La fragmentación política expresada en el Congreso vuelve a generar
interés y preocupación. Los disidentes, al recuperar autonomía en sus
decisiones, la ven como una fortaleza de la democracia. Los partidos, tras
sufrir su desgajamiento, la entienden como todo lo contrario. La verdad es que
un Congreso fragmentado, con bancadas que surgen no del voto popular, sino de
decisiones individuales, no le hace bien a nadie.
Razones pragmáticas y programáticas, adujo el vocero de una nueva
bancada, formada por disidentes de Perú Posible y de Alianza para el Gran
Cambio, al explicar las razones de su decisión. Me temo más lo primero que lo
segundo.
Esas razones “pragmáticas”, hay que decirlo con claridad, no son
otra cosa que la obtención de cuotas de poder. Una forma de encarar las
negociaciones que existen al interior del Congreso con el objetivo de obtener más
beneficios. Apetitos personales sería una reducción limitada, pero no muy
alejada, sin embargo, de la cruda realidad.
Los congresistas negocian, transan, acuerdan y obtienen beneficios.
Para sus comunidades o pueblos, para sí
mismos, o para ambos. Pero como los partidos son organizaciones colectivas, fuerzas
equilibradas, pero en tensión, de subgrupos o círculos, los principales
espacios de poder –Mesa Directiva, presidencia de Comisión, entre otros cargos-
deben de rotar, cambiar de mano y dirección. Y no todos tienen este talante
democrático y prefieren mantenerse en la cresta de la ola siempre.
En busca de sumar esfuerzos, generar consenso y captar votos, los
partidos muchas veces, invitan a líderes regionales, estableciendo alianzas
temporales o incorporándolos a sus filas. Estos líderes por lo general
tienen algunos de los requisitos necesarios para entrar a una competencia:
carisma, inteligencia, relaciones con la dirigencia nacional o dinero.
El problema con esta práctica es que estos aliados o nuevos
militantes no se identifican con el partido que los acoge,
prevaleciendo sus agendas regionales/individuales. En la práctica, estos aliados
usan al partido para llegar -en este caso al Congreso-, y de inmediato se
olvidan por quién llegaron. Como,
además, son hijos del voto preferencial y a veces hasta sacan mayor votación
que el líder nacional, entonces, nada los ata a su partido de tránsito.
Es difícil y complejo en estas circunstancias construir
institucionalidad. Mientras existan comportamientos de subgrupos o, peor aún, individualistas,
agendas propias o personalistas, por más buenas intenciones que tengan, los
partidos y a la larga la democracia, pierden.
En conclusión, las razones pragmáticas -cuotas de poder- debilitan la democracia. Las
programáticas, por el contrario, al ser un conjunto de propuestas o puntos de
vista distinto, podrían incluso robustecerla.
El pragmatismo nace de una lógica rentista del poder. Lo programático,
de un corpus de ideas organizado que se diferencia del original.
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