05 diciembre, 2020

Entre espontáneos y representativos



¿Qué tienen en común la marcha de los jóvenes y de los trabajadores agrícolas que lograron cambios dramáticos en las últimas semanas: la primera un nuevo gobierno y la segunda la derogatoria de la Ley de Promoción Agraria vigente hasta el 2031?

 

Que ambas manifestaciones carecieron de representantes, dirigentes o líderes identificables.

 

Es un fenómeno global, la explosión de las masas carentes de liderazgos claros. A tal punto que si el gobierno hubiera querido seriamente iniciar una mesa de conversaciones no habría podido señalar a quiénes sentaba enfrente.

 

Ni los propios levantados hubieran podido hacerlo.

 

Es una realidad que merece ser analizada. Ni lo jóvenes que salieron a protestar ni los agricultores que bloquearon las carreteras tuvieron dirigentes con quienes se pudiera dialogar. 

 

Ha sido la masa, una turba organizada, con dirección, pero carentes de representantes, la que ha logrado dos de los más importantes cambios políticos en los últimos años.

 

En el primer caso, el mecanismo de sucesión constitucional se puso al límite con tres presidentes sucesivos en dos semanas.

 

En el segundo, el tercer presidente en ejercicio —cuarto en el periodo 2016-2021— decidió el camino corto de la derogatoria de la norma antes que el camino largo de la negociación sin representación.

 

En el camino quedaron gobernadores, alcaldes y viceministros. Los trabajadores del campo solo aceptaban a ministros y al presidente de la república para negociar. 

 

Sin representación, la institucionalidad parecía una palabra hueca, carente de contenido.

 

¿Qué atizó las protestas? A primera vista no parece haber sido un partido político ni un grupo de interés ni algo remotamente parecido a un movimiento social.

 

En el caso de las manifestaciones de los jóvenes, esa presencia masiva multiplicada por el efecto de las nuevas tecnologías obedece a un estado de ánimo, a un hartazgo del establishment político y a un signo de que vivimos en la sociedad no solo del espectáculo, sino de la desconfianza.

 

La protesta de los agricultores sí ha sido contra las condiciones infrahumanas de empresas informales que creen que hacer productivo el campo implica el retorno del caporalismo o yanaconaje. 

 

Los agricultores carecen de dirigentes nacionales en los partidos políticos. No hay tampoco un movimiento agrarista acorde con el crecimiento de trabajadores en la agroexportación.

 

No es el caso de los jóvenes, quienes han avanzado con cuotas obligatorias en las listas en todas las elecciones nacionales y subnacionales. En su caso, hay representación, pero no liderazgo.

 

Tal vez por la ausencia de organismos de nivel como el Consejo Nacional de Juventudes (CONAJU), que de tener un asiento en el Consejo de Ministros el 2002 pasó a ser una secretaría a partir del 2006.

 

Estando tan cerca las elecciones generales se abre una oportunidad interesante para ver la capacidad de los partidos de escuchar y dar espacio a estos dos grupos sociales, además de las mujeres que tienen también una agenda sectorial propia. 

 

No vaya a ser que de tanta presencia espontánea de grupos descontentos pasemos a un espontaneísmo activo en las calles, una práctica conocida en las izquierdas radicales para ganar a río revuelto y agudizar las contradicciones al margen de partidos y organizaciones representativas.

 


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