Como si la sociedad tecnológica no nos castigara ya a una forma de aislamiento al interponer entre dos personas un dispositivo electrónico, la pandemia del COVID-19 nos condena a un aislamiento social obligatorio; una medida dura, pero necesaria para evitar la propagación del virus.
No hay forma de que el virus se propague si no es por contacto humano. El virus necesita de un organismo vivo para subsistir. Por algunos minutos puede resistir sobre una superficie cualquiera, pero, sin otro organismo de sangre caliente que lo cobije, muere.
Los especialistas coinciden en que su nivel de mortandad no es tan alto. Según la Organización Mundial de la Salud, solo el 3,4% de los infectados fallece. La gripe tiene un índice menor, el 1% de los contagiados muere. ¿Pero si hacemos un ejercicio matemático con estas cifras de cuántos muertos estamos hablando?
Los alemanes han calculado que al final de la pandemia, al menos 70% del planeta habrá sido infectados con el COVID-19. El último censo mundial indica que somos 7700 millones de habitantes en La Tierra. Si utilizamos el cálculo alemán, tendremos 5390 millones infectados, de los cuales 4312 millones (80%) solo sentirán que tuvieron un catarro fuerte, 808.5 millones (15%) necesitarán asistencia médica, y 40.4 millones (5%) serán considerados casos graves. La mitad de estos casos graves, 20.2 millones, es posible que mueran.
La cifra de fallecidos puede estar en alrededor de 183 millones si usamos el índice estadístico calculado por la OMS, o, disminuir a 53 millones, si usamos el índice de mortandad de la gripe. Por otro lado, el mapa del coronavirus que mide en tiempo real el número de infectados y de fallecidos, indica que a la fecha tenemos 181 165 casos confirmados y 7114 fallecidos, lo que arroja una tasa de mortalidad de 3,92%. Si cruzamos el índice alemán con el porcentaje real, tendremos al final de la jornada 211 288 000 de fallecidos por coronavirus. Una cifra espantosa, pero estadística.
De allí que el mayor problema hoy sea contener la propagación. Evitar que escale el contagio. No solo por las muertes que puede causar, sino también por el colapso de los sistemas de salud que no podrían atender el desborde del virus.
En la fase final del COVID-19, se requiere asistir a los pacientes con oxígeno, debido a que enfermos tienen los pulmones disminuidos por la neumonía. Lo trágico de esta enfermedad es que los hospitales no tienen suficientes máquinas de ventilación para atender a todos los pacientes afectados. Por eso, la lucha contra la enfermedad depende, siempre, de la calidad de medidas tomadas antes de que escale el contagio y del sistema de salud del país afectado.
En el Perú los cálculos del Ministerio de Salud señalan que es probable que, si no tomamos medidas extremas para evitar el contagio, podríamos tener entre 1 mil a 2 mil pacientes que requieran ventilación asistida. Pero, según ha indicado el Dr. Elmer Huerta, solo tenemos 250 camas con ventilación asistidas. Si eso pasara, tendríamos que llegar al extremo de Italia donde los médicos tuvieron que elegir a quiénes entubaban para ayudarlos con oxígeno y prolongarles la vida, y a quienes dejaban morir.
Por esta razón, antes que el virus se propague en proporciones geométricas, el aislamiento social es la mejor forma de reducir su letal impacto. Los números están del lado del virus. La decisión de que no se siga multiplicando, está de nuestro lado.
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