Ningún partido político puede atribuirse la paternidad de la
derogatoria del Regimen Laboral Juvenil. Su éxito pertenece a los jóvenes de
diversos estratos sociales, estudiantes universitarios, la mayoría, que
decidieron hacer política en las calles y que se nuclearon sin primacías
ideológicas o dogmas partidarios, sino por la defensa de un principio básico
como es la igualdad de derechos.
De hecho, las banderas políticas fueron arriadas por identidades
más generales tipo batucadas y cuando un partido las hizo flamear en primera
línea fue para provocar a la policía y polarizar la lucha, cosa que
consiguieron a medias, pero que los jóvenes identificaron y aislaron
rápidamente.
Estos jóvenes son nuevos jóvenes. Son una generación formada por
hombres y mujeres entre 20 y 25 años de edad en promedio; hijos del crecimiento
económico logrado en las recientes dos décadas y media. Son hijos también de la
democracia recuperada. Aprendían a caminar cuando Fujimori dio el autogolpe. No
tomaron Leche Enci, ni fueron a fiestas de año nuevo con "generador
propio". ¡Cursaban la primaria cuando se realizó la Marcha de los Cuatro
Suyos!
Son jóvenes de una sociedad más integrada que la generación de sus
padres, con una autoestima más elevada y menos ideologizados. Mucho más
pragmáticos y globales. Integrados a un mundo veloz que se reproducen casi
rápido como la tecnología. Son hijos del Internet y las redes sociales.
Sus identidades son extra partido. Aunque muchos de ellos
responden a grupos políticos, sus identidades en la calle son mucho más amplia.
Se agrupan por identidades territoriales, barriales, o grupales de diverso
tipo: culturales, deportivas, sociales, gremiales, estudiantiles.
No hay aquí conciencia de clase. Hay diversas clases de conciencia.
En ese aspecto, rescatan su individualidad, pero no llegan a ser
individualistas. Se agrupan, se asocian, buscan congregarse, sumarse,
adherirse. Podrían llamarse colectivistas libertarios.
La derogatoria de
la Ley 30288 es el primer paso. Eliminar la #LeyPulpin no resuelve el problema
de 2 millones de jóvenes que viven de un empleo precario. El tiempo dirá si el
colectivo juvenil puede dar el salto de pasar de la protesta a la propuesta.
Los jóvenes que pertenecen a partidos políticos, sin duda, harán su trabajo en
ese sentido.
El éxito del primer
movimiento juvenil del siglo XXI no es solo haberse tirado abajo la ley; sino
colocar el tema de la calidad del empleo en la agenda política. Si el país está
en crecimiento, no es posible que lo haga sobre puestos de trabajo con derechos
sociales recortados. El empleo juvenil tiene desde ahora un espacio ganado en
las plataformas partidarias. Los candidatos a la presidencia no pueden dejar de
hablar de este tema en la próxima campaña.
El gobierno no supo
leer esta nueva identidad juvenil. Ni supo reaccionar a tiempo cuando pudo
hacerlo. Jugó al todo o nada y perdió. El costo ha sido muy alto. No sabemos
aún si los jóvenes podrán seguir avanzando en organización e identidad
programática. Para empezar no tienen una instancia institucional que los congregue
y represente. El Consejo Nacional de la Juventud que pudo ser ese foro
orgánico, no existe. Desde el gobierno aprista es una oficina disminuida,
perdida en el frondoso árbol administrativo de la PCM. Devolverle su autonomía podría
ser un primer paso del gobierno para recuperarse del tropezón.
El tiempo dirá si
estas voces múltiples se terminan de nuclear en algo nuevo o si esta forma de
asumir las defensa de sus derechos en democracia, solo fue una fresca brisa de
verano. Las primeras voces post derogatoria proponen revisar, ordenar, rehacer y
unificar todos los regímenes laborales existentes en el país. Es la hoja de
ruta. Hacia eso tenemos que llegar. La saga del cambio recién empieza.
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Publicado en Diario 16 el 28 de enero de 2015.
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