22 noviembre, 2020

Jóvenes Bicentenario

 


Entre todas las fotos y carteles que ha dejado la manifestación de las últimas semanas —varias notables por su ingenio y rotundidad— hay una que me parece representativa. Más que una foto, es un fresco de época. Un instante de la marcha atrapado en una fracción de segundo.

 

En la foto, tres mujeres jóvenes sostienen un cartel hecho, literalmente, sobre la marcha. El mensaje central es un latigazo generacional: “Te metiste con la generación equivocada”. #AmoMiPerú, #FueraCongreso, #PerúDespertó.

 

Las tres jóvenes posan para el lente. 

 

Dos de ellas miran de frente al teleobjetivo, con una seguridad y templanza que también podría leerse como valentía, plenamente concientes del momento que viven y hasta desafiantes. Una lleva barbijo y protector facial; y la otra, miembro de un grupo de baile folklórico, que en los últimos años llenan los espacios públicos los fines de semana practicando, viste un traje de gala de Puno, donde hasta el tapabocas hace juego con el sombrero y la falda. Elegancia regional, descentralizada, en la lucha. La tercera mira hacia abajo, quizás como la última reminiscencia de una generación que poco a poco va perdiendo la vergüenza y el temor. 

 

Al lado otros dos jóvenes, hombre y mujer, llevan sus casacas de la selección nacional de fútbol, símbolo de la alegría y unidad, que ellos vieron —sufrieron y gozaron— regresar al mundial después de 36 años. Ambos sostienen sus vuvuzolas, ayer para alentar a la selección, hoy para reventarle los tímpanos a la sociedad que están hartos de la representación política, que se cansaron de tanta ineptitud, de tanta corrupción y de tanta prepotencia. Para recordarles que así como se organizaron para celebrar los goles de Guerrero, Farfán y Flores, con la misma fuerza y alegría son capaces de pasar en una a modo protesta.

 

Destrás de esta primera fila, una masa de jóvenes queda congelada con los brazos hacia el cielo, transformados en miras telescópicas, para sostener un teléfono celular y grabar y fotografiar el momento. Todos fotografían. Todos graban. Todos comunican. Todos comparten. Es un fenómeno de esta nueva sociedad hiperconectada. No son periodistas que informan como algunsos sostienen, son ciudadanos que comunican. Transmiten lo que ven. Replican lo que reciben. Comparten mensajes, memes, audios, fake news, videos inéditos. Todo. En muchos casos, sin discriminar sobre la autenticidad de la fuente o veracidad de sus contenidos. No tienen por qué hacerlo. No es su trabajo. Esa es la diferencia con la prensa. O debiera serlo en todo caso. 

 

Los celulares en posición vertical toman fotos, los horizontales graban. Mensajes cortos. Tiktokeros pasaron de la gracia y el vacilón a la documentación e información. En segundos los mensajes convirtieron a los conectados en una colmena humana. La noche del 12N y el 14 N no solo hubo marchas en el centro de Lima. La gente también salió en los distritos. Hubo mucha clase media caminando en familia, con mascotas, en bicicleta, en patines. No fue una marcha de la izquierda, ni de terroristas, ni de conspiraciones internacionales. Fue una protesta ciudadana, con barras bravas, grupos de K-Pop, jóvenes de PlayStation. Un acto de masas que dijeron: ¡basta! Los peruanos se manifestaron incluso fuera del país. 

 

Esta generación, en lugar de relanzar las bombas lacrimógenas, las apagó, las atrapó en una botella de agua con bicarbonato y las ahogó. La organización de este tipo de activistas, con función específica, se hizo por redes, de forma colaborativa, pidiendo que les proveyeran materiales, cascos, guantes, overoles. En menos de 48 horas obtuvieron lo que solicitaron. Otros salieron con mochilas de primeros auxilios para ayudar a los heridos. La defensa legal también se organizó por zonas, se compartieron nombres, teléfonos y correos de abogados y de estudiantes recién graduados en Derecho para ayudar a los detenidos. 

 

La masa en movimiento que salió a las calles de forma espontánea actuó mejor organizada que si la hubiera convocado algún partido político o grupo de movimientos. Pero, además, hay que decirlo, no hubo daños a la propiedad privada mayores ni ataques a los monumentos públicos. Hubo sí, ataque a la policía con bombardas y choque frontal, lo cual es condenable. 

 

Fue una reacción de ciudadanos en pos de república —como ha dicho Max Hernández—, sin organizaciones que los representen, que atravesó todas las capas sociales, pero que si habría que ponerle un rostro este sería el de una mujer joven entre 18 y 24 años, de un distrito de clase media, con estudios universitarios y, probablemente, sin trabajo formal o, peor aún, desempleada, globalizada, tecnologizada, que no cree en la política, pero que se ha dado cuenta que debe participar activamente en ella. Porque es allí donde se logran los grandes cambios. Como dicen ellos mismos, esto recién empieza. Próxima estación, abril 11, en el ánfora electoral.

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