14 agosto, 2021

Hambre y olla de presión

Mientras el Ejecutivo y el Congreso atizan el fuego político aumentando la olla de presión entre ambos poderes, la olla de los pobres no solo no hierve, sino que cada día luce más vacía frente al alza del costo de vida.

 

Las malas decisiones políticas generan efectos perniciosos en la economía, crea desconfianza en los actores, lo que a su vez termina expresándose en el desequilibrio y aumento de precios en alimentos, combustible y transporte. 

 

Frente a una economía convaleciente, en recuperación, no hay nada más letal que la especulación. En julio de este año, las Naciones Unidas habían advertido que el hambre y la desnutrición se agravarían este año como consecuencia de la pandemia de la COVID-19. El año pasado, el 10% de la población mundial estuvo subalimentada. 

 

América Latina es la región donde más se sintió el dolor que genera el hambre: 60 millones de personas sufren hambre y, en general, unas 267 millones de personas enfrentan una situación de inseguridad alimentaria. 

 

En el Perú, lo vemos a diario en las ollas comunes que se abren en los asentamientos humanos que empiezan a cocinar con leña debido al excesivo costo del gas propano.

 

El economista David Tuesta calcula que actualmente entre 3 y 4 millones de peruanos sufren hambre. Los políticos, por sus incompetencias gerenciales o por sus anteojeras ideológicas, no pueden permanecer impávidos frente a esta situación. 

 

Una persona o familia con hambre es un condenado civil. Es susceptible de contraer enfermedades, lo que disminuye su potencialidad como ser humano.  El deterioro constante de su calidad de vida limita severamente su desarrollo personal, familiar y su aporte a la sociedad.

 

En julio del año pasado ya advertíamos esta situación en estas mismas páginas. Temporadas de hambre hemos tenido siempre, decíamos. Incluso antes de la pandemia, miles de familias padecían de subalimentación y hambre. 

 

“(...) las ollas comunes se multiplican en la periferia de Lima. No hay gas ni querosene para cocinar. Se cocina a leña o con pequeños restos de madera. Avena en las mañanas para el desayuno. Arroz, menestras y torrejas de verduras para el almuerzo. Los niños y los ancianos primero. Los mayores, si alcanza”, señalamos. Hoy ya no hay ni torrejas, solo menestra y aderezo de cebollita y tomate.

 

Como bien señala Carolina Trivelli, atender la emergencia del hambre es prioritario, pero insuficiente. Se requiere de una política de Estado que cubra las necesidades nutricionales básicas de los individuos. Y una entidad responsable de la seguridad alimentaria y nutricional que dirija dicha política 

 

Cualquier respuesta que se elabore debe pasar por el reconocimiento de las ollas comunes, considerándolas núcleos ejecutores para que sean sujetos de un bono económico directo.

 

Debe, asimismo, incorporarse en primera línea a los profesionales de la nutrición para que asistan a las ollas comunes y se mejore la dieta alimenticia.

 

El esfuerzo del sector privado debe ser mejor canalizado para evitar duplicidades. La experiencia del Banco de Alimentos en ese sentido es valiosísima. Ellos saben cómo organizar y distribuir mejor la ayuda aplicando criterios territoriales por zonas y cuadrantes.

 

El sistema de monederos virtuales tipo Yape, Luquita, Tunki, Plin y otros, de amplia difusión en los sectores populares, sería también una manera directa de hacer llegar el efectivo a las madres organizadas en las ollas. 

 

El Congreso y el Ejecutivo se encargan todos los días de atizar el fuego y aumentar la olla de presión política, mientras en los barrios más necesitados los pobres sufren pa’ parar la olla por el incesante, persistente y criminal aumento del costo de vida. 

 

Ojalá alguien recuerde aún a Napoleón: “Un ejército marcha sobre su estómago”. Una sociedad también.

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