16 noviembre, 2013

Bolognesi en Arica




Imposible no terminar en pie, cantando el himno nacional -como ellos en la escena final-, esperando el ataque enemigo que se aproxima por el lado este del Morro y al que un puñado de hombres, encabezados por el coronel Francisco Bolognesi, ha decidido enfrentar sabiendo que la suerte está echada. 

Imposible no sentir ira ante la impotencia y sacrificio de aquel grupo de patriotas que fue abandonado por los políticos de turno.

La epopeya de Bolognesi y sus defensores marca una lección para las generaciones futuras. Es un mensaje de dignidad ante la adversidad. Del deber por la defensa colectiva de la Nación antes que el interés individual y pequeño de cada uno de nosotros.

La gesta de Arica se ve como una batalla militarmente inútil. Se ha perdido Tarapacá y Tacna. Los bolivianos han regresado prontamente a su país. Arica está aislada, desconectada por el norte y por el sur, y se espera desesperadamente que lleguen los refuerzos a cargo del coronel Leiva.

Bolognesi envía ocho emisarios con cartas para el coronel Leiva o el general Montero, pero ninguno regresó con respuesta. El jefe de Arica envía telegramas, pide instrucciones, planes, estrategia. Solo uno fue respondido por el prefecto de Arequipa, saludando la decisión de los combatientes de quedarse a defender el morro, pero, igualmente, sin instrucciones precisas sobre qué hacer.

La respuesta que esperaba la resistencia y los refuerzos nunca llegaron. Bolognesi y los suyos se ven así abandonados por el Perú oficial. En Lima, ha tomado el poder Nicolás de Piérola, luego de la huida del presidente Prado.

El autor de la obra de teatro, Alonso Alegría, insinúa que entre las razones por las que Piérola no envió instrucciones, ni refuerzos a Bolognesi es porque podría haber sospechado de la actitud “civilista” del viejo coronel en Arica.

El odio politico, la rivalidad extrema, la razzia interna, es uno de los males que arrastramos desde la fundación de la República. “Antes los chilenos que Piérola”, era un grito popular de la época.

Es entonces que cada uno de los combatientes del Morro asume su rol ante la Historia y deciden inmolarse por un bien mayor a la propia vida; el honor, la dignidad, el amor a la tierra.

Su sacrificio nutre a las generaciones futuras. Marca un derrotero. Señala un norte. La derrota de aquel 7 de junio de 1880 no será redimida sino ante la Historia.

Cómo no enternecerse ante el gesto de Alfonso Ugarte; un joven acaudalado que pospuso su matrimonio y un viaje a Europa para enrolarse al Ejército y con su propio dinero formó un regimiento.

Cómo no seguir el ejemplo del coronel argentino Roque Sáenz Peña, que decidió quedarse a defender el Morro junto a los patriotas peruanos por solidaridad contienental.

Cómo no redimir al propio Juan Guillermo More que viste de paisano todo el tiempo, pero que el día de la batalla final, se colocó su uniforme de La Marina para resarcir el error de haber perdido el buque Independencia y recuperar el honor perdido con la muerte.

Cómo no reconocer el sacrificio de Bolognesi, militar retirado que decidió volver al Ejército al estallar la Guerra con Chile y que en el momento mismo de pelear hasta quemar el último cartucho, no sabe si uno de sus hijos -artillero del Ejército-, ha caído en la Batalla de Tacna. 

En esa semana final, Bolgnesi escribe una carta a su esposa en la que vuelca todo su sentimiento, su comprensión política de la situación, pero al mismo tiempo, su grandeza de inmolarse en nombre de todos nosotros. Sus palabras aún resuenan con claridad hoy:

“Esta será seguramente una de las últimas noticias que te lleguen de mí, porque cada día que pasa vemos que se acerca el peligro y que la amenaza de rendición o aniquilamiento por el enemigo superior a las fuerzas peruanas son latentes y determinantes. Los días y las horas pasan y las oímos como golpes de campana trágica que se esparcen sobre éste peñasco de la ciudadela militar engrandecida por un puñado de patriotas que tienen su plazo contado y su decisión de pelear sin desmayo en el combate para no defraudar al Perú. ¿Que será de ti amada esposa? Tu que me acompañaste con amor y santidad. ¿Que será de nuestros hijos, que no podré ver ni sentir en el hogar común? Dios va a decidir éste drama en el que los políticos que fugaron y los que asaltaron el poder tienen la misma responsabilidad. Unos y otros han dictado con su incapacidad la sentencia que nos aplicará el enemigo. Nunca reclames nada, para que no se crea que mi deber tiene precio...”

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