Llegamos
siempre algo retrasados a los cambios en la historia. Había naciones, muchas
naciones, pero apenas un estado en formación, cuando llegaron los españoles. Ni
hablar de ciudadanía.
La independencia
ni siquiera trajo la democracia. Esta empezó en muchas partes del continente un
siglo y medio después de que se inaugurara en el hemisferio norte. Los derechos
civiles llegaron también tarde y los más recientes cuestan aún reconocerlos.
Algo parecido sucede
con la tecnología. La ola industrial nos
pasó por encima. Y la brecha en investigación y desarrollo se agranda cada vez
más en comparación con otras regiones del mundo.
América Latina
es una de las zonas del mundo que menos recursos aporta en investigación,
ciencia y desarrollo. En conjunto, no llega al 1% de su PBI. Solo Brasil
alcanza esa cifra, inferior a lo que hacen Israel, Estados Unidos, Alemania y
Japón que invierten entre el 3% y el 4% de su PBI en innovación tecnológica.
Por esta razón,
es importante lo que acaba de señalar Raúl Diez Canseco Terry —Fundador
Presidente de la Universidad San Ignacio de Loyola— en el V Foro de Jóvenes de
las Américas: la región debe invertir en el talento humano y dar el salto de la
inversión en sectores productivos a la inversión de riesgo que es aquella “que cree
en el talento, en lo nuevo, en lo moderno, en lo disruptivo” y se ve reflejado
en nuevos emprendimientos tecnológicos conocidos como StarUps.
La ola
tecnológica es la cuarta ola del desarrollo de la civilización humana. El V
Foro de Jóvenes de las Américas sirvió para mostrar esta ventana tecnológica de
América Latina que empieza a abrirse, algo tarde, es cierto, pero se abre al
fin.
El Young
Americas Business (YABT), que dirige el peruano Luis Viguria desde Washington,
organizó el TICS Americas 2018, el Eco-Reto 9.0 y el Caribbean Innovation Competition (CIC), para encontrar
emprendimientos juveniles que combinaran tecnología, cuidado del medio
ambiente, investigación y mercado.
El concurso
buscaba el talento y la innovación en los jóvenes de las Américas. Se
presentaron un total de 4,716 iniciativas, de las cuales, se seleccionaron 21
equipos finalistas que expusieron e impulsaron su respectiva StarUp en el foro
juvenil desarrollado en Lima, previo a la Cumbre de las Américas.
Fue fantástico
escuchar a los jóvenes hablar el lenguaje global de las nuevas tecnologías, pero
asociado a negocios que buscan contribuir a cambiar el mundo. Los proyectos
finalistas fueron de Brasil, Argentina, México, Colombia, Ecuador, Jamaica,
Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Barbados y, por supuesto, Perú.
Me llamó la
atención la StarUp Evea Eco Fashion del Perú que proponía fabricar zapatillas
con suela de caucho diseñadas para el mercado europeo y norteamericano, que
multiplicaban hasta por diez los ingresos que lograban obtener antes las
comunidades indígenas vendiendo el latex sin procesar.
Los jóvenes de
Eco Fashion habían logrado salir del entrampamiento de quedarnos solo en la
venta del recurso natural y con ingenio y madurez proponían innovar,
transformar, diseñar y vender el producto en el competitivo mundo fashion de la
moda. Es decir, incorporaban valor agregado al producto y también valor social,
al trabajar con las comunidades indígenas y compartir las ganancias.
Por ahí va la
cosa. Observar, pensar, innovar, actuar. I+D. Todo al margen del Estado.
Imagínense si el Estado colaborara, para empezar, incoporando estos conceptos
en la malla escolar, desarrollando la vena emprendedora de los jóvenes,
promoviendo ferias tecnológicas, extendiendo cursos de inglés, o destinando un
capital semilla —de riesgo— para proyectos e iniciativas que premien el
talento.
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