No hay una sola salida a la
crisis originada tras la censura de la Presidenta del Consejo de Ministros. Hay
varias alternativas. Pero, al final, cualquier decisión que se adopte, se puede
agrupar en dos categorías: salida negociada o no negociada.
La primera opción consiste en
echar andar mecanismos de diálogo y consulta con las fuerzas políticas –hoy
agrupadas en contra– para recuperar primacía en el Congreso y dar estabilidad
al Ejecutivo. Su consecuencia inmediata es compartir el poder. Llegar a un
acuerdo por esta vía asegura un gabinete mixto, consensuado, de salvación, de
transición, pro gobernabilidad (póngale el nombre que más le gusta) o incluso,
en su forma más radical, entregar el Legislativo a la oposición en un modelo de
cohabitación francés.
Una salida no negociada, en
cambio, pronostica un curso de colisión directo. Es una posición que puede
entenderse en una gama de variantes que van desde la fortaleza de las
convicciones hasta la tozudez. Se busca no ceder un milímetro de poder,
pero, en la práctica, se cae en el juego
de negociar todo; hasta las salidas del presidente al extranjero. El Ejecutivo
se torna en rehén de los grupos políticos en el Congreso que se acercan a
zarandear el árbol a la espera de recoger algunos frutos.
Cualquiera sea el camino
elegido, tiene sus ventajas y desventajas.
La salida negociada puede
allanar el camino hacia una transición electoral. Siempre es mejor para la
economía que las fuerzas políticas mantengan controlada las tensiones para
evitar que las desborden las pasiones.
Es un camino que les cuesta
aceptar a la mayoría de los políticos. Difícilmente se encuentra gobernantes
dispuestos a ceder cuotas o espacios de poder en aras de la gobernabilidad. Eso
es algo que entienden cuando están al borde del abismo. Y a veces ni allí.
La salida no negociada por su
parte prueba el sistema al máximo.
El Congreso debe medir bien las
consecuencias de seguir acorralando al Ejecutivo y provocar la censura de dos
gabinetes consecutivos. (Aunque algunos juristas señalan que no estamos aún en
este caso debido a que el Congreso ha censurado solo a la presidenta del
Consejo de Ministros, Ana Jara, y no a todo el gabinete).
El Ejecutivo hará lo propio.
Medirá el costo electoral que significaría cerrar el Congreso y convocar a
nuevas elecciones en una coyuntura en que sus adversarios políticos lucen más
fuertes. Todo esto apenas a 15 meses de que concluya el gobierno.
¿Qué salida tomará el gobierno?
¿Irá por una fórmula negociada o por una no negociada? ¿Optará por un gabinete
de transición, amplio, o buscará entre sus amigos? Conociendo los antecedentes,
es muy probable que elija el camino en solitario. Sin consultar a las fuerzas
políticas, ni ampliar la mesa para compartir el poder y asegurar gobernabilidad
en el Ejecutivo y Legislativo. Su conducta política señala todo lo contrario.
Lo que podría ponerlo en julio próximo en la situación crítica de perder
también la elección de la presidencia del Congreso.
Excepto que recurra a una
fórmula mixta. Que converse con otras fuerzas –no necesariamente fuerzas
políticas–, y consulte y decida la elección del nuevo Presidente del Consejo de
Ministros con otros poderes, generando consensos, fuera del Congreso. Para eso
se requiere una personalidad fuerte, extra partido, con gran capacidad de
liderazgo y dialogante. O, si finalmente decide recurrir a alguien intra
partido, deberá ser un negociador nato, mañoso políticamente, que entre al
juego menudo del "dame que te doy"; algo que también les encanta a
los congresistas.
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Artículo publicado en Diario 16, el miércoles 2 de abril de 2015.
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Artículo publicado en Diario 16, el miércoles 2 de abril de 2015.
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