Algunas de las
preguntas planteadas aquí en el post anterior empezaron a responderse esta
semana con la conformación del gabinete, las primeras declaraciones del premier
Villanueva y la recolocación de los actores partidarios en la escena política.
Lo sintomático es que los primeros escozores de este reacomodo se han sentido
primero que nada en la bancada de gobierno.
Tal vez
asistamos en lo que va de nuestra historia corta —para usar un término del
historiador Hobsbawm, que en nuestro caso debería ser desde la recuperación de
la democracia en 1980 hasta nuestros días–, asistamos, digo, a la primera
experiencia de ver ganar a un partido las elecciones y ver gobernar a otro.
Esta es la razón del prurito oficialista.
Es una
experiencia inédita en nuestro país. Ni Belaunde 2, García I, Fujimori I y II,
Paniagua, Toledo, Humala o García II, tuvieron esa dificultad, ni cedieron lo
ganado en las calles y ánforas. En ningún caso, estos gobiernos tuvieron
minorías en el Congreso. Ejercieron el poder y lo conservaron con mayorías
propias o con alianzas.
El premier
Villanueva habla de un pacto social, lo que implica una buena relación con el
Congreso, pero la bancada pepekausa interpreta sus palabras como si fuera un
pacto con Fuerza Popular. La presencia del secretario general de Peruanos por
el Kambio en el Ejecutivo, Salvador Heresi, no parece ser el elemento de
cohesión entre el partido y la nueva administración Vizcarra-Villanueva.
Hoy podríamos
estar ante un escenario diferente, algo nuevo, que empieza a preocupar, para
empezar, al partido que ganó las elecciones por 50 mil y pico de votos, pero
ganó. ¿Seguirá siendo este un gobierno de los pepekausas? preguntábamos en la
columna anterior. Mercedes Aráoz, Juan Sheput y Gilbert Violeta tienen dudas de
que así sea y en diferentes tonos han salido a reclamar al presidente Vizcarra
definiciones al respecto.
Esta diferencia
radical de interpretación indicaría que nos acercamos al final de un camino que
se bifurca: o bien estamos ante lo que puede ser el difícil trance hacia la
gobernabilidad —lo que, en efecto, involucra a un acuerdo mínimo de todos los
partidos—, o asistimos más bien al anuncio anticipado de la pérdida total del
gobierno de parte del partido que ganó las elecciones. Urticaria política, por donde se le mire.
Lo insólito de
esta situación no es que este nuevo escenario no funcione. Todo lo contrario,
podría funcionar y hasta satisfacer a quienes buscan una estabilidad política y
un crecimiento económico y social sostenido. Lo raro es que los hechos
convaliden, sin que a nadie se le mueva un pelo, que un partido que ganó en las
ánforas, pierda el poder en el ejercicio mismo del gobierno. ¿Escozor es lo
mismo que picor? El que se pica pierde, estamos de acuerdo. ¿Pero y al que le
pica? Sarna con gusto ¿no pica?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario