Julio no solo es el mes de las Fiestas Patrias, los desfiles militares y el circo, sino también el mes de los paros. El del 79, que marcó el inicio de la apertura hacia la democracia, tuvo lugar un 19 de este mes. Dos décadas después, la marcha de los cuatro suyos, nuevamente para recuperar la democracia, fue también en julio.
Si agosto es el mes de los vientos y octubre de los temblores, ¿por qué no considerar a julio como el mes de los paros y las movilizaciones?
Como mencioné en estas mismas páginas en julio de 2008, el paro es un instrumento político y una oportunidad para medir fuerzas entre el gobierno y los instigadores del paro, ya sea a nivel nacional o local.
Entre estos dos antagonistas se encuentra la gran mayoría de la sociedad, que se mantiene al margen de los paros y los asuntos políticos más elementales. "Es una mayoría silenciosa que observa los acontecimientos en la televisión. Y eso".
Si bien este razonamiento sigue siendo válido, en esencia, existen diferencias entre el paro del 19 de julio de 1979 y el convocado para el 19 de julio de 2023. La diferencia no solo radica en el tipo de gobierno que vivimos en ambos periodos (dictadura versus democracia), sino también en las características de la sociedad que soporta ambas formas de protesta.
En los años setenta, el Perú experimentaba los estragos ideológicos de la Guerra Fría y, tanto en la política como en la sociedad, los sindicatos eran organizaciones sociales representativas. La gente aspiraba a tener empleos formales y, de ser posible, se sindicalizaba.
Hoy en día, con una economía informal que supera el 80%, los trabajadores sindicalizados son una especie de rara avis. Tanto es así que los sindicatos ya no convocan a paros nacionales, sino a jornadas de protesta.
La prueba ácida de la sociedad informal en la que vivimos la experimentamos en la pandemia. La idea de parar la economía cerrando centros de producción y oficinas para frenar el contagio, fracasó.
Las millones de personas que viven del día a día no pueden permitirse el lujo de detenerse o encerrarse en sus hogares. Para estos compatriotas desprotegidos, el dilema consiste en arriesgarse y salir a trabajar o encerrarse y morir.
Algo parecido sucede con los paros. Una medida de fuerza solo es contundente si existe una plena conciencia de la necesidad de parar, no en los organizadores del paro, sino en la mayoría silenciosa.
Nadie está obligado a hacerlo, pero tampoco se le puede impedir. No es necesaria la violencia, ni siquiera la manifestación pública de salir a marchar. Basta simplemente con la voluntad de parar.
No parece ser ese el ánimo de la gente hoy en día. ¿Qué podría cambiar esta situación y hacer que un paro no masivo tenga consecuencias políticas? El nivel de violencia (y muertes) que se genere. Estamos todos advertidos.