Está claro que existen dos agendas en las expectativas ciudadanas: la de las reformas políticas que tiene que ver con la reconstrucción de la relación entre gobernantes y gobernados; y la agenda país que se refiere a los problemas de atención urgente: inseguridad ciudadana, mejores servicios de educación y salud, recuperación de crecimiento económico.
La reciente encuesta urbano- rural del IEP lo confirma (La República, 24/2/2020).
No tienen que ser agendas rivales ni opuestas entre sí. La primera es responsabilidad directa del Congreso. La segunda está más bien en el campo del ejecutivo. Pero ambas, representan para el imaginario social, el espacio de la política. Y se encuentran en la esencia más pura de la política, la de la representación.
Si empezamos a dividirlas y a pensar que una es más importante que la otra o, peor aún, que algunos grupos parlamentarios quieren concentrarse en una para desdeñar la otra, estaríamos haciéndole un daño a la de por sí ya afectada relación del ciudadano de a pie con la política y los políticos.
A la gente no le importa si mejorar la calidad educativa o terminar con las colas en los hospitales o las citas de mes a mes es responsabilidad o no de los congresistas o del gobierno. Para ellos es responsabilidad de los políticos y punto.
Y harían bien los políticos —sean legisladores o ejecutivos— en preocuparse, los unos de fiscalizar y los otros en ejecutar, para tener mejores hospitales y centros de salud, con medicina al alcance de los bolsillos y atenciones a la altura de seres civilizados.
Las elecciones del 2021 reclaman cambios, es verdad. Pero la ciudadanía no estará satisfecha sólo con lograr que la próxima elección de los candidatos presidenciales de los partidos sea con carné de militante o con DNI, ni que tengamos, después de un arte de birlibirloque, un Congreso nuevamente bicameral. No.
La ciudadanía está esperando que no le sigan robando en los paraderos, ni en los restaurantes o los supermercados; que los colegios no los esquilmen con cuotas extraordinarias y enseñanzas menos que ordinarias; que las citas en los hospitales públicos lleguen antes que la cita con el sepulturero; y que las mujeres no desaparezcan cada cinco horas.
La política trata del arte de gobernar. Y la gente quiere que los nuevos políticos que están hoy en el Congreso, que han sido elegidos con menos del 40% del total de ciudadanos hábiles, hagan su tarea: que los representen en sus demandas y necesidades. Eso es todo.
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