Sir Tristan Garel-Jonas es un Lord inglés. No se anda con rodeos. Y dice las cosas de manera directa, sin que se le mueva un pelo. Cuando le preguntaron sobre la relación de la prensa británica con el parlamento inglés, Lord Tristan Garel-Jones dijo: “La prensa en Inglaterra es bazofia”. Algunos de los congresistas que asistieron a su charla carraspearon. “Sólo nos queda un periódico decente” -prosiguió él-, como si reflexionara ante una taza de té a las cinco en punto.
La verdad es que la prensa británica no es el mejor ejemplo de relación con la política. Actualmente una comisión del parlamento investiga las interceptaciones telefónicas realizadas por el diario “The News of the World”, del imperio Murdoch, un tabloide lleno de primicias en base a chismes e intrigas logradas ilegalmente que hacía las delicias del público inglés.
El tema viene a cuento debido a la reacción que la prensa peruana ha tenido frente a unas sazonadas declaraciones del presidente del Congreso, Daniel Abugattas, considerando a la prensa un grupo de suplentes sentados en la banca con quienes no cuenta para ganar el partido. No es una declaratoria de guerra como la de Lord Garel-Jones, pero tampoco es una finura que digamos.
Si a eso le sumamos el oficio N°020-2011-PCM/DM firmado por el Presidente del Consejo de Ministros, según el cual, los ministros “deberán tener en cuenta” que las declaraciones multisectoriales a la prensa son de competencia del propio Salomón Lerner y que, además, cualquier entrevista “sobre asuntos de filosofía global y específicamente sobre modificaciones legales y constitucionales, se hallan en el campo de las atribuciones del Presidente de la República y, por su delegación, son de responsabilidad del Presidente del Consejo de Ministros”; entonces, estamos ante un panorama que no pinta bien o que pinta feo.
Nadie discute el derecho que tiene el gobierno a diseñar su política de comunicaciones. De hecho, ésta parece estar basada más en el silencio que en la elocuencia, a juzgar por el riguroso mutis presidencial que ya tiene casi dos semanas. Pero, que nadie se engañe. Estamos ante la primera etapa de una estrategia diseñada a cortar los vasos comunicantes entre prensa y poder.
Para nadie es un secreto que existe un sector de la prensa que frente al gobierno ha desarrollado una gruesa capa de resistencia. No sólo no le tiene confianza, sino que hasta le sabe mal. Este sinsabor se traduce en la práctica en imponer, desde los medios, la agenda política. Es decir, imponer la agenda mediática a la agenda de gobierno.
Está bien que los ministros articulen el mensaje y que el presidente del Consejo de Ministros sea el vocero del gobierno. Es su papel y rol constitucional. Quizás lo que no está bien es la forma; enviar un oficio membretado dando disposiciones por escrito conlleva una rutina burocrática, con resabio a parte militar, que revela vulnerabilidades, como de hecho ocurrió con la filtración del documento.
Más práctico hubiera sido que la Secretaría de Comunicaciones del gobierno expusiera en el Consejo de Ministros la política de comunicación que se propone llevar adelante la nueva administración y junto a ella el plan de comunicaciones para esta etapa inicial que es más que relación con los medios de comunicación o acciones de prensa. Comunicar no es sólo informar; es antes que nada gestionar, hacer. Para públicos diversos, con mensajes específicos y con un portafolio de productos y piezas comunicacionales Ad hoc.
Qué consejos daría Sir Garel-Jones de cómo comportarnos ante los medios, preguntaron los congresistas al visitante inglés. Sin perder el aplomo, el congresista británico, les respondió con otra anécdota: “Yo aprendí lo que me enseñó mi jefa, Margaret Tatcher: ella nunca leyó la prensa. Yo tampoco”. No hay que llegar a ese extremo. Como me decía el general Luis Arias Graziani, sobreviviente a varios gobiernos: “se puede gobernar con prensa o sin prensa, pero nunca contra la prensa”.
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