del actual primer ministro y se convoca a un reemplazante que conforma un nuevo gabinete el cual debe acudir al Congreso de la República, exponer la nueva política de gobierno y solicitar cuestión de confianza sobre ella.
Este camino liberaría a Salvador del Solar para asumir con libertad una tarea electoral en las nuevas elecciones generales (si quisiera).
El nuevo premier tendría que tener un rol político y ejecutivo tan fuerte que por un lado obligue al Congreso a no extenderle la confianza o, si se la da, logre impregnar eficiencia a los programas del Ejecutivo, generar confianza en los inversionistas y equilibrar el poder que actualmente emana del Legislativo. Todo al mismo tiempo.
¿Existirá ese ser superdotado de la política? En las próximas semanas lo sabremos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario